ASLAN
10 AÑOS ATRÁS
Voy a invitarla a salir. Voy a llevar a Violeta por un helado. Primero tengo que averiguar cuál su sabor preferido para llevarla a la heladería correcta. Tengo planificarlo muy bien. Quiero que Violeta acepte ser mi novia.
Había hablado con Florencia, mi hermana, y ella misma me dijo cómo podía acercarme a Violeta. Pero Violeta era extraña, especialmente porque siempre parecía triste. ¿Algo interesante sobre Violeta? No me trataba como alguien diferente.
Florencia siempre decía que yo era un principito: bien vestido, bien portado, bien hablado. Decía que yo era el chico más lindo de mi curso. Nunca le creí por una razón básica: era mi hermana. Las hermanas te ven con los ojos del corazón, y esa vista podía estar un poco distorsionada.
Comencé a creer en sus palabras cuando al inicio del año escolar y en adelante, la mayoría de las niñas de mi curso empezaron a tratarme distinto: me dejaban notas en mi bolso, me compraban chucherías en los recreos, me mandaban cartas de amor anónimas, y algunas ofrecían peinarme el cabello en los ratos libres.
Eso último era muy raro.
Mi hermana era la voz de la experiencia. Ella tenía dieciséis y yo apenas trece años, así que escuchaba atentamente todos sus consejos. Florencia me dijo que era normal que las niñas se acercaran a mí, pero que yo no debía comportarme como los chicos de su curso.
Yo tenía que ser amable con ellas, porque esas niñas me estaban entregando parte de su corazón con cada detalle, nota o regalo.
Le creí.
Así que le hice honor al apodo que utilizaba mi hermana. Me comporté con ellas como un principito: les agradecía por sus regalos y les sonreía cuando se ruborizaban al verme. Todas me trataban como si yo fuese alguien superior, eso no me gustaba pero me llegué a acostumbrar.
Pero Violeta nunca me trató diferente.
Violeta nunca me miraba, nunca me hablaba. Violeta siempre parecía triste. Con el paso de las semanas comencé a espiarla en los pasillos, escucharla hablar con sus amigas, la observaba perderse en sus pensamientos en todas las clases. Me gustaba Violeta. Pero Violeta lloraba a veces en el baño del colegio, y algunos días prefería la soledad. Una de sus amigas me reveló que su padre había muerto y su madre estaba muy enferma.
Yo quería ayudar a Violeta. Quería que me viera, que me sonriera. Quería disipar ese dolor. Quería ser su principito. Así que la invitaría a salir y le pediría que fuese mi novia.
Además, Violeta era muy bonita. Su cabello era negro como la noche y sus ojos como avellanas. Su piel era pálida, pero en los días soleados, sus mejillas se coloraban y relucían algunas pecas en su rostro.
Todo eso recorría mi mente mientras servía en una bandeja jugo y galletas para las amigas de Florencia. Mi hermana había tenido que salir por algo que ella denominó «urgente» aunque sabía que estaba relacionado al chico con quien hablaba en los recreos. La había visto. Los ojos de Flor se iluminaban cuando él aparecía. Seguramente terminaría aceptando ser su novia.
Dejé la bandeja en la sala frente a las tres amigas de Flor.
—Muchas gracias, pequeño Aslan —dijo una de ellas, la había visto poco pero la reconocía: Verónica.
—Flor tiene razón. Eres todo un principito —otra soltó una pequeña risa. A ella la veía más seguido en casa porque solía quedarse lo fines de semana con nosotros: Cynthia.
La otra chica se quedó callada mientras ojeaba unas revistas. Las favoritas de Florencia. Estaban llenas de información sobre bandas de rock y pop y traían afiches dentro de ellas, los cuales, mi hermana había colgado hasta en el techo de su habitación.
Les asentí con cortesía. Si Florencia no estaba y mis padres tampoco, lo mínimo que podía hacer por ellas era darles merienda. Me di vuelta para volver a mi habitación pero una de ellas me llamó.
—As, ¿no te gustaría jugar con nosotras? —preguntó Cynthia intercambiando una mirada con las demás. Mirada que no logré entender.
—Tengo que estudiar, pero muchas gracias por considerarme.
—Pues es una lástima —Verónica se encogió de hombros.
Cambió de posición en el sillón y su muslo se vislumbró más de lo debido debajo de su exageradamente corta falda escolar. Miré hacia la ventana esperando que no se dieran cuenta que mis mejillas se habían ruborizado.