PRIMAVERA
Los días en los que Belén se quedaba en el café eran complicados. Sin Teresa para cuidarla en casa me tocó tenerla toda la tarde en el trabajo, y aunque mi pequeña siempre se portaba muy bien, la parte más difícil era cuando comenzaba a caer la noche y ella solía llorar por querer ir a dormir.
Aslan no tardó mucho en irse después del momento extraño que tuvimos. Todavía seguía confundida al respecto, sin embargo, trabajar y cuidar a Prim simultáneamente me ayudó a no pensar en eso.
Poco después de las diez, finalmente cerramos la cafetería y Cata nos acompañó a mí y a Belén hasta la parada de autobuses. Allí nuestro camino se separó, ella siguió y se perdió entre las transversales.
No podía negar que mi cuerpo estaba exhausto, aun así debía cargar a Belén quien estaba semi dormida en mis brazos. Unos días eran más difíciles que otros, pero al final de la noche me repetía que todo valía la pena.
Entonces lo vi.
Esto tiene que ser una broma.
Aslan venía caminando por la acera con otro joven con quien parecía conversar de una forma amena, casi podría jurar que eran amigos. Él no pareció percatarse de mi presencia, así que me permití observarlo sintiéndome culpable al hacerlo, como si fuese un crimen federal.
Volteé de inmediato cuando me di cuenta de que se acercaban a la misma parada de autobuses donde yo estaba. No era de extrañarse pues había descubierto que Aslan y yo compartíamos la misma ruta. Pero era una mala jugada del destino cruzarnos a la misma hora.
Mi corazón latía desbocado cuando noté por el rabillo del ojo que estaban cerca de mí. Finalmente sentí el peso de la mirada de Aslan sobre mi cuerpo.
—Deberías dejar de perseguirme, Invierno. —Lo escuché murmurar pero no volteé a verlo.
—Yo llegué primero, el único acosador eres tú.
Se giró para estrechar manos con el otro joven y se despidió con una cortesía que no conocía en él. En realidad, eran pocas las cosas que conocía de él.
— ¿Necesitas ayuda con Belén? Pareces cansada.
—Te lo dije más temprano, yo siempre estoy bien.
En ese momento Belén se despertó y cuando notó a Aslan a nuestro lado, extendió los brazos hacia él, como si quisiera que él la cargara. Definitivamente mi hija me escucharía cuando llegáramos a casa.
—No, cariño —le susurré—. Aslan no puede cargarte.
Ella hizo un puchero y él solo me miró transmitiendo una victoria en su mirada, un «te lo dije» sin palabras. Después de una pequeña escenita de ambos, no me quedó remedio que permitir que él la cargara un rato, afortunadamente Aslan se bajaba antes que yo así que me desharía de él pronto.
— ¿Por qué no cambias de trabajo? —preguntó en un murmullo mientras nos sentábamos en el autobús. Belén se había vuelto a quedar dormida en el mismo instante que tocó los brazos de Aslan.
—Porque no puedo.
—Le estás exigiendo demasiado a tu cuerpo, Invierno. Estoy seguro de que existen muchos otros trabajos que-
—Te he dicho que no puedo —tajé, mirándolo con severidad.
La sola mención del tema comenzaba a afligirme. Él no lo entendía, jamás lo entendería. Yo no podía aspirar a algo más. Mientras Belén estuviese bien, con sus tres comidas y con educación garantizada, seguiría en ese café así fuese difícil lidiar con ello y con mi rol de madre.
— ¿El papá de Belén no te ayuda a cuidarla?
—El padre de mi hija está muerto —espeté con una dureza que le sobresaltó—. Ahora deja el tema y no lo vuelvas a mencionar, ¿de acuerdo?
Se quedó callado por varios segundos escudriñando mi rostro en busca de respuestas a preguntas que no se atrevía a formular.
Pasamos su parada pero no se bajó del autobús. Esta situación comenzaba a exasperarme.
—Es casi medianoche, Invierno. No voy a permitir que camines sola con una niña en brazos a estas horas.
Aunque en el fondo me conmoviera que se preocupara por mi bienestar y el de Belén, sabía que su curiosidad no tenía límites. Algo me decía que seguiría haciéndome preguntas personales y ya no sabía con qué palabras o en qué idioma pedirle que dejara mi pasado y mi presente en paz.
Finalmente nos bajamos en mi parada, y le agradecí en silencio que me acompañara. La zona donde vivía no era peligrosa pero sí oscura, y cargar sola con Belén hubiese sido poco prudente.
—Insisto, tienes que conseguir un trabajo que te permita llegar más temprano a casa, Invierno. No solo estás poniendo en riesgo tu cuerpo, sino que te expones de forma innecesaria.
—Y yo insisto que no es tu problema cómo llevo mi vida o cómo cuido de mi familia.
—No comprendo tu terquedad.
«Terquedad»
¡¿Mi terquedad?!
Afortunadamente llegamos ahí mismo al portal del edificio, sin embargo las palabras salieron de mis labios quizás de forma imprudente. Pero no pude contenerme más.
—No es ninguna «terquedad», Aslan. Yo no soy como tú. Yo no tuve el privilegio de ir a la facultad, ni siquiera pude terminar el colegio porque salí embarazada a los dieciséis y tuve que asumir la crianza de mi bebé. ¿Crees que me gusta servir café, limpiar pisos y aguantar altanerías de clientes soberbios? Lo hago porque encontré a un jefe bondadoso que me deja faltar si a mi hija le ocurre algo, así como llegar tarde o salir temprano si lo necesito. Todo eso sin descontarme de mi sueldo. Esa cafetería es lo más alto a lo que puedo aspirar, y es lo que mantiene a mi hija sana y con un techo.