Un beso por medialunas

Capítulo 14

PRIMAVERA

La mejor solución era cortar la situación desde la raíz.

Aslan se preocupaba por mí porque sintió lástima desde que supo que tenía una hija. Sus atenciones hacia mí lograron confundirme y por un instante ilusionarme, pero yo sabía que no había nada más allá que eso.

Yo no podía permitir que nadie más formara parte de mi vida. Suficiente tenían Diego, Teresa y Catalina a quienes les debía todo por el simple hecho de aceptar involucrarse en mi caótica y complicada vida. Abrirle las puertas a Aslan era riesgoso para él y terminaría lastimándome a mí.

Éramos de mundos diferentes. Teníamos personalidades muy opuestas. En mí no había nada que pudiera complacerlo o darle lo que él necesitaba. Además, yo ni siquiera había recibido educación y apenas podía sobrevivir con mi pequeña. Los hombres como Aslan, profesionales y emprendedores jamás buscarían a una chica como yo.

Sin mencionar que yo era una simple mujer escondida entre millones de personas en Buenos Aires. Rezaba todas las noches para que mi pasado no me encontrara. Un paso en falso y me arriesgaría a mí, a Belén y cualquiera que estuviese cerca.

Aslan no quería eso. Y necesitaba comenzar a asumirlo, a pesar del inexplicable hueco que sentía en mi pecho tras dejarlo de esa forma en el portal de mi edificio.

—Estás muy guapa —le dije a Teresa cuando entré al departamento—, ¿noche de fiesta?

—Voy a un cumpleaños. ¿Harás cena? Porque me uno al club de las chicas hambrientas.

Le sonreí al dejar a Belén en el sillón y me dirigí a la cocina para prepararnos algo rápido. Llevaba poco más de un año viviendo con Teresa y sin ella no hubiese podido equilibrar el cuidado de Belén y mi trabajo, así que por todo lo que hacía por nosotras, siempre le estaría agradecida.

Cuando le faltaba poco a la comida para que estuviese lista, se escuchó el timbre. Teresa estaba en el baño así que me apresuré a abrir la puerta, suponiendo que sería alguno de sus amigos.

Mi corazón se detuvo de inmediato.

— ¿Qué te ocurrió? —le pregunté sorprendida ante su aspecto.

Aslan estaba encorvado, con las manos apoyadas en las rodillas. Corría un poco de sudor en su frente, su pecho subía y bajaba con agitación y respiraba sonoramente por la boca. Lucía exhausto.

—Pues me colé en el edificio junto con un señor que tenía llaves —respondió sin aliento—, pero allí me di cuenta de que no sabía en qué piso o departamento vivías. Así que fui tocando puerta a puerta. —Se detuvo para coger aire—. Hasta que llegué a este maldito piso nueve.

—Estás pálido. —Fue lo único que pude decir, sin poder moverme o respirar siquiera.

—Un señor del piso cinco dijo que llamaría a la policía, así que tuve que acelerar mi búsqueda.

Me llevé una mano a los labios para poder contener la sonrisa involuntaria que se formaba. Aslan había perdido la cabeza.

—Invierno, no quiero ir a la cárcel todavía. ¿Te molesta si entro?

—Solo porque parece que vas a desmayarte. —Abrí la puerta completamente y le hice una seña para que pasara.

Quería sacar a Aslan de mi vida, pero él no parecía colaborar con ello.

Se sentó en una silla de la sala y sonrió al ver a Belén dormida en el sofá. No podía negar que sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo al hacerme consciente que me había buscado y que ahora estaba en mi casa, que había venido a verme a .

Al mismo tiempo, la situación era muy sospechosa. No podía continuar exponiendo a Belén de maneras tan imprudentes.

—Escucha —murmuré acercándome a él—, esta situación es bastante extraña, así que cuando termine de cocinar me explicarás porqué demonios tocaste todas las puertas hasta llegar a mi casa un viernes a la medianoche.

 

 

ASLAN

Invierno me dejó solo en la sala de su pequeño departamento con preguntas que ni yo mismo sabía cómo responderlas.

¿Por qué demonios había subido hasta su casa? Ella sin duda me dejó sin palabras al revelarme parte de la historia de su vida, y debo confesar que jamás hubiese imaginado que había tenido una juventud tan trágica o tan limitada que no le permitiese ver el abanico de oportunidades a las cuales ella podía acceder.

Invierno podía aspirar a algo mejor, y de eso estaba convencido.

El problema era que ella no lo estaba.

Volví a sonreír al ver a Belén dormida en el sofá. Me pregunté si no era mejor acostarla en su habitación, pero ya había agotado la paciencia de Invierno esa noche y no quería que terminara expulsándome de su departamento, no tan pronto.

Me levanté y me apoyé en el umbral que daba con la cocina para observarla picar algunos vegetales. Parecía exhausta, triste, desganada. ¿Yo la había puesto así? ¿Cómo podía hacerla sentir mejor?

— ¿Ya tienes la respuesta? —inquirió delatando que sabía que yo estaba allí observándola.

—No —suspiré—, solo fue un impulso venir hasta acá. Pero creo que lo más prudente es que me marche, a fin de cuentas nunca debí haber venido.




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