ASLAN
Ya ni siquiera sabía si entrar al Café Violencia, o cómo hacerlo. No sabía si quería ver a Invierno, tampoco tenía idea sobre qué decirle. Era más que evidente que a ella no le pasaban las mismas cosas que a mí, mis sentimientos no eran correspondidos. Por esa razón me pidió que saliera con su amiga, y quizás por eso acepté.
Aun así aquí estaba de nuevo. Sin plan, sin palabras, sin nada qué esperar. Exponiéndome una y otra vez porque así de masoquista podía llegar a ser.
— ¡Señor Robot! —exclamó una vocecilla que me hizo voltear dos segundos después de entrar a la cafetería.
Belén corrió hacia mí y abrazó mis piernas como si yo fuese algún familiar cercano. No pude evitar sonreír y agacharme hasta quedar a su altura. Su cabello era un rubio platinado y sus ojos eran igual de profundos que los de su madre. Ambas tenían la capacidad de transmitir compasión con solo una mirada.
—Hola, pequeño terremoto. —Le di un toque en la punta de la nariz y ella solo se rio.
Si Belén estaba aquí, significaba que Invierno también. Levanté la mirada y allí estaba, pero no me gustó lo que vi. Tenía sombras debajo de sus ojos, a pesar de tener el cabello peinado en una coleta algunos mechones se le escapaban, lucía cabizbaja, y parecía un poco triste mientras hablaba con el señor sexagenario que pasaba todas las tardes.
Me miró por un segundo y luego me ignoró deliberadamente.
— ¿Viniste a jugar conmigo? —me preguntó Belén con tanta ilusión que tuve que mentirle para no romperle el corazón.
—Claro, pero antes compraré una cosa. ¿Quieres un dulce?
Negó con la cabeza.
—Mami no me deja aceptar nada de otras personas.
—Y siempre tienes que hacerle caso. —Le sonreí—, ¿Qué te parece si le pregunto si puedo regalarte algo?
Ella asintió emocionada.
—De acuerdo, pequeño terremoto. Hoy no podremos jugar mucho porque tengo que irme temprano.
Belén frunció el ceño, de la misma manera que Invierno solía hacer.
—No puedes irte. Cuando te vas, mami se enferma.
Ladeé la cabeza mientras intentaba comprender sus palabras, pero estaba en blanco.
— ¿Tu mamá está enferma?
Ella asintió.
—Cuando te fuiste con la tía Teresa, mami se enfermó. Lloró toda la noche.
De haber sabido que Invierno estaba enferma, me hubiese quedado con ella. Ahora me sentía como un completo indolente e irresponsable.
— ¿De qué se enfermó tu mamá?
Belén se acercó a mí y puso su mano en mi pecho.
—Del corazón. Mami se enferma del corazón cuando te vas.
PRIMAVERA
Descarado.
No podía creer que Aslan tuviese la desfachatez de volver al Café Porteño después de haberse acostado con Teresa. No importaba si él y yo nunca fuimos nada, aun así me molestaba, me dolía, me indignaba.
Lo vi hablar con Belén durante varios minutos y luego hacer su pedido en la caja. Lucía pensativo. Esperó a que el señor Lucas se fuera para acercarse a la barra. Abrió la boca para hablar, pero no pronunció palabra.
Sus ojos hoy destellaban un color miel tan oscuro y tan brillante al mismo tiempo que parecía un milagro a la vista.
Comencé a preparar su café, como si él no estuviese allí.
—De haber sabido que me ibas a ignorar después de ir a tu casa, no habría ido en lo absoluto —murmuró, apoyando sus antebrazos en la barra, la mirada perdida en la pared.
¿En qué estaría pensando?
No le respondí. Sinceramente hubiese preferido que me dejara en paz esa noche. De esa manera quizás podría seguir disfrutando de esta vibración en todo mi cuerpo sin sentirme mal al recordar a mi amiga. Tampoco podía culparlo, porque yo misma lo impulsé a que se fuera con ella.
Creo que simplemente estaba molesta conmigo misma.
—Le compré un chocolate a Belén, espero que no te moleste —habló de nuevo.
Le entregué su café y me crucé de brazos.
— ¿Por qué finges preocuparte por ella? Mi nena no necesita de tu caridad.
— ¿De qué demonios me estás hablando? —Frunció el ceño—. Comprarle un chocolate no es caridad, mucho menos «finjo» preocuparme por ella. Que pienses eso no solo me ofende a mí, sino que la ofende a ella.
Rodé los ojos y resoplé.
—Como quieras. Asumo que viniste a ver a Teresa. Ella llega en unos veinte minutos para buscar a Belén, puedes esperarla sentado.
Sabía que estaba exagerando mi reacción, pero simplemente no podía controlarlo. A estas alturas, por mí que lo partiera un rayo.
—No vine a ver a tu amiga. Que el universo me libre de esa desgracia.
—No me digas que eres de ese tipo de hombres. —Enarqué una ceja y lo miré desafiante. Él pareció confundido, así que continué—. De esos que se acuestan con una mujer una noche y luego no quieren verlas más.