PRIMAVERA
Una de mis citas menos preferidas de El Principito era: «si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres». Nunca le encontré sentido porque las llegadas de las personas a mi casa nunca eran alegres, nunca me hacían feliz.
De hecho, solía cambiarla por «si papá viene a las cinco, comenzaré a tener miedo desde las cuatro».
Siempre me pregunté lo que se sentiría esperar con ansias la llegada de una persona. Hasta que las palabras de Aslan causaron una revolución en mis sentidos.
A medida que se acercaba mi hora de salida del trabajo, más se intensificaban mis mareos y nervios. Al inicio pensé que era algo desagradable, pero después me encontraba a mí misma sonriéndole a los frascos inanimados que decoraban mi barra.
Tras recoger y dejar el café limpio, la hora finalmente llegó. Cogí mi bolso con manos temblorosas y salí hecha un manojo de nervios. Catalina, que parecía cómplice de Aslan, no se quedó conmigo sino que desapareció de un momento a otro. Así que una vez cerré las puertas, suspiré y tragué fuerte.
Al darme vuelta, mis ojos se encontraron con él.
Estaba con la espalda recostada en la pared del edificio contiguo, con una mano en su bolsillo y con la otra acercaba un cigarrillo a sus labios para darle una profunda calada. Me pareció curioso verle fumar, pero recordé la noche que se montó en el autobús empapado con un cigarrillo mojado en sus labios.
Sus ojos se encontraron con los míos y sostuvo la mirada por varios segundos. No descifré su expresión, parecía completamente serena, inalterada, concentrada, decidida. Arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó para apagarlo. Sacó un paquete pequeño de su bolsillo, y se llevó algo a la boca, asumí que era un chicle o un caramelo.
Se acercó a mí con lentitud y fue allí que me di cuenta de que me había petrificado como estatua minutos atrás. Una vez estuvo cerca de mí, sus ojos oliva y miel se entornaron al mismo tiempo que elevó una pequeña sonrisa.
— ¿Estás respirando? —Enarcó una ceja con diversión—. ¿O necesitas el boca a boca?
Fruncí los labios y rodé los ojos.
—Al grano, joven engreído.
Aslan suspiró y la mezcla de cigarrillo y menta invadió mis fosas nasales, resultando… no tan desagradable.
—Debo confesar que me sorprendiste —murmuró—, pensé que me evitarías, me golpearías, o quién sabe qué otras cosas locas pasan por tu cabeza cuando me acerco.
Sí que sentía la necesidad de salir corriendo, pero por una razón muy peligrosa: quería percibir su aliento de cerca y quizás, solo quizás, probar el sabor de sus labios.
—No me tientes, Aslan. Solo acepté para que no me llamaras cobarde. Así que, ¿qué es lo que querías decirme?
Me escrutó por varios segundos y luego hizo un gesto con la cabeza para animarme a caminar.
—Te contaré en el autobús.
— ¿Por qué?
—Hay menos probabilidades de que salgas huyendo. —Me sonrió.
Dicho eso, nos dirigimos a la parada de autobuses sin mediar palabra. Guardé mis manos en mi chaqueta ya que la brisa fría comenzaba a entumecerlas. Él hizo lo mismo, y se mantuvo a una distancia prudencial, como si le resultara incómodo o extraño caminar cerca de mí.
El silencio entre nosotros aturdía.
O quizás lo que aturdían eran mis pensamientos incesantes causados por la incertidumbre. Y, a decir verdad, eso solo alimentaba más mi ansiedad. Incluso cuando nos sentamos dentro del autobús, se mantuvo sereno y pensativo. No me quedó de otra que interrumpir su mutismo o mis nervios no me dejarían en paz.
— ¿Hablarás o necesitas que te enseñe el ma-me-mi-mo-mu?
—Terca y desesperada. —Sacudió la cabeza y rodó los ojos como si yo no tuviese remedio. Sacó de su bolso una pequeña carpeta y la abrió—. Necesitaré que te calles, Invierno.
— ¿Disculpa? —inquirí enarcando una ceja.
Nadie tenía la potestad para decirme que me callara.
—No me interrumpas una vez que comience —tajó—. Intentarás hacerlo, así que si lo haces, te sabotearé todas las tardes en el café. Y te sabotearé de verdad.
— ¿Al menos podrías pedírmelo por favor? Finge un poco de cortesía, te aseguro que no te matará.
Él me sonrió y volvió a poner los ojos en blanco. Me crucé de brazos a la espera de que comenzara con su discurso. Me vi tentada a interrumpirlo a propósito, pero si a veces saboteaba mi trabajo sin intención, no quería imaginármelo si se lo proponía.
—Estuve indagando y encontré varios institutos donde puedes ver clases y así finalizar el bachillerato—mencionó con la vista puesta en varias hojas dentro de su carpeta—. También conseguí los datos de algunos tutores particulares. Puedes ver las clases por internet, así no tienes que dejar a Belén sola. Adapté todo a tu horario y a tus posibilidades. Si logras terminar el bachillerato estoy seguro de que podrás optar a muchos y mejores trabajos.
Sonó conforme, como quien se enorgullece después de pasar horas investigando algo y finalmente conseguía el resultado deseado. La miel de sus ojos me escudriñó a la espera de una reacción, la cual no vino.