Un beso por medialunas

Capítulo 19

PRIMAVERA

4 AÑOS ANTES

Las flores son débiles. Son ingenuas. Se protegen como pueden. Se creen terribles con sus espinas… —leí en voz alta acostada en mi cama.

¿Algún día yo desarrollaría espinas? ¿Era yo una flor débil? Por un segundo imaginé la voz de mi hermana decirme «ni siquiera eres una flor, Primavera».

Había terminado todas mis labores ese sábado y papá no estaba en casa, así que digamos que de momento estaba pasando un cumpleaños feliz. Como cada año, leía El Principito. Esta vez la casa estaba nostálgicamente silenciosa.

Mi mamá y mi hermana se habían marchado tiempo atrás. Primero fue Cristina: un día simplemente no regresó, tal como me había advertido una vez.

Meses después se fue mi madre. Ella sí tuvo la delicadeza de despedirse de mí antes de montarse en el coche de un hombre que yo no conocía.

— ¿No puedo irme contigo, mamá? —Le había preguntado ese día al borde de la súplica.

—No, Primavera. Serías solo un peso en la vida que estoy intentando comenzar. Pero te daré un consejo como tu madre: no creas en ilusiones ni en palabras bonitas. Nadie nunca hará nada por ti de forma desinteresada, siempre te pedirán algo a cambio, y si no lo piden explícitamente, creerán que tienen el derecho de tomarlo. Deja de ser un estorbo, Primavera, y avíspate.

Toda una despedida calurosa y maternal.

Nótese el sarcasmo.

Me había quedado sola con mi padre, y pensé que no sería tan malo como una vez imaginé. La primera noche que estuvimos solos, estableció los términos que yo seguiría después.

—Tienes que cuidar de papá —habló en esa ocasión—. Tengo un trabajo, hija, pero eso no nos alcanzará para vivir ahora que tu madre no está. Necesito que comiences a trabajar, que mantengas la casa limpia, mi comida en la mesa cuando llegue y que me ayudes con mis gastos. No es tu culpa que tu madre haya sido una zorra, pero es momento que nos cuidemos el uno al otro.

Con ese discurso pasivo-agresivo comenzó nuestra vida conviviendo solos en casa.

Yo había presenciado cómo él maltrataba a mamá cuando ella no le daba dinero, así que me apresuré a conseguirme empleos una vez salía del colegio. Cuidaba a los hijos de la vecina, y a veces era repartidora de la verdulería de la esquina. Todo pareció marchar bien, hasta que una noche él llegó más alcoholizado de lo normal.

Fue la primera vez que me golpeó.

No dejó marcas en mi rostro, aun así desafié las palabras de mi madre. Ella me había dicho que la justicia ignoraba a las mujeres, pero yo quise demostrar que no podía ser cierto. Así que falté al colegio esa mañana y fui a la estación de policía.

Pero mi madre siempre tuvo razón.

Un oficial me dijo que yo solo era una adolescente enojada con su papá y que no tenían tiempo para mis reclamos. No importaron mis lágrimas, ellos no me ayudaron.

Esa noche papá volvió a golpearme porque no tenía dinero para darle.

Algunas noches podía pasar desapercibida, y otras eran un infierno. Aun así, no me quedó otro remedio que continuar con mi vida, trabajando y estudiando, al mismo tiempo que asumía el rol de ama de casa.

Una tarde un amigo de papá se pasó cuando este no estaba. Un hombre rubio, alto, de ojos azules y vestido de una manera casi formal. Me dijo que conocía a papá pues a veces apostaban en el mismo lugar.

Jorge.

Él pareció tan sorprendido y preocupado cuando se encontró con moretones en mi rostro que me dio su número telefónico. Me pidió que lo llamara la próxima vez que mi padre me golpeara, de esa manera vendría a ayudarme. Le agradecí por sus palabras, y me sentí un poco deslumbrada. Quizás por su atractivo físico, o porque fue la primera persona que al menos pareció preocuparse por mi integridad.

Pero nunca lo llamé.

Hasta que un día, me indigné tanto por las humillaciones de papá, que sentí la necesidad de vengarme. Quería mirarlo a los ojos y reírme a lo interno porque me habría burlado de él, sin que necesariamente se diera cuenta de que lo había hecho.

Así que ese sábado, en mi cumpleaños dieciséis, llamé a Jorge, que se suponía que era amigo de mi padre. Le pedí que viniera a casa.

Cuando llegó, sin muchos rodeos lo llevé a la habitación de papá. Quería que mi progenitor durmiera sobre el colchón donde su adorada hija se habría follado a uno de sus amigos.

Senté a Jorge en el borde de la cama y me miró con ojos curiosos. Me desvestí frente a él y aprecié cómo sus pupilas se dilataban lentamente. Él no era tan viejo como papá, pero me llevaría fácilmente unos quince años.

— ¿Qué estás haciendo? —Enarcó una ceja, aunque no pudo evitar sonreír.

—Quiero que me enseñes a ser una mujer —susurré en sus labios.

Nuestros alientos se entremezclaron y allí me dio mi primer beso.

En el proceso me di cuenta de que ésa no era la persona en la que me quería convertir pero ya era demasiado tarde para detenerlo.

Una vez terminamos, él me ofreció dinero pero lo rechacé de inmediato, no lo había llamado para prostituirme sino para vengarme de mi papá. Sin embargo, a pesar de rechazar los billetes, me sentí diminuta, me sentí sucia, me sentí vacía como persona.




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