PRIMAVERA
Sus labios hicieron contacto con los míos, obligándome a cerrar los ojos al instante e inhalar profundamente.
Todo mi cuerpo pareció electrificarse, revitalizarse, deslumbrarse ante lo acogedor de su beso, que a pesar de ser tan firme y determinado, llegó a ser dulce y tímido. Mi corazón retumbaba en mi pecho, y no me opuse a mis instintos, me permití disfrutar de su calidez respondiéndole el beso. Sus manos se relajaron y se posaron en mi cuello, erizándome toda la piel y derritiéndome por dentro.
Mis dedos viajaron a su nuca donde me deleité con su contacto, del milagro de sentirme deseada y al mismo tiempo… querida, si es que eso era posible. Jamás me había sentido de esta manera. Nunca antes me habían besado de esa forma: cuidadosamente, como si Aslan estuviese disfrutando cada segundo y al mismo tiempo tuviese miedo de romperme, de hacerme daño, de liberarme.
No necesité abrir los ojos para saber que estaba sonriendo en medio de nuestro beso.
Él lo estaba disfrutando. Yo también.
Él estaba feliz. Yo también.
Incluso cuando su lengua se abrió paso en mi boca encontrándose con la mía, me sentí llena de energía y vigor. Era como si toda mi vida hubiese transcurrido en una gama monocromática, y ahora finalmente llegaba una revolución multicolor.
Eso era Aslan en mi vida: una revolución. Llegó y volteó mi mundo patas arriba, derrumbó mis estructuras, comenzó a cambiar quién era y cómo podía verme a mí misma. Él creía en mí, y aunque fuese difícil, sus palabras calaron. Por breves segundos, me animé a creer en mí misma.
Me atreví a pensar que algo de mí valía la pena.
Nos separamos para coger aire, aunque hubiese preferido perder la conciencia si eso me hacía continuar bebiendo del néctar de sus labios. Mis dedos acariciaron su mandíbula la cual estaba invadida por su barba. Me detuve en ese pequeño lunar al inicio de su mejilla y aprecié cuán perfecto lucía en él y cómo combinaba con sus ojos. Luego mi dedo índice dibujó la silueta de sus labios, haciéndole sonreír de una manera que no había visto antes y que provocó un tsunami en mi estómago.
— ¿Podrías besarme de nuevo? —pedí.
Me habían abrumado las sensaciones que me él me causó, no obstante, quería seguir descubriéndolas.
Quería volver a experimentar lo que se sentía ser besada sin verdadera lascivia ni presiones. Quería volver a sentirme respetada en un beso inocente, de esos que eran capaces de curarte el alma.
—Puedo besarte una y mil veces más, Invierno —susurró antes de volver a perderse en mi boca de una manera tan empedernida como tortuosa.
Me gustaban sus ojos, y me encantaba su mirada.
Me gustaban sus labios, y me encantaban sus besos.
Me gustaban sus manos, y me encantaba su contacto.
Me gustaba su voz, y me encantaban sus palabras.
Me gustaba su personalidad, y me encantaba su alma.
Incluso con nuestras discusiones, él me hacía sentir más viva.
Allí, entre sus brazos y sus cálidos besos me di cuenta de algo peligroso:
Me estaba enamorando de Aslan.
ASLAN
No resistí más.
No podía simplemente dejarla en la puerta de su casa sin expresarle de alguna manera que ella no me era indiferente. Más que eso: que invadía mis pensamientos todos los días a todas horas.
Belén me había dicho que su mamá se enfermaba del corazón cuando yo no estaba, y aunque no la entendí al principio, en algún momento todo pareció encajar. Especialmente tras su reacción al imaginar que yo había tenido algo con su amiga. Allí, cada palabra, cada mirada, cada sonrisa, cada gesto desde que la conocí encajó perfectamente en el hilo que ambos veníamos llevando.
Así que sin pensarlo demasiado, la besé.
Y ella me besó de vuelta, haciéndome el hombre más feliz de la galaxia entera.
Fue cuando sus labios se encontraron con los míos, que me di cuenta de que las dudas sobraban, que ella era por mucho la persona que causaba una rendición en mi interior, y no había otro remedio más que quererla.
Ella no solo era perfecta, era inevitable.
— ¿Podrías besarme de nuevo? —pidió con una nota de inocencia tras quedarnos varios segundos cogiendo un poco de aire.
Aunque ella a estas alturas podía hacer conmigo lo que quisiera, me conmovió que me pidiera un beso aun cuando yo había obviado ese pequeño paso.
—Puedo besarte una y mil veces más, Invierno —respondí con completa sinceridad mientras acariciaba sus mejillas y volvía a perderme en la magia de sus labios, que parecían darme toda la fuerza que ni siquiera sabía que necesitaba.
La sensación de su cuerpo tan peligrosamente cerca, de su boca fundirse en la mía, de sentir cómo suspiraba al volver a besarla, todo aquello era tan sublime que era como si de una manera u otra hubiésemos estado predestinados a encontrarnos.
Con delicadeza ella detuvo el beso, llevó sus manos a mi nuca y unió nuestras frentes mientras soltaba otro suspiro. Sus ojos azules y profundos parecieron estudiar cada partícula de mi rostro y sus mejillas conservaban el color rojizo. El brillo de su mirada me gritaba todas las cosas que ella no estaba siendo capaz de confesarme, pero tampoco la apresuraría.