ASLAN
A lo largo de mi vida me había tocado lidiar con situaciones perturbadoras e incómodas, pero ninguna se comparaba con haber sido rechazado por Invierno. Especialmente de aquella manera: sin justificaciones ni razones. ¡Ni siquiera una excusa medianamente válida! Simplemente me devolvió el beso demostrándome que también le pasaban cosas conmigo, y luego… Nada.
Yo era bastante rompe pelotas y no me quedaría con un nada.
Decidí no molestarla durante unos cuantos días para que al menos ideara un pretexto coherente. Pero ahora mismo estaba entrando al Café Violencia para que habláramos, porque ella no me dejaría varado de esa manera.
Me extrañó no ver a Invierno en su puesto de siempre, ni en ninguna otra parte del café. Suspiré y no pude ocultarle mi decepción a Catalina cuando llegué a la caja.
—Hasta que finalmente te atreviste —mencionó ella enarcando una ceja y dedicándome una sonrisa extraña—. La verdad es que no pensé que fueses a descongelarte tan rápido, Aslan. Por tu culpa debo pagarle a Diego doscientos pesos.
— ¿Podrías dejar de hacer apuestas de ese estilo? Es ofensivo.
—No, no puedo. —Se encogió de hombros—. De todas maneras me parece de lo más romántico que la hayas besado.
No pensé que Invierno se lo contaría a sus amigos como si estuviésemos en secundaria. ¿También le habrá contado cómo me rechazó? Si ella no lo había hecho, pues lo haría yo. Quizás Cata, siendo mujer, podría contarme la verdadera razón por la cual Invierno me estaba apartando.
—No sirvió de nada —repliqué guardando las manos en mis bolsillos—. En pocas palabras me dijo que no podía volver a ocurrir y se marchó.
Ella frunció los labios y luego me dedicó una mirada más amena.
—Es difícil enseñarle a amar a una persona que ha sido menospreciada, maltratada y humillada casi toda su vida. Pero que sea difícil no significa que sea imposible.
Ladeé la cabeza mientras mis cejas se hundían analizando sus palabras. Fue allí cuando caí en cuenta que a pesar de todas las cosas que fui descubriendo poco a poco de Invierno, no la conocía en lo absoluto. Aquello no causó en mí una sensación desagradable, por el contrario, quería conocerla a profundidad.
No obstante, fue imposible no preocuparme al imaginar el conjunto de cosas que implicaba lo que acababa de decir Catalina.
— ¿A qué te refieres con «menospreciada, maltratada y humillada»? —inquirí dejando asomar por completo mi interés, mis dudas y mi inquietud.
Detrás de ella, la puerta que conectaba con la cocina se abrió dejando ver a Invierno y a su jefe, Diego. Cata se dio cuenta de ello y me dio dos palmaditas en el hombro.
—Creo que ella es quien debe contártelo.
Los ojos de Invierno conectaron con los míos, provocando que mi corazón estallara y volviera a unir cada pedazo, proceso que se repitió un millón de veces en menos de dos segundos.
Su rostro se contorsionó tras ser víctima de emociones antagónicas. Su mirada evocaba preocupación al igual que su pequeño ceño fruncido; sus mejillas se sonrojaron posiblemente ante la sorpresa de encontrarme allí; y mordió su labio inferior para contener una inocente sonrisa. No supe si estaba feliz, molesta o triste por verme. Creo que las tres al mismo tiempo.
Diego se quedó detrás de Catalina, y ambos nos observaron como si fuésemos dos pequeños ratones de laboratorio, dos animales de un documental de Animal Planet, dos personajes de su tragicomedia favorita.
—Hola, Aslan —murmuró tras acercarse a mí.
—Hola, Invierno. —Me limité a responder.
Todas las cosas que había venido a decirle se me olvidaron. Todo lo que había ensayado mentalmente los últimos días se esfumó, y simplemente me quedé allí de pie sin saber cómo proceder.
—Diego me ha dado la tarde libre. ¿Me acompañas a caminar un rato? Me gustaría que charláramos —ofreció con seriedad.
Esa era una versión sutil de «tenemos que hablar» que solía terminar en «es mejor dejar las cosas hasta aquí».
Instintivamente volteé a ver a Diego y a Catalina, quienes me asintieron con la cabeza y me hicieron señas con las manos para que me apresurara. Era extraño tener público.
—Caminemos. —Acepté su propuesta.
Había venido a que me diera explicaciones.
Y eso era lo que estaba a punto de conseguir.
PRIMAVERA
Caminamos en completo silencio. Él mantenía sus manos en los bolsillos de su abrigo y de su boca se expulsaba un vaho. Aquella tarde estaba más fría de lo usual, el cielo completamente grisáceo e incluso la neblina decoraba la ciudad de una manera cautivadora.
Llegamos a una plaza cercana y nos sentamos en uno de los bancos de piedra. Lo observé suspirar profundamente y apoyar los antebrazos sobre el espaldar del banco, perdiendo sus ojos oliva y miel entre el paisaje que teníamos al frente. Lucía bastante serio.
—Vas a pedirme que no volvamos a vernos —murmuró con seguridad y sin mirarme, leyendo mis pensamientos.