PRIMAVERA
— ¿No acabas de escuchar nada de lo que dije? Toda esta situación es complicada, además de ser arriesgada para ti.
No tenía la fuerza necesaria para mirarle a los ojos y decirle que quería que se alejara de mi vida, porque sería solo mentirle de manera descarada. La miel de sus ojos se acarameló mientras esbozaba una sonrisa.
—Tomaré eso como un «Aslan, no puedo vivir sin ti» —bromeó.
Resoplé mientras mis mejillas entraban en calor, seguramente ruborizándose frente a él.
—No dije eso, ni siquiera lo insinué —espeté frunciendo los labios.
Sentí las yemas de sus dedos acariciar sutilmente los míos, generando un colapso en mi sistema nervioso. Ni siquiera me estaba tomando formalmente de las manos y ya se había acelerado mi pulso como si me hubieran inyectado una droga bastante fuerte.
Me concentré en su sonrisa, esa que solía ser difícil apreciar en su rostro y ahora parecía tan natural en él. Ya no se privaba de enseñar lo que él realmente era: luz.
—Hace unos minutos dijiste que creías que me causabas repulsión por todo lo que te tocó vivir. Me dijiste que al saber de dónde venías, yo saldría corriendo. ¿Sabes lo que tengo para decirte? Que eres la mujer más fuerte y maravillosa que he conocido. Que estoy aquí y no voy a huir, porque en realidad, que me permitas quedarme cerca de ti es uno de los mejores privilegios que alguien podría recibir en su vida.
Apoyé mi frente en su pecho sin saber qué responderle, al mismo tiempo que sentía un nudo inmenso en mi corazón que combinaba la alegría y todas mis inseguridades. Allí, sintiendo su respiración inconstante y su calidez abrazarme, me di cuenta de que estaba irremediablemente enamorada de Aslan.
Si era que podía llamarlo amor, porque nunca lo había experimentado.
Esa sensación de vulnerabilidad y al mismo tiempo de fuerza, ese doblegar de mis sentidos y esta calidez en todo mi cuerpo debido a sus palabras y su cercanía… Si no era amor, estaba bastante cerca.
Suspiré y cuando nuestras miradas se encontraron, lo supe.
No quería alejarme de él.
— ¿Qué propones?
Una chispa de emoción brilló en sus ojos al mismo tiempo que entrelazó sus dedos con los míos, estremeciendo cada parte de mi cuerpo.
—Sal conmigo, Invierno. No tengo un coche para enseñarte la ciudad, ni muchos ceros en mi cuenta para llevarte a lugares costosos. No sé ni siquiera cocinar, ni soy fan de la literatura, o el más perfecto caballero. Pero espero que aun así quieras conocerme más, porque lo único que quiero ahora es salir contigo, y ayudarte a vivir todo eso que no te dejaron disfrutar durante tanto tiempo.
— ¿Qué es lo que no he podido disfrutar?
—La felicidad.
No supe porqué esas dos palabras me sorprendieron tanto, y aunque no pude ocultar mi impresión, tampoco logré ocultar mi sonrisa.
—El miércoles —respondí—. Es mi día libre. Solo podré estar contigo hasta las seis de la tarde.
— ¿Miércoles? —repitió— Eso es pasado mañana.
—Al menos sabes cuáles son los días de la semana.
Aslan frunció el ceño desaprobando mi comentario.
—El miércoles será.
Di un paso hacia atrás todavía sin separar mis manos de las suyas. Aunque faltaran dos días, ya mi cuerpo temblaba ante la anticipación.
—Volveré al café —dije tras un suspiro—. Diego solo me dio la tarde libre para hablar contigo. Y ahora que resolvimos nuestra pequeña situación, debería regresar al trabajo. Lo necesito.
—De acuerdo. Pero antes de que te marches me permitiré hacer algo.
Soltó mis manos, para posar las suyas en mi cuello y luego robarme un beso. Había besado a hombres antes —a Jorge y a otro chico mucho tiempo después—, pero eran los labios de Aslan los que borraban el rastro de cualquier beso previo. Era como si con cada contacto, estuviese besando por primera vez. Y con cada segundo, perdía más la razón.
—Hasta el miércoles, Invierno —susurró en mis labios.
***
— ¿Vas a seguir puliendo la barra por dos horas más? —preguntó Catalina, cruzándose de brazos a mi lado y enarcando una ceja con diversión. Ahora su cabello estaba pintado de azul y solo resaltaba su piel de porcelana.
Sus palabras me despertaron de mi trance y ni siquiera me había dado cuenta de que había pasado varios minutos limpiando el mismo punto en la barra de pedidos. ¿Cómo iba a darme cuenta si mi cabeza estaba en todos lados menos en mi trabajo? Esto no podía ser muy bueno.
—Es que estaba muy sucia —mentí intentando recuperar algo de dignidad, pero Cata me conocía muy bien.
—Mejor hablemos de Aslan. —Me guiñó un ojo—. No me engañas, sé que solo estabas esperando a que lo mencionara para que pudieras explayarte. Así que canta, pajarito.
Me reí dándome por vencida. Ella tenía completa razón: necesitaba consultar con alguien todo este asunto de la «cita». En honor a la verdad, nunca había tenido una y lo menos que quería era hacer el ridículo frente a la única persona que no solo aceleraba mis latidos sino que yo también aceleraba los suyos.