PRIMAVERA
—Por supuesto que no —declaré.
—Prim, estás siendo muy cerrada con este tema —intentó argumentar Teresa mientras preparaba té—. Belén merece tener una infancia normal, como los otros niños.
— ¿Acaso no la está teniendo?
Con motivo de vacaciones de invierno, el colegio de Belén y la sociedad de padres había organizado un pequeño paseo para los distintos cursos. El de Belén iría a un campamento en Tigre por dos días. Dado que eran niños muy pequeños, algunos padres se habían sumado para colaborar con el cuidado de ellos.
Evidentemente me negué. Belén estaba por cumplir los cinco años, aún era muy chica para viajar con desconocidos.
—No, no la está teniendo. Cuando Belén no está en el colegio, está encerrada en casa o en la cafetería, sentada en una misma mesa por horas. Ni siquiera la llevas a los cumpleaños de sus compañeros para que socialice. Es una niña pequeña que necesita interactuar con otros, Prim.
—Es muy arriesgado, Tere. No quiero que en algún momento nos encuentren.
—Si el loco de su padre supiera dónde estás, hace siglos hubiese hecho acto de presencia. ¿Hasta cuándo vas a tener a tu nena encerrada por miedo a algo que probablemente ni siquiera ocurra?
Si Belén fuese cualquier niña, quizás Teresa tendría razón. Pero me aterraba la sola idea de exponerla y que Jorge la encontrara de alguna forma. Quizás ni siquiera nos estaba buscando dado que ya habían pasado cuatro años. Pero ¿y si lo estaba? Ya algún extraño había preguntado concretamente por mí en la cafetería encendiendo todas mis alertas.
A lo mejor estaba actuando como una paranoica, pero tenía mis motivos. Una vez intenté escapar de Jorge y me encontró, luego me «enseñó una lección», ergo, me golpeó hasta saciarse. Así que de solo imaginar que eso podría ocurrirle a mi pequeña Belén en el presente me hacía perder la cabeza.
—Primavera. —Mi amiga cogió mis dos manos y me sonrió—. Todo estará bien. Ella lo necesita, y tú también. ¿Por qué no dejas ir a Belén el fin de semana e invitas a Aslan a casa? Prometo no acercarme al apartamento y dejarlos solitos. —Guiñó un ojo.
—Suena terrible si lo pones así, como si mandara a Belén lejos por querer que un hombre se quede una noche.
Teresa rodó los ojos con exasperación, me soltó y buscó las dos tazas de té.
—Entiendo que después de cuatro años sin nada de nada, hayas adquirido cierta virginidad mental. Te informo que no tiene nada de malo que un chico venga a casa, además, por lo que me contaste después de su primera cita, no creo que quiera aprovecharse de ti. Pueden tener una cena romántica, conocerse mejor, y estoy segura de que no tendrá problema en irse cuando tú se lo pidas. Mientras tanto, Belén estará riéndose y jugando con niños de su edad.
Ya habían transcurrido varios días desde mi cita con Aslan, que terminó con él dejándome en casa y regalándome un lento beso de despedida.
Nos habíamos vuelto a ver en la cafetería, aunque el clima entre ambos era mucho más extraño, y a veces incómodo. No sabemos hasta qué punto era «normal» sonreírnos como tontos, y Cata no había dejado de fastidiarnos. No obstante, cada segundo que pasaba a su lado era como un nuevo sueño cumplido. Él tenía una capacidad única para vaciar todas mis penumbras, llenarme de ilusiones y por sobre todas las cosas, para reinventarme como persona, descubriéndome como mujer.
—No lo sé, Teresa. No creo que Aslan y yo estemos en ese punto aun, y aunque lo estuviésemos, no sé si esté preparada para ello. No sé si a él le guste lo que vaya a encontrarse.
Bebimos un sorbo de té al mismo tiempo, sentándonos en el sofá. Esa noche ella apenas vestía un camisón, medias largas de invierno, su cabello despeinado y unos lentes más grandes que el fondo de una botella, que solo usaba para estudiar o leer.
—A estas alturas Aslan conoce tu pasado, adora a tu hija, ha decidido esperar a que estés lista para avanzar íntimamente, y se ha preocupado por ustedes incluso cuando ha podido salir corriendo. ¿De verdad crees que le va a importar las marcas de tu cuerpo, Prim? Te ha dicho que te quiere, y eso va más allá de lo que ven sus ojos.
Que ella tuviera razón no me quitaba el miedo o los nervios.
Teresa se levantó, cogió mi teléfono y me lo entregó.
—Llámalo —ordenó—. Yo misma cuidaré de Belén el fin de semana en el campamento y no le ocurrirá nada. Ahora por amor a los dioses, llama a Aslan y dile que quieres cenar con él este sábado.
—Las cosas no son tan sencillas, yo trabajo el sábado.
—Oh, no me hagas contarle a Diego porque es capaz de darte no un día, sino toda una semana libre si eso implica que seas feliz de una vez por todas.
Sonreí. A veces no comprendía qué cosas buenas había hecho en mi vida para que tantas personas se preocuparan de esta manera por mí, para que todas apostaran por mi felicidad y me ayudaran a conseguirla.
Suspiré y cogí el teléfono.
—De acuerdo —respondí—, pero no le voy a insistir. Le preguntaré una sola vez.
—Algo me dice que no vas a necesitar insistirle —se rio.