Un beso por medialunas

Capítulo 27

PRIMAVERA

Como todos los miércoles, llegó mi día libre del trabajo. Para aprovechar la última semana de vacaciones de Belén, Aslan sugirió que pasáramos los tres una tarde juntos paseando por la ciudad.

Era importante porque sería la primera vez que Aslan y yo saldríamos con Belén como pareja.

Ella era muy pequeña para comprenderlo, aun así toda la situación me ponía ligeramente nerviosa.

—Te aseguro que se va a volver loca con los patos que hay en los bosques de Palermo —afirmó él mientras caminábamos a la parada de autobús.

— ¡Patos! —repitió ella— Quiero jugar con los patos.

— ¿Sabes que los patos pueden atacar a los niños, cierto? —le pregunté a él frunciendo los labios— No son tan inofensivos como muchos creen.

—Son solo unos paticos, Invierno. La gata en celo tenía razón: eres muy sobreprotectora.

Llegamos a la parada y Belén volteó a vernos con curiosidad.

— ¿Qué es «en celo»?

Aslan me sonrió con malicia y luego se agachó para estar a la altura de la niña.

—Significa cachonda. Pregúntale a tu mamá qué es esa palabra.

La niña se volteó con inocencia y me haló de la chaqueta para que me agachara junto a ella. Sus ojitos me miraron con confusión antes de seguir la instrucción de Aslan.

—Mami, ¿qué es cachonda?

Dios mío. Iba a matarlo. Iba a cortar su cabeza y hacer que todos los patos de la ciudad se la comieran.

—Significa estar muy… emocionada por algo, cariño.

Emulé un «voy a matarte» con los labios dirigido a Aslan quien escondía una sonrisa traviesa. Cuando busqué mi celular para enviarle un mensaje a Teresa avisándole que ya no estaba en el departamento, me di cuenta de que no lo cargaba encima. Lo había dejado en casa. Lo único que me faltaba.

—Quédense aquí cinco minutos —pedí—. Iré a casa rápido a buscar algo y ya regreso. No. Se. Muevan —tajé con autoridad inminente.

Aslan asintió y cogió la mano de Belén para sentarse en uno de los bancos.

— ¡Rápido, mami! Estoy cachonda.

Todos los adultos que estaban cerca voltearon a vernos con horror tras no comprender lo que la niña en realidad quería decir. Aslan se cubrió la boca con la mano para evitar soltar una carcajada, y yo contuve todo mi ser para no golpearlo en el rostro.

—No es gracioso —espeté—. Tienes hasta que regrese para enseñarle porqué no debe usar esa palabra.

—Sí, mi coronela —respondió como militar.

Afortunadamente mi casa solo quedaba a una calle y media de la parada de autobús, así que aceleré el paso para que no tuvieran que esperar demasiado por mí. Una vez llegué, busqué mi celular con desesperación y no supe cómo llegó a parar debajo de la cama.

Aproveché para mandarle el mensaje a Teresa. Ella llegaría en algunos minutos y creo que traería acompañante esa mañana, así que por esa razón ella me había pedido explícitamente que le avisara cuando yo saliera con la niña.

Me eché un último vistazo en el espejo solo para chequear que todo seguía en orden, y en ese momento escuché la puerta. Quizás mi amiga estaba comprobando que la casa estuviese sola, o Aslan me habría seguido con la niña, desobedeciéndome como siempre.  

Abrí la puerta y me quedé helada ante la imagen. Se me puso la piel de gallina y sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.

Seguía luciendo igual a como le recordaba, con el cabello rubio solo que ahora más despeinado; ojos azules como los míos, y una presencia tan imponente como aterradora.

—Hola, Verita. ¿Me extrañaste?

—Jorge —balbuceé.

Automáticamente intenté cerrar la puerta con rapidez, pero él fue más veloz que yo. Siempre lo había sido. La detuvo y me empujó con ella para adentrarse al apartamento.  

No, no, no.

—Esperaba un poquito más de cortesía, Verita. Creo recordar haberte enseñado cómo tratar a un hombre —pronunció con una sonrisa triunfal y enfermiza en su rostro.

Cuando me mudé con él comenzó a llamarme «Verita», por Primaverita. Cualquiera hubiese considerado ese diminutivo como algo tierno. Pero para mí, Verita significaba dolor, arrepentimiento, ira, lágrimas, golpes.

Verita era una parte de mí que luché por suprimir durante mucho tiempo.

Jorge cerró la puerta detrás de él. Mi cuerpo dejó de reaccionar, a excepción de mis pulmones que inhalaban y exhalaban aire con agitación, y de mis manos que temblaban con locura.

—No pareces feliz de verme. ¿Por qué no te alegra verme, Verita?

Podía escuchar mis palpitaciones retumbar en todas mis extremidades, incluso hacer eco en mi cabeza. Continuaba sin poder asimilar la situación. Él no podía aparecer de esa manera, no en este momento cuando mi vida finalmente comenzaba a tener un rumbo.

Se acercó a mí con cautela y sentí la abrumadora necesidad de salir corriendo, pero mis pies no respondieron. Paseó sus dedos por mi mejilla, haciendo que mis ojos se cristalizaran ante el pánico y el horror de tenerlo de nuevo tan cerca. Mi cuerpo en pleno titiritaba.




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