Un beso por medialunas

Capítulo 28

PRIMAVERA

Dolía.

Todo el cuerpo me dolía.

Abrí los ojos con dificultad y no pude evitar soltar un pequeño quejido. Intenté incorporarme, pero me costó más de lo debido. Paseé la vista por el lugar y reconocí que me encontraba en una habitación de hospital. En el único mueble individual que estaba sentado Aslan con la cabeza apoyada en la pared y sus ojos cerrados.

Estaba dormido. Se veía tan lleno de calma que sonreí ante la ternura.

Entonces poco a poco las imágenes fueron llegando a mi cabeza.

Jorge. Mi casa. Los golpes. Las lágrimas. Sus palabras y amenazas. Sus manos sobre mi cuerpo.

Mi respiración comenzó a acelerarse al no saber qué sucedido con él, ¿se había llevado a Belén? ¿Lo habían atrapado? ¿Había escapado? Dios mío, podría aparecer en el hospital en cualquier momento.

Tengo que salir de aquí.

—Alto ahí, señorita. —Escuché la voz de Aslan cuando intenté levantarme de la cama llena de pánico. Su mirada continuaba un poco somnolienta pero se acercó a mí apresurado y me obligó a acostarme—. ¿A dónde ibas? ¿Tan rápido pensabas escapar de mi amor?

Sabía que bromeaba porque intentaba ocultar una sonrisa.

—Aslan, no lo entiendes. Jorge-

—De él ya se encargó la policía. De hecho, Diego habló con un abogado amigo suyo para asegurarse que esa basura se quede tras las rejas el mayor tiempo posible.

— ¿Eso quiere decir que…?

Se acercó a mí acariciando mis mejillas, acelerando mis latidos y dejándome sin respiración.

—Que no tienes que volver a preocuparte por él. Por el único hombre por el cual debes preocuparte es por el que tienes al frente, porque desde hoy se te hará imposible deshacerte de mí. Lamento informarte, Invierno, que te esperan millones de besos robados, caricias tan deleitantes como tortuosas, y días llenos del cálido verano que provocamos cuando estamos juntos. Espero que estés lista para eso.

En el fondo me costaba creer que Jorge ya no estaba en mi panorama, ¿de verdad se habían encargado de él? ¿De verdad no tenía que volver a preocuparme? Creo que era la primera vez en toda mi vida que no debía mortificarme por ser agredida por otra persona. Ni por mi padre ni por Jorge.

La libertad se sentía… rara.

Me perdí en la miel de sus ojos por varios segundos, sintiéndome tan extraña al imaginar que desde hoy podía hacer mi vida plenamente con el hombre que me hacía feliz y con mi hija. Belén tenía una nueva oportunidad para ser libre, para desarrollarse con tranquilidad alrededor de quienes la apreciaban.

¿Estaba soñando todavía?

—A pesar de que me encantaría comenzar con esa tortura ahora mismo —le dije acariciando sus labios—, tengo que saber, Aslan. ¿Cómo lograron sacarme de allí? ¿Dónde está Belén? ¿Jorge volvió a…?

—No —respondió antes de que terminara la pregunta—. Logramos entrar a tu casa justo antes de que volviera a abusar de ti, al menos sexualmente hablando. De momento no presentas lesiones graves. Y Belén está en este momento con algunas personas que quieren verte —sonrió.

Lo miré con curiosidad y él se excusó, dejándome sola en la habitación.

Me vi tentada a ir al baño solo para mirar mi reflejo pero preferí no hacerlo. A estas alturas no había necesidad de ver cuán magullada me había dejado Jorge, era suficiente con sentir mis palpitaciones en mi rostro. Además, todo finalmente había terminado y necesitaba concentrarme solo en eso: en mi tranquilidad y la de mi hija.

Le agradecí al destino por hacer que la justicia se encargara de él. El riesgo fue alto, pero aunque sea había un abusador menos suelto en la calle.

Cuando Aslan regresó, no lo hizo solo. A la primera que vi fue a Belén, quien exclamó un «¡mami!» y corrió para subirse en la cama conmigo. Me obligué a no emitir ningún quejido de dolor aunque ella me estuviese maltratando sin quererlo. Por la puerta entraron Catalina, Diego, Teresa, un chico desconocido que la tomaba de la mano y… el señor Lucas.

Eso sí fue extraño.

Luego me explicó que ese era el mismo hospital donde su esposa permanecía en observación. La vida estaba llena de casualidades.

—Te compré un globo —dijo Catalina amarrándolo a la cama.

—Cata, es un globo que dice «felicidades, es un niño». ¿Tuve otro bebé sin darme cuenta?

—No, pero solo vendían de estos en la tienda. Aunque no te vendría mal darme un ahijado. Podrías ponerle Otoño, así mantienes una tradición familiar.

Todos nos reímos y luego cada uno de ellos se disculpó conmigo como si tuvieran responsabilidad sobre lo que había ocurrido. No era culpa de ellos que el padre de mi hija fuese un hombre violento, aun así se me cristalizaron los ojos al darme cuenta de algo:

Yo siempre creí que estaba sola con este problema. Pero la verdad era que nunca lo estuve.

Ellos siempre fueron pequeños ángeles que cuidaron de mí, incluso cuando yo misma lo ignoraba. Estuvieron a mi lado aun cuando intenté apartarlos.




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