Un beso por medialunas

Capítulo 29

PRIMAVERA

DOS MESES DESPUÉS

— ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Aslan en un murmullo para que Belén no nos escuchara.

—Pues no. Pero dicen que la mejor manera de superar el pasado es enfrentándolo.

Aslan se limitó a asentir y tocó la puerta delante de nosotros.

Existía un cincuenta por ciento de probabilidades de que esa persona no estuviese en su casa, y en el fondo me sentiría aliviada. Había juntado todo mi valor para venir hasta acá, pero a decir verdad, el miedo me estaba consumiendo. Quizás miedo no era la palabra ideal… Se trataba de una incertidumbre no placentera.

También existía otro cincuenta por ciento de probabilidades de que esa persona estuviese en casa y nos abriera.

Y fue exactamente lo que ocurrió.

— ¿Primavera? —preguntó tras mirarme con incredulidad. Allí me di cuenta de que quizás había sido una mala idea.

—Hola, papá. Ha pasado mucho tiempo.

Aslan y yo nos habíamos planteado escenarios donde él perdía los papeles y me agredía junto con Belén, pero quería creer que algo en él había cambiado.

Físicamente se mantenía igual: alto, con su cabello negro ni tan corto ni tan largo, un poco despeinado. Se estaba dejando la barba, y su piel lucía nuevas arrugas. Vestía unos pantalones deportivos y una franela gris. Estaba flaco, mucho más de lo que recordaba. La piel empezaba a guindarle en el cuello. ¿Estaría comiendo bien?

Eran las diez de la mañana y por fortuna, a estas horas no parecía borracho. Mi papá solo bebía en las tardes y en las noches. Digamos que tenía un cierto respeto por las mañanas.

Nos miró a los tres con la boca abierta quizás pensando que estaba alucinando. Comencé a sudar cuando caminó hacia mí. Aslan se puso delante de Belén, preparado para intervenir en cualquier segundo. Mis sentidos se alertaron por completo.

Pero lo único que hizo mi padre fue abrazarme.

Me desgarró el alma cuando lo escuché llorar. Yo no pude hacer lo mismo, desde hacía mucho tiempo mis lágrimas se habían negado a pertenecerle.

—Pensé que te había perdido para siempre —confesó. Quise decirle que sí me había perdido y que esto no era el inicio de una relación para toda la vida sino una reunión para sanar viejas heridas. Él nos miró a todos de nuevo y sonrió—. Pasen, pasen, por favor.

Aslan me dedicó un asentimiento con la cabeza para indicarme que estaba todo en orden, de igual manera, antes de pasar se llevó a Belén a los brazos, quien permanecía callada tal como ambos le habíamos indicado.

—No tardaremos mucho, papá —le dije mientras nos sentábamos en el sofá de esa antigua sala—. Ellos son Aslan y Belén. —Los presenté y mi padre no hizo preguntas.

La casa permanecía igual a como la recordaba, solo que mucho más desordenada y sucia. Los muebles parecían rasguñados, el piso desbordaba polvo y basura, y en todo el sitio reinaba un olor a humedad con ropa sucia.

Mi padre se sentó frente a nosotros, todavía consternado ante la sorpresa.

—Me alegra tanto verte de nuevo, Primavera. Sufrí cuando te fuiste de mi casa, no supe a dónde o con quién. Con el tiempo me di cuenta de que te di motivos de sobra para dejarme, lo siento tanto.

—Esa una de las razones por las que vine, papá —pronuncié con firmeza, como si en realidad no estuviese muerta del miedo—. A contarte todo lo que pasó cuando me fui, aunque parte de esa historia se resume a ella. —Señalé a mi hija, que observaba la casa con extrema curiosidad—. Se llama Belén, y es tu nieta.

La boca de mi padre se abrió en una “o” perfecta y la observó durante segundos. Sus ojos volvieron a aguarse con honesto dolor. Se levantó y caminó despacio hacia nosotros. Aslan volvió a tensarse y apretó un poco más a la niña en sus brazos. Mi papá me preguntó con una seña si podía acercarse a ella, y yo me limité a asentir.

Solo se agachó frente a Belén y jugó con la niña por unos segundos. Ella, dándose cuenta de que ya podía hablar, lo saludó con tanto cariño que pareció que hubiese tenido a su abuelo toda la vida.

Aproveché ese momento para contarle toda la verdad, un poco asustada por las consecuencias.

Maquillé un poco la versión: le dije que Jorge me ofreció irme con él, acepté y allí salí embarazada. Le conté cómo me fui a Buenos Aires y cómo Aslan y yo nos conocimos. Terminé confesándole el último incidente con Jorge y que finalmente había terminado en la cárcel.

—Ese desgraciado. Nunca me agradó.

—Él me dijo reiteradas veces que era tu amigo —repliqué.

—No. Jorge trabajaba para uno de los hombres que me prestaba dinero para las apuestas, su tarea solo era cobrar y repartir golpes. Hace unos meses lo descubrieron cobrando más plata de lo debido para quedársela. Lo último que supe de él fue que huyó a Capital para que no lo mataran. Supongo que fue allí cuando decidió comenzar a buscarte.

Ahora algunas actitudes de Jorge tenían más sentido, de todas formas no quería revolver el pasado más de lo estrictamente necesario. Me levanté del sofá y le indiqué a Aslan que hiciera lo mismo.




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