PRIMAVERA
—…que los cumpla Primavera, que los cumpla feliz —cantaron todos al unísono. Acto seguido, soplé las velas del pastel que me había regalado Diego. Además del Café Porteño, sus padres eran dueños de varias confiterías y panaderías en Buenos Aires, así que si algo sobraba en mi casa noche eran dulces y medialunas.
Casi todos mis cumpleaños los había pasado sola, hasta que me mudé a la capital, donde comencé a entablar relaciones de amistad.
Pero este cumpleaños era más que especial para mí porque me sentía plenamente en familia.
Diego había abierto una nueva cafetería de la cual se encargaba Catalina. Yo fui promovida, quedando como encargada del Café Porteño. El sueldo era considerablemente mejor y tenía un poco más de tiempo y energía para estudiar.
—Nosotros ya nos vamos —anunció Teresa cuando se hizo tarde—, Facu y yo tenemos a una cena con sus padres. Feliz cumpleaños, pequeña. —Se acercó a mi oído para susurrar algo que nadie más escucharía—. No llegaré esta noche así que cuando Belén se duerma, puedes usar mi habitación para que celebres con Aslan. Ya sabes, chaca chaca.
Solté una carcajada y le di un golpe en el hombro para que se dejara de tonterías. Sin duda ella no tenía remedio.
Poco después, Cata y Diego se acercaron para despedirse también. Ella fue a pedir el elevador mientras Diego se despedía de mí.
Cata y Diego estaban saliendo ahora. Eran de esas parejas «casuales» que solo se visitaban de noche, pero estaban comenzando la etapa de ampliación de derechos y obligaciones.
—La semana que viene no estaré en la ciudad, Prim. Dos de mis mejores amigos del colegio se casarán. Así que te dejo encargada de absolutamente todo. Confío en ti. Nada de regalarles medialunas a los clientes. —Entornó los ojos de manera acusadora.
— ¿Ya te enteraste? —Me reí aunque no pude evitar sentirme culpable.
—Siempre lo supe. Sé que darle medialunas a tu noviecito te concedió un poco de felicidad. Pero no más.
—Lo sé. Lo siento, jefe.
Cuando se fueron, me quedé solo con Belén y Aslan en casa. Era hora de mi tradición de cada cumpleaños, así que le pedí a mi pequeña que me esperara en la habitación mientras buscaba El Principito para leerlo juntas.
Ahora con Aslan.
Cuando tuve el libro en mis manos, Aslan se acercó a mí con curiosidad y me lo pidió. Lo examinó con cuidado y me miró con el ceño fruncido.
— ¿Dónde conseguiste este libro?
Me pareció extraña su pregunta, pero no me molestó contestarle.
—Me lo regaló un niño en mi onceavo cumpleaños. Bueno, no me lo regaló exactamente. Intentó lanzarlo a la basura, y cuando quise devolvérselo me dijo que no lo quería, que yo me lo podía quedar. Así que lo hice, y desde entonces lo leo en cada año.
Aslan sonrió mordiéndose el labio inferior. Me miró con tanta adoración que tuve que contener la respiración para no derretirme.
—Quizás siempre estuvimos destinados a querernos —murmuró entregándome el libro.
— ¿Qué quieres decir?
—Ése es mi libro. Lo reconozco porque marqué su lomo con una A, y porque la primera página tiene una dedicatoria de mi hermana, Florencia. La vez que intenté deshacerme de él tenía trece años y recién había ocurrido el incidente con las amigas de mi hermana. Mi familia y yo viajamos a Rosario a visitar a mi abuelo que estaba muriendo, y lo único que recuerdo era que estaba tan triste por todo lo que ocurría en mi vida que no quería creer en fantasías de cuentos. Así que intenté botarlo.
Lo miré con incredulidad y procedí a revisar el libro yo misma. En efecto la A seguía marcada en el lomo aunque el tiempo la había ido borrando de a poco. En la primera página estaba esa dedicatoria que siempre consideré bonita, pero nunca supe quién era “F”.
Aslan pronunció de memoria las mismas palabras que estaban escritas en la primera página:
— «Los principitos no viven solo en los cuentos. De todas maneras, asegúrate de que el cuento de tu vida sea uno que valga la pena leer. Te quiero siempre, F.»
Llevé el libro a mi pecho sin poder creerlo. Siempre fue él. Había sido él durante casi toda mi vida. Quizás conocerlo siempre fue parte de mi destino, y si existían los amores de por vida, sabía que él era el mío.
Sentí sus dedos acariciar mi mejilla y luego mi cuello, despertándome del pequeño trance en el que me había sumergido. Lo miré a sus intensos ojos oliva y miel mientras él esbozaba una tierna sonrisa.
—Este fue el único regalo de cumpleaños que recibí cuando era pequeña —confesé—. Me regalaste ilusiones cuando solo conocía desdichas. Me regalaste viajes cuando tuve que recluirme en cuatro paredes sin saber cómo escapar. Me regalaste alegrías cuando lo único que conocí fue tristeza. Sin saberlo, fuiste tú quien alumbró algunos de mis días durante una juventud lúgubre. Y años después, fuiste tú la persona que me rescató de mis complejos, fuiste la persona que me aceptó sin importar mis errores, fuiste la persona que me amó a pesar de no tener nada para ofrecer más que mis propios sentimientos. Fuiste tú quien me hizo libre de las maldades del mundo, y al mismo tiempo me volvió esclava del amor. No me alcanzarán los años para demostrarte cuánto te quiero, Aslan. Solo me queda pedirle al destino que si existen las otras vidas, pueda encontrarte de nuevo para seguir queriéndote.