“Kira era maquilladora y cada tanto ponía purpurina en los ojos de las modelos para que tuvieran un brillo especial. Un día se quedó sin brillantina así que miró la parte de atrás de uno de los paquetes y decidió ir a la dirección que le decía allí. Ella vivía en Nueva York y la fábrica estaba en la isla Roosevelt que quedaba en el Río Este de su ciudad. Después de un viaje ajetreado llegó a destino. El lugar era una casa muy pequeña pintada de negro que parecía hollín y daba algo de escalofrío al verla. Pero Kira necesitaba estos productos para seguir trabajando, así que tomó valor e ingresó por la puerta principal. El interior era blanco y todo brillaba como un diamante. La atendió una mujer joven, de cabellos plateados con dos alas celestinas. Para sorpresa de Kira, la mujer era un hada.
-Eres la primera persona que viene hasta aquí, así que tenemos un regalo especial para ti – dijo el hada. Le dio en su mano un paquete de brillantina dorada.
Luego Kira hizo sus compras normalmente: purpurina de todos los colores para las modelos.
Llegó a su departamento muy tarde. Al abrir su cartera sacó el paquete de purpurina dorada. Se preguntó qué tendría de especial aquella brillantina así que la abrió e hizo como hacía con sus modelos, se la colocó en los párpados y así fue como todos los sueños de Kira se hicieron realidad.”