Un Buen Amor

04

 

—¿Qué fue lo que sucedió? — Dijo él, mientras tomaba a su hijo en brazos.

 

—Cuando llegue una mujer salió muy molesta de aquí y me lo dejo en brazos, me dijo que estaba cansada y harta del pequeño ángel, lo dejo en mis brazos.

 

Por dentro maldecía una y otra vez, como se había atrevido esa mujer a dejar a su pequeño, así como así, estaba totalmente seguro que demandaría a la agencia que lo mando, si su hijo era un pequeño ángel justo como Luisa lo había dicho, porque nadie podía ver como era su pequeño, un hermoso ángel.

 

—El empleo es suyo.

 

—¿Está seguro?

 

—No tengo dudas, por favor pase para mostrarle su habitación y los detalles, solo espero que esa mujer no haya dejado ni un rastro de su presencia en mi casa, juro que los demandaré.

 

Ella no dijo nada, porque sabía perfectamente que era lo correcto, que clase de alma desalmada dejaba solo a un pequeño, si ella no hubiera llegado tal vez lo dejaba a su suerte.

 

Le mostró la casa, los detalles, donde estaba cada cosa relacionada con el pequeño, quedo encantada, realmente era una belleza con la decoración, todo blanco salvo un cuadro con una nube pintado a mano.

 

—Es una habitación muy hermosa, solo le falta algo.

 

Miro a su alrededor, nunca había tenido tiempo de detenerse a ver a su alrededor, lo más fácil había sido decorarlo todo en blanco y no hacer mayor esfuerzo. La sonrisa que su hijo le dio, hizo que algo dentro de él reaccionara, era una locura, pero era algo más allá de la lógica.

 

—Puede hacer con esta habitación lo que gustes, supongo que si pues, le falta algo. Se que le dije que el trabajo es suyo, solo quiero ver como interactúa con mi hijo.

 

Ella se subió las mangas de la camiseta, tomo al pequeño entre sus brazos y lo dejo sobre la cama, no lloro, no se quejó, no hizo algún berrinche, normalmente empezaba a llorar cuando lo alejaban de los brazos. Luisa jugo un momento con él, luego cambio su pañal, paso un pañito húmedo por su cuerpo, le hizo algunas cosquillas, para luego terminar de cambiar su atuendo, a traje que se asemejaba a un disfraz de oso, era realmente tierno y apachurrarle, sumándole esa sonrisa, ella estaba segura de que de grande rompería muchos corazones.

 

—Quedo perfecto, ¿A que no es guapo? — Dijo ella, mientras Carlos, sonreía porque después de todo sí, había quedado más que perfecto.

 

—Ahí lo tienes ¿Contento?

 

—Muy bien, quédate ahí, porque te juro que, si esto dice lo que sospecho, vas a pagar muy caro— Sin embargo, cuando abrió el sobre, se dio con la sorpresa, era cierto, simplemente era una certeza de noventa y nueve punto noventa y nueve, era su hijo que yacía ahí en su vientre.

 

Trato de olvidar aquella conversación, nadie podía juzgarlo, solo fue una borrachera, un par de horas de pasión, que luego vengan a decirle que iba a ser padre, todas las alarmas se encendieron, unas a las que no le tomo real conocimiento, porque tiempo después aquella mujer, mostró su verdadero rostro.

 

Dejo a Luisa y su hijo, en la segunda planta, él bajaba a preparar algo ligero de comer, se sentía por algún motivo, tranquilo y en paz, siempre había tenido problemas con las cuatro personas que estuvieron en casa al cuidado de su primogénito, todas venían a quejarse, a manifestar alguna situación donde el pequeño resultaba ser el culpable de sus desgracias, no lo podían dejar en paz. Sin embargo, con Luisa, era un caso contrario, era sumamente extraño, como mujer le llamaba la atención, era de su tipo, pero también sabía que no debía entreverar las cosas.

 

—Tiene bonita sonrisa— Se dijo a sí mismo, antes de verla bajar junto con el pequeño en brazos, era como una aparición divina. Movía la cabeza, no debía por ese camino, no lo necesitaba.

 

—Necesito prepararle el biberón al pequeño.

 

—Claro, le voy a enseñar donde están los utensilios.

 

Ella lo observaba, no podía negar, era un hombre atractivo, pero luego muchas de sus acciones lo llevaban a recordar a su querido Germán, aquella sonrisa que solo una persona con el alma limpia, te podía dar

 

—¿Quieres cenar cariño?

 

—Si lo has preparado tú, entonces claro que sí— Abrazándolo por la espalda para sentir su aroma, su amor la cegaba a ver lo que estaba sucediendo, el cuerpo de su querido Germán, mostraba las huellas de la enfermedad en él, huellas que ella negaba a aceptar, con la esperanza que sucediera algún milagro, uno que lamentablemente nunca llego.




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