Un Buen Amor

05

 

—No pensé verte aquí, estoy realmente sorprendido, pensé que desde lo de Germán, tú misma dijiste que no volverías, lo siento, no quise ser imprudente, solo que me sorprendí. 

 

—Tranquilo Adrián, soy niñera de este hermoso ángel que tengo entre mis brazos, no quiero cambiar su rutina, por asuntos personales— Dejando pequeños mimos, con su nariz, sobre la mejilla del pequeño.

 

—La verdad, es un desperdicio de tu talento.

 

—¿Qué acabas de decir? Espero haber escuchado mal — Pregunto ella, incrédula de aquel comentario, bastante le había costado poner un pie sobre un hospital.

 

—Lo siento, solo que conozco tu talento, tu destreza, estas hecha para más que ser niñera, no sé qué haces cuidando de un infante, Luisa, tú tienes manos prodigiosas, siempre te dije que en vez de enfermera debiste ser cirujana.

 

Ella presionó los labios, lo que nadie sabía que no lo había sido por falta de ganas o talento, sino por falta de recursos, a veces solo eres lo que te toca ser, no siempre lo que quisieras ser, en algún momento se lo volvió a plantear,   pero simplemente pensó que los años pensarían y no estaría preparada para ser cirujana y pasar por todo el proceso en esta etapa de su vida adulta.

 

—Sabes que ese ambiente ya no tiene nada que ver conmigo, ya dejé eso atrás. Andrew agradezco tu preocupación, pero prefiero dejar ese tema de lado, por favor revisa a mi pequeño ángel.

 

Andrew percibió la incomodidad en ella.   Por lo que decidió dejar el tema de lado y dedicarse a su trabajo como pediatra del pequeño, que luego de algunos minutos se percató su excelente estado de salud, Luisa era la mejor cuando se dedicaba a ello, otra vez lamentaba su falta de confianza.

 

Terminando la consulta, Andrew se volvió a disculpar ofreciendo llevarla a su casa, aunque ella se negó, el auto que pido por aplicativo iba a tardar mucho y no se arriesgaba a tomar un taxi, aún sentía que la vigilaban, es esa sensación de ver y no ver, de sentir y no sentir no tenía pruebas, pero tampoco dudas.

 

—Gracias por traernos.

 

—Es lo mínimo que puedo hacer, te lo vuelvo a repetir, no quise ser inoportuno.  Sin embargo, te digo algo que recién ahora me atrevo a decir.

 

La duda la invadió, no quería que fuera aquel cliché rosa, no estaba ni quería que aquella amistad se rompiera, sin embargo, sus palabras, más que sorprenderla, terminaron por afectarla tanto, que hizo que las tuercas de su cabeza giraran sin parar.

 

—¿Qué cosa?

 

—Germán, creía en tu talento, él sabía que si te lo proponías podías lograrlo.  Sé que le hubiera gustado que siguieras tus sueños.

 

No tuvo tiempo de procesar sus palabras, porque justo en ese momento llegaba Carlos, que cuando vio un auto sospechoso, le llego algún pequeño temor, no había podido llegar a la cita con su hijo por un problema En el tráfico,

 

—¿Todo bien Luisa?

 

—Sí, Carlos, te presento, él es el doctor Andrew Garza, el pediatra de Danielito, además de ser un viejo amigo.

 

—No sabía que los pediatras también hacían de chofer— Aquel tono usado, no era lo que quería dar a entender, pero fue algo que salió desde el fondo del alma, muchas veces tu lengua le gana a tu cerebro.

 

—Te dije, es un viejo amigo, además ser pediatra de Danielito, se ofreció amablemente a traerme, no confió en los taxis de la ciudad.

 

—Coincidencias de la vida, con su permiso, tienes mi número Luisa, cualquier cosa que necesitas me llamas, no importa la hora

 

Se despido de ella con un beso en la mejilla y con gesto leve hacia Carlos, que sentía una vibra extraña con aquel médico.

 

—Debería cambiar de pediatra, buscaré uno mejor.

 

—¿De qué hablas? Andrew está entre los mejores en su rama, estoy convencida de que en mejores manos no estará el pequeño ángel que duerme como lo que es un hermoso y pequeño ángel.

 

—Será mejor que entremos, puede empezar a hacer algo de frío.  — Una vez ella avanzó unos pasos, el saco algo de su auto. Entraron juntos al percatarse de lo que él traía entre manos, no puedo evitar preguntar.

 

—¿Y eso?

 

—Es un pastel, hoy Danielito cumple tres meses — Le enorme sonrisa en la cara de Carlos, era de un padre orgulloso, de uno que no temía demostrar el inmenso y profundo amor que sentía hacia su hijo.




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