—No lo tomes a mal amiga, puede ser mi comentario bastante cuestionable, pero tengo que decirlo.
—Me estás asustando.
—cualquiera que los viera, pensarían que son madre e hijo.
—Es que adoro, a esta preciosura, es que no puedo evitarlo, es una cosita tan tierna, sus balbuceos, su olorcito, ese perfume me trae loquita, el brillito de sus ojitos.
—Hablas cómo lo hago yo, cuando preguntan por mis hijos.
Luisa se sorprendió, después de todo no lo había visto de ese lado, solo sabía que quería tanto al pequeño a su cargo, que solo se dejaba llevar por el gran cariño que día a día crecía en su corazón hacia él.
—Pero soy realista, tal vez algún día nos separen.
—Lo dices por Carlos ¿Cierto? —María era consciente que la convivencia entre dos personas adultas del sexo opuesto, sin ningún tipo de ataduras o a quien rendirle cuentas, podría crear algún tipo de vínculo o tensión producto de esa convivencia diaria, sin embargo, sabiendo lo que ella había sufrido por su difunto esposo, no sabía a ciencia a cierta, si aquellas sospechas podrían ser reales, adjudicaba su buen humor y recuperación al pequeño, pero también estaba aquella mínima posibilidad que se deba al padre de este último.
—Esta vida me ha enseñado que muchas veces lo que más quieres te puede ser arrebatado de un momento a otro.
—¿Qué piensas de Carlos? — Quería que cambiar de tema, aquella frase podía ir por otro rumbo, uno que le traería recuerdos llenos de dolor.
—Es un excelente padre, tan amoroso, se desvive por el pequeño, cuando él lo ve, se le caen las babas.
—Y ¿a ti?
—¿Yo qué?
—Carlos, no es feo —le respondió ella—. No me mires así, como si se me hubiera salido un tercer ojo.
—No sé a qué viene algo así, yo amo a Germán, nunca dejaré de hacerlo.
—No pregunté. Si amabas a Carlos, no puedes evadir la verdad. Llámame, tonta, boba o lo que quieras, pero a ti te pasa algo con él, no solo se debe al pequeño que quieres tanto.
—María, creo que debo irme, no me gusta hablar de estas cosas—. María se acercó y la tomó de sus manos, haciendo que se vuelva a sentar sobre el mueble frente a ella.
—Escúchame, nunca dejarás de amar a Germán, porque fue el gran amor de tu vida, pero eso no quita que sientas, que vivas, que abras los ojos al mundo allá afuera, Él hubiera querido que seas feliz, solo piénsalo.
A Luisa, la salvó la campana, el pequeño Daniel, gritó a los cuatro vientos que extrañaba la atención a la cual lo había acostumbrado. Eso fue suficiente para que el tema quedara olvidado por el momento, sin embargo, no había pasado mucho desde esa conversación, cuando llego Carlos, con esa sonrisa que acostumbraba, extendiendo los brazos hacia su hijo, aunque su mirada también se dirigía hacia ella, la mujer que le alegraba los días, sin percatarse del impacto que le causaba, todo había sucedido de forma tan natural que cuando se dio cuenta, ya los sentimientos estaban involucrados, pero era tan cobarde, que el miedo al rechazo, hizo que aquella idea de exponer sus sentimientos y mostrase vulnerable desapareciera.
—¿Crees que te puedes quedar con Daniel? Tengo un ligero dolor de cabeza —decía ella, pero lo que quería era huir de las consecuencias de aquella conversación con su mejor amiga.
—Ve, descansa, no debe ser fácil, estar todo el tiempo pendiente de Daniel, estoy pensando tomarme dos días de mi trabajo para que puedas relajarte un poco. ¿Qué te parece?
Ella solo afirmó con el mentón, debería sentirse alegre por los días libres, sin embargo, alejarse de ellos, no estaba en sus planes, cuando fue consciente de sus propios pensamientos y la palabra “Ellos” su corazón latió tan rápido, que sus mejillas rápidamente se pusieron rojas como un tomate y como si le quemaran los pies subió a su habitación, cerró la puerta tras de ella y se abrazó a sí misma arrastrándose de forma lenta sobre aquella puerta.
—Yo amo a Germán, si yo amo a Germán, no te puedo olvidar, mi amor.