Un Buen Amor

08

 

—¿Qué planes tienes en tu día libre?

 

—Voy a ver a alguien, hace mucho que no lo visito.

 

—¿Hombre?

 

—Sí—Respondió ella, con una sonrisa nostálgica, dejando un beso sobre la frente del pequeño. Aquel gesto fue malinterpretado por Carlos, quien se empezaba a arrepentir de haberle dado ese espacio.

 

—Pero no eres nadie Carlos, para impedirle encontrarse con algún hombre, eres solo un cobarde incapaz de confesarle lo que provoca en ti, así que calla y soporta.

 

Se repetía a sí mismo, como si de un mantra fuera. Mientras ella tomaba su bolso y se marchaba, un taxi la esperaba allá afuera.

 

—Ni siquiera es capaz de recogerla, maldito, infeliz—murmuraba, sabiendo que nadie lo entendería.

 

Una hora después, Luisa, se encontraba en aquel lugar, antes de acercarse a su destino, compro un ramo de rosas blancas, sus favoritas, tomo aire profundo, tratando de controlar las emociones, era la primera vez que iba sola, ocho meses habían pasado. Casi un año sin él, era como si el tiempo transcurriera tan lento, como si quisiera seguir torturándola con la desolación.

 

—Hola, mi amor —pasando un trapo por la lápida, para luego limpiarla, por completo arrancando con sus propias manos la mala hierba, los dientes de león que revoloteaban a su alrededor —Voy a pedir autorización, para sembrar un rosal tal como te hubiera gustado, rosas blancas, tus favoritas.

 

Seguía hablando con él, con lágrimas en los ojos, contándole todo lo que había pasado en su ausencia, sin percatarse que a lo lejos una sombra seguía sus pasos, respiraba casi en su nuca, una nube gris, que amenazaba con atormentar sus días.

 

—¡Maldita infeliz! Te casaste con él solo por su dinero, pues ahora soporta su maldición. Nunca debiste cruzarte en su camino, todo lo que tienes me pertenece.

 

 

 

—¿Por qué tus ojos están así?

 

—Por nada, voy a saludar a Daniel y me iré a descansar.

 

—No me mientas—Sin darse cuenta y actuando por instinto del hombre que se preocupaba por la mujer que se le estaba metiendo hasta las entrañas, tomo de su mentón, con uno de sus dedos, tentadoramente tan cerca, que a un mal pasos y sus labios podrían cruzarse.

 

—Le dije que estaba bien, no quiero hablar.

 

—No soporto verte así por algún infeliz.

 

—¡No se atreva a decirle de esa manera! No sabes nada Carlos, no te metas en mi vida privada.

 

Trató de alejarse, no podía con la idea de que alguien ofendiera la memoria del hombre que la había hecho tan feliz con su presencia en su vida.

 

—No puedo dejarte en paz como quieres, porque me importas, ¡carajo!— lo dijo en casi un susurro, cerca de sus labios. Ella podía sentir su aliento, su corazón latía tan rápido que sabía que podía salírsele del pecho, pero ¿por qué?

 

Él decía, hacía poco tiempo, que sería un cobarde, que se mantendría al margen, pero no podía hacerlo, no cuando toda la tarde no había dejado de dar vueltas acerca de la idea de ella con alguien más, no se estaba portando con el ser racional que se supone que era, era como chiquillo que quería a toda costa llamar la atención de la chica que le gustaba.

 

—Lo siento, no puedo evitarlo—Para luego juntar sus labios con los de ella, ya las cosas estaban hechas y no podía dar marcha atrás, se lanzó a la piscina sin importarle que esta estuviera vacía.

 

 

 




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