Un Buen Amor

10

 

 

—Me alegro tanto por ustedes, de verdad amiga que te lo mereces —mientras le daba un abrazo, lleno de alegría, de emoción, luego de casi un año de haberle hecho casi desfallecer del dolor, ahora, en cambio, estaba con una enorme sonrisa adornando su rostro.

 

 

—Me lo esperaba, pero también me alegra por ustedes. Ya sabes, Carlos, a la primera tendré que patearte las pelotas.

 

—Si no se las pateo, yo antes—Comento María.

 

—Dejen sus pelotas en paz, se va a portar bien, ¿verdad? —Mientras él rodeaba su cintura con ambas manos, dejaba un beso sobre su mejilla.

 

—Lo juro por lo que quieras.

 

El llanto del pequeño Daniel invadió aquel ambiente de algarabía, Luisa rápidamente fue ver como estaba junto con María.

 

—¿Es en serio eso de que estás enamorado, o no?

 

—¿Lo dudas?

 

—Por un momento creía que era parte de su estrategia, sé cómo jugabas antes, no lo quise mencionar delante de ellas por respeto, pero se sincero conmigo, después de todo somos amigos hace muchos años.

 

—Solo paso, no sé si la convivencia, el descubrir en ella una mujer, inteligente perspicaz,  podía conversar con ella por horas de lo que sea  y  no me aburría al contrario, las horas se hacían cortas, de un momento a otro me descubrí mirándola, detallando cada parte de ella, admirando su sonrisa,  extrañándola cuando la tenía lejos,  pero simplemente no podía más con la idea de ella fuera de aquí, estuviera con alguien más, pero eso me ayudo a revelarme ante ella y heme aquí más enamorado que cuerda de guitarra.

 

Aquella confesión era escuchada por ambas mujeres, para luego entrar en la habitación del pequeño ángel, que cuando vio a Luisa, le extendió sus pequeños bracitos ansioso por tener su atención.

 

—No te contengas, estas conmigo, nadie nos está viendo.

 

Dichas las palabras, empezó a llorar a moco tendido, un llanto extraño, combinado con una sonrisa.

 

—No puedo creer que esto me está pasando, María, tengo más de treinta años, a esta edad no pasan esas cosas.

 

—No digas eso, ni que fueras una vieja, y así fuera, tienes todo el derecho de un amor bonito. Él lo hubiera querido, lo sabes.

 

—Lo sé, no lloro de tristeza, es que parece mentira, yo también me sentía, así como él dice, solo que me negaba la idea de sentir algo como eso por alguien que no fuera Germán, cuando estoy en los brazos de Carlos, me olvido del mundo allá afuera, de esas palabras que me decía a misma negándolo lo que estaba sintiendo, en cambio, ahora me siento en paz, feliz, tranquila.

 

—Tu lugar seguro.

 

—Mi lugar feliz diría yo.

 

María estaba emocionada por verla así, viviendo, sonriendo y llorando; al mismo tiempo sabía que ella, más que nadie, se lo merecía.

 

 

—Bueno, fue un gusto cenar con ustedes, pero la niñera debe estar gritando por ayuda.

 

—No hables así, que nuestros pequeños son unos ángeles.

 

—Con cola querrá decir — Susurro Carlos, recibiendo un codazo de parte de Luisa, para luego mostrar una sonrisa como si no pasara nada.

 

—Escuché eso por si acaso, ya te quiero ver cuando a Daniel crezca y le haga honor a su nombre

 

Una vez que la pareja se retiró, Carlos y Luisa, se sentaron sobre el sofá, aunque ella quería ir a recoger todo, simplemente él no la dejó, la sujetó pegándola a su cuerpo, aspirando su aroma.

 

—Tengo que hacerle un altar a ese par, si no hubiera insistido en que te contraté, no estuviera experimentando esto que siento —Llevo la mano de su novia hacia su pecho, al lado donde estaba su corazón.

 

—No te sabía tan romántico.

 

—Te gusta que sea romántico.

 

—Bueno, no lo niego, por lo tanto, quiero que usted, señor —sentándose sobre sus piernas— me haga el amor de una manera muy romántica.

 

—Te lo haré primero, romántico —besando su cuello, sosteniéndola de la cintura—Y luego, a lo salvaje, ¿qué te parece?

 

—Una combinación perfecta, señor Torres.

 

—Señorita Valladares, me encanta mi apellido saliendo de tus labios—Acercándose tanto a su rostro, que sus respiraciones se combinaban.

 

—Y tú me encantas a mí.

 

—Nunca te vaya de mi lado, te lo suplico.

 

—No quiero hacerlo.

 

—Cásate conmigo Luisa. Se la señora Torres y la madre de Daniel.

 

EN ALGÚN LUGAR DE LA CIUDAD.

 

—Hijo, tienes que hacerlo. Esa mujer no se puede quedar con todos.

 

—Supe que se anda revolcando con su jefe.

 

—Siempre supe que era una oportunista, pero tu hermano insistió en mantenernos alejados, ni siquiera pudimos asistir a su funeral. Tienes que hacerla pagar.

 

—Por supuesto, madre, eso ni lo dudes, no dejaré que esa mujer siga viviendo feliz como hasta ahora. Tengo un plan, madre, te juro por la memoria de mi hermano, que no queda   impune el despojarnos de lo que por derecho nos pertenece.




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