—Hola a todos, disculpen la tardanza.
—Ma. ma— El pequeño Daniel estiraba los brazos, para alcanzarla, Carlos decidió entregárselo, mientras los invitados seguían llegando.
—¿Estás bien?
—Sí, amor, luego te explico —expreso ella, tratando de disfrutar la fiesta; sin embargo, solo actuaba en modo piloto.
Quería de verdad que sí, intentaba disfrutar el cumpleaños de su pequeño Ángel, pero le era tan difícil.
—Cortemos el pastel, pero antes le cantamos cumpleaños feliz al cumpleañero, acérquense todos.
María trataba de animar a todos, pero estaba preocupada por su amiga, no lucia la misma de siempre, días antes no podía parar de hablar sobre todo lo que haría en ese día especial, sin embargo, ahora, parecía, distraída, atontada.
—Que lo cumplas feliz.
—Te amamos, Daniel— cantaban todos, para luego darle un beso en sus mejillas antes de soplar el pastel de cumpleaños. Era su foto de siempre, la de todos los meses, pero no se sentía igual, era un sinsabor, una nube gris que los estaba envolviendo.
Unas dos horas después, Carlos estaba limpiando, mientras que Giuseppe cuidaba a los pequeños.
—Ahora si dime que diablos te paso hoy.
Ella se alejó tomando de la mano a su amiga, la llevó hasta el patio trasero, empezó a dar vueltas de manera errática, agarrándose de los cabellos.
—Encontré un hombre, él, ¡por Dios!
—El que, deja de dar vueltas y dime de una vez.
—María, era un hombre igual a Germán, a mí, Germán. —Cuando las palabras salieron de su boca, sintió como si entrara en un limbo, sintió una opresión en el pecho, como si recién cayera en cuenta lo que aquella imagen significaba, era el amor de su vida, el hombre a quien más había amado, simplemente era su Germán, su corazón latía a toda prisa, sus manos sudaban, le faltaba el aire, le cosquilleaba la piel.
—Luisa, cálmate, ¡Carlos, Carlos! — gritaba ella, este corrió y, al verla en ese estado, se quedó quieto un momento sin saber cómo reaccionar, hasta que María le gritó: —Abrázala desde la espalda.
—¿Qué la tiene así? Mi amor ¿Qué te pasa? Por favor tranquilízate
—Voy a llamar a una ambulancia, no voy a permitir que le dé una crisis otra vez—Cuando dijo aquella frase, no entendía a que se refería, luego recordó.
—La mejor amiga de mi esposa, ha pasado por mucho, es viuda, tuvo una crisis de esas peligrosas.
—Tanto así.
—Tú no sufriste por la muerte de la madre de Daniel, pero esta mujer perdió a la persona que amaba, es algo que no se supera. María está con ella en este momento, tiene miedo de que haga una locura.
Cuando Luisa despertó, se sentía adormecida, con la boca reseca, se lamió los labios, tratando de retomar el control de su cuerpo, pero cuando las imágenes vinieron a ella, no pudo evitar llorar llevando sus manos hasta su rostro. Hasta que un médico entró. Lo reconoció al instante, era un viejo conocido del hospital donde trabajaba antes, así que tuvo que calmarse, le comento que tuvieron que sedarla y la trajeron hasta el hospital hacía unas horas, pero que ya estaba todo controlado, pero que la citarían con el área de psiquiatría, ya que no era la primera vez que le sucedía.
—Pero yo.
—Luisa, tú más que nadie sabe cómo es este proceso. La primera vez no te derive, por el hecho de que te conocía, y que María, me dijo que no te dejaría sola, así que entiende que es por tu bien, necesitas ver a la psiquiatra. Por cierto, tu prometido está afuera, creo que deberías hablar con él.
Como explicarle al hombre que amaba, que había sucedido un hecho que había removido sus cimientos, como explicarle que su corazón se sentía explotar cuando por una milésima de segunda imagino que aquel hombre era por quien había llorado hacia un poco más de un año atrás, como decirle que su mente le jugó una mala pasada al nombrarlo Germán, el hombre que más había amado en toda su vida.