Un Buen Amor

13

 

 

—Conocí a Germán en los pasillos del hospital hace cinco años, fue amor a primera vista, no me miré así, necesito decírtelo, lo mereces.

 

—Prosigue.

 

—Teníamos tanto en común, conversábamos de todo, era un hombre muy interesante y culto, algo que me llamó mucho la atención de él, nunca me atreví a confesarle mi amor, porque pensé que era volar demasiado alto. Pero un día me enteré de su enfermedad, fui a acompañarlo  y me confesó su amor, pero también me dijo que no tenía derecho a ser correspondido, y fui y o quien dio el primer paso. Desde ese día no solté su mano, nunca solo lo hice cuando murió. Aquel día sentí que morí con él, intenté ahogar mi dolor en el mar.  Pero me obligué a mí misma a que debía salir de ese poso, por eso llegué hasta tu casa. Conocí a Daniel, te conocí a ti,  mi vida tomó color, otro rumbo, otro sentido.

 

—Eso lo entiendo, pero ¿qué pasó hoy? No te reconocí, no eras tú.

 

—Fui a comprar unas cosas para la fiesta como te dije, sin embargo, a la salida de unas de las tiendas, creí que me había vuelto loca, vi. Yo vi

 

—¿Qué viste?

 

—Un hombre igual a Germán —se tapó el rostro y empezó a llorar, con desesperación, con un dolor tan profundo, como si le desgarrara el alma.

 

Carlos se vio tentado a abrazarla   y consolarla; sin embargo, un miedo aún más grande lo invadía. Tal vez debía callarse y no decirlo, no preguntarlo, pero no era un hombre que prefiriera vivir en la duda y el limbo de la incertidumbre.

 

—¿Lo amas?

 

—No lo sé, perdóname Carlos, pero no lo sé—Él no pudo resistir más la situación, sus palabras, hubiera dado lo que fuera porque le dijera que ese tal Germán era parte de su pasado que él y Daniel eran su futuro, sin embargo, no fue así, la mujer amaba, la que quería para su esposa no sabía que sentía por él, no lo podía soportar.

 

—¡Carlos, no te vayas, Carlos, por favor!

 

María al escuchar sus gritos, entro en la habitación, la encontró un mar de lágrimas, con la mirada perdida.

 

—Tranquila Luisa, por favor, tranquilízate.

 

—Me dejo, Carlos, me dejo. ¿Por qué ahora?  ¿Por qué justo cuando era por fin feliz? Es como si la vida me siguiera castigando por algo. 

 

HORAS DESPUÉS

 

—Te van a aplicar un calmante, para que puedas descansar, yo vendré mañana a verte, me dijeron que te quedaras unos días.

 

—Está bien, por favor ve a verlo—Logro decir, viendo a su amiga marcharse, cerro los ojos por unos momentos.

 

—Tranquila iré.

 

No había pasado ni dos minutos cuando alguien entró en su habitación. Observó a una enfermera entrar de espaldas, con un carrito; sus ojos estaban tan irritados que no la dejaban ver bien. Trataba de hacerlo, cuando la vio aplicar algo en el suero, aunque le pareció extraño. Sabía perfectamente que el tapabocas así no se ponía, pero no pudo decir nada.  Porque sintió entrar en el limbo, ahí estaba él. Ella quería moverse, pero no podía. Era como si su cuerpo se hubiera congelado y un hormigueo rápidamente se hubiera apoderado de él, había perdido el control de su propio cuerpo. ¿Por qué?

 

—Hola mi amor, me extrañaste.




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