Un Buen Amor

14

 

 

—¿Dónde estoy? —Le dolía la cabeza y se sentía como adormecida, cuando abrió los ojos, necesitaba abrirlos una y otra vez.

 

—Hola, amor, ¿cómo te sientes?

 

Cuando lo vio, retrocedió inútilmente, hasta chocar contra la cabeza de la cama. Sumado a lo tétrico de aquella escena, era la habitación que había compartido con Germán un poco más de un año atrás. Era como si estuviera en una realidad alterna, una dimensión desconocida.

 

—Traje, papaya picada con semillas de corazón molidas.

 

Otra vez, aquella crisis, se empezó a abofetear, tratando de despertar, gritando como loca, pero aquel hombre, el sujeto de sus manos, ella no quería que la tocara.

 

—¡Suéltame! No me toques

 

—Cariño, ¿qué te pasa? No te hagas daño. Eres demasiado hermosa como para arruinar su lindo rostro —se acercó tanto, solo así lo podía observar bien. No era él, no era el hombre que ella amaba, idénticos en apariencia si, pero sus ojos, su mirada, distaban mucho de ser iguales, eran como la diferencia entre el cielo y el infierno.

 

Él se dio cuenta de la manera que lo veía; era de quien había descubierto un gran secreto. Tuvo que sacar la jeringa que tenía en su bolsillo, le sacó la cubierta y se la inyectó en uno de los brazos.

 

—Muy bien preciosa, así, perfecto.

 

HORAS DESPUÉS.

 

—Hola querida, mi bebé te está preparando la cena.

 

—¿Dónde estoy? —Volvía a decir, sin articular del todo las palabras, cuando se dio cuenta estaba atada de manos sobre una de las sillas necesitaba despertar, todo estaba mal, pensaba en Carlos y Daniel, ellos seguro estarían preocupados por ella, no entendía por qué estaba metida en ese tipo de pesadilla. ¿Quiénes eran, que querían de ella? Sabía que Germán no era, lo había entendido finalmente.

 

 

—Hermano, tú no eres cobarde, no eres del tipo que sale huyendo.

 

—Entiende, le propuse matrimonio, me dijo que sí, entonces, porque ahora me dice eso.

 

Estaba alterado, desesperado, dolido en su orgullo. Él había sido completamente abierto con ella; en cambio, la mujer que le había dicho aceptó ser tu esposa. Aún seguía amando a un fantasma.

 

—Entiéndela a ella tú, ósea, te dije muy claramente lo que había sido esta historia, debiste suponerlo, ¿a quién se le ocurre proponerle matrimonio? En par de meses.

 

—Mira, Giuseppe, eres el menos indicado para decirme que me apure o no, al igual que tú, yo solo seguí lo que mi corazón me decía. Por una primera maldita vez me sucedía eso de enamorarme y mira para que.

 

 Lanzo todo lo que veía a su paso, su escritorio fue limpiando de un solo movimiento de su antebrazo. De pronto el teléfono de Giuseppe empezó a sonar de manera incesante, no iba a contestar si no fuera porque vio que era su esposa.

 

—Perdóname, amigo, dime amor, tranquila, respira, profundo, cálmate, vamos para allá, mi madre se quedará con los niños.

 

—Yo, con mis problemas, ¿qué le pasó a María? Debo dejar de pensar solo en mí.  Que fue lo  que

 

—A mi mujer nada, es a Luisa, amigo, ella desapareció, parece que se la llevaron.

 

Se sujetó de la pared y casi se cae, producto de la impresión. No importaba lo que había sucedido, o cómo, ella seguía siendo la mujer que amaba, su Luisa.

 

Como pudo y llorando como niño llego hasta el hospital, corrió hasta donde se supone que estaban las cámaras.

 

—¿Quién demonios dejo que pasara esto?  ¿Dónde está mi prometida?

 

—Señor, cálmese—Eran los de seguridad y algunos enfermeros.

 

—No me toquen, solo quiero saber dónde está ella, y quién se la llevó.

 

Un grito de María, lo hizo girar su rostro y dejo de forcejear con el personal e ir hasta donde estaba ella.

 

—No es cierto. —Exclamo ella, horrorizada ante lo que veía.

 

—¿Qué sucede?

 

—Es Germán, pero no puede ser verdad, no puede ser el quien se llevó. Él está muerto.

 

 




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