Un Buen Amor

16

 

 

—No puede ser verdad.

 

—Haz lo que te digo y aquí nadie saldrá lastimado, —arrojándole sobre la cama varias fotografías de ella sola, con María, y lo que más la perturbó, fue con Carlos y Daniel, con un punto rojo sobre sus cabezas.

 

—No puedes hacer algo como eso, además, ¿por qué eres igual a él?

 

—Mi hermano fue un idiota que no supo domarte, bueno, no lo culpó, solo era un moribundo, andaba robando. aire —Una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro, como si aquel comentario que salió de su boca le causara gracia.

 

—No es posible, debe ser una maldita coincidencia, él no tenía hermanos.

 

—Me tenía a mí que soy su vivo retrato, como mirarse en el espejo y ver su reflejo, además de nuestra sacrosanta madre. — Para ella era imposible el creer que el Germán, que él conocía, jamás le hubiera ocultado algo como eso. —No me mires así.

 

—No me toques.

 

—¿Por qué no? Si vas a ser mi esposa.

 

Cuando dijo aquella frase, la hizo horrorizarse y que la piel se le erizara de la sensación de que hablaba en serio. Su mirada oscura, la profundidad en ella, lloraba a mares, producto de la desesperación, de la angustia; su mente trabajaba a mil por hora, sin entender que ganaba con todo aquello. Pero después de todo, a su cabeza vino, de pronto,  la lectura del testamento, aquella vez.

 

—Por tu expresión —acariciando de una manera su rostro, que la hacía querer huir lo más lejos de él—. Así es hermosa, todo lo que tienes debió ser de mi mare y mío. Cada centavo que hay en tu poder, tiene dueño, hasta ese hospital donde atienden a gente que no tiene donde caerse muerta.

 

—Te lo doy todo, llévatelo, pero déjame ir con mi prometido y mi bebé, déjanos en paz, te juro que te doy cada centavo que tengo, no me quedo con nada, nunca lo quise.

 

—No, para que después vengas y con argucias me quiten lo que    nos merecemos, pero siendo tu esposo, no hay forma de objetar. Nadie se va a meter.

 

Todo era por el dinero, por las propiedades, siempre lo supo; aquello sería su maldición.

 

 

—¡Lo sabía! Pero aun así, los desgraciados no quieren investigar.

 

—Yo tampoco entiendo, se demostró por los peritos que contrátate, que ese audio es a base de inteligencia artificial. ¡¿Dónde demonios está Luisa?!— estaba desesperando, estaba cansado y agotado, cada segundo sin ella, era como quitarle el aire.

 

—¡Lo tengo!

 

—Por favor Giuseppe, dime que es lo que acordamos.

 

—El detective que me recomendaron, consiguió la información en tiempo récord—. Puse la carpeta de documentos sobre la mesa, esparciéndolos, señalando unas fotografías.

 

—¿Es él, ¿verdad?

 

—Se llamará Gerardo, es el hermano gemelo de Germán y la mujer a su lado. La madre de ambos tuvieron, según documentos del tribunal, un juicio porque este le había extraído de la cuenta bancaria un par de millones. Fue a la cárcel a causa de esto, salió hace unos meses de prisión.

 

—El desgraciado, lo hizo por eso, solo quiere el dinero. ¡Pobre de mi amiga! —Empezó a llorar María, siendo abrazada por su esposo.

 

—Estás hablando de la herencia, algo mencionó, pero dijo que a ella no le importaba.

 

—Estoy esperando la llamada del detective con su paradero, la dirección que figura en sus documentos, no está viviendo. — De pronto el teléfono de Giuseppe sonó, era como si para Carlos el mundo se paralizara, no importa donde fuera, por Luisa, iría al fin del mundo.

 

 

 

 




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