Un Buen Amor

18

 

—Es imposible que no haya un juez como en mis tiempos.

 

—Se supone que, en esta sociedad, todo se puede comprar, pero parece que me equivoque, ningún notario se atreve a sellar la unión, creen que después pueden ser demandados y quitados de su carrera.

 

—Tal vez debamos esperar y movernos de sitio, buscar otra ciudad, seguramente encontrarás uno que, si acepte esa cantidad de dinero, prometiéndole una más grande, cuando todo se realice como debe ser, se dará mucho más, esa mujer debe doblegarse.

 

—No entiende, no capta. Germán le dio demasiadas alas; ese dinero no le pertenece.

 

—Mi hermano, siempre fue más inteligente para los negocios y yo para las mujeres, lástima que tengo que esconderme, no disfruto de una hace mucho tiempo.

 

—Pero hijo, no deberías quejarte, ahí arriba tienes a una, creo que la mejor manera de doblegarla es que le hagas entender quién manda, creo que tú puedes hacerlo mejor.

 

—Después de todo mi cuñadita no está nada mal —Mientras pasaba la lengua por su labio inferior, deseoso ante la idea de poseerla, se había contenido para que pudiera firmar como se debe, sin embargo, ya estaba harto y cansado, de pretender portarse bien, con el afán de tener ese dinero, en cuanto lo tuviera en sus manos, patearía hasta la China a su madre y a su futura esposa tres metros bajo tierra, no sin antes darse el gusto, saber que había hecho que su hermano compartiera todo con ella.

 

—Voy a buscar lugares donde podíamos irnos, mientras te dejo con los menesteres, que significa adiestrar a esa tipa. De pasada voy y me hago las uñas.

 

—Está bien, madre —Dándole dos besos, uno en cada mejilla, nunca se sabía quién de los dos estaba más loco. Mientras afuera de aquel lugar, ocho personas se reunían.

 

—No sé cómo la policía local no se ha involucrado.

 

—Supongo que le pagan mucho dinero, para que se callen y no metan sus narices, agradezcan que el investigador que contrataron es un viejo amigo mío.

 

—Gracias por loa chalecos—De pronto hicieron silencio el hombre que dirigía la misión los hizo callar, la puerta era abierta, saliendo de ahí una mujer de avanzada edad, con el mentón en alto,  de quien se sabe vencedora, de quien cree tener todo milimétricamente  acomodo en el lugar que debe estar, necesitaba a su hijo para  un fin,  debía volverla loca, debía usarlo para atraer a la viuda,  al final con sus dos hijos muertos,  solo mamá  sería la beneficiaria, no por algo era experta en polvos mágicos, aquellos que desaparecen a la gente que le estorba.

 

—Quédese callada y no le pasará nada, tranquila, no cometa una estupidez, que no sería la primera vez que me enfrió a viejecita—Fue lo primero que le dijeron, cuando uno de los hombres la apunto con un arma a la altura de la cintura y la hacía poner las manos en alto, ella miraba hacia todos lados, pero para su suerte, no tenía escapatoria, cada punto donde miraba estaba cubierto, sabía que era una estupidez seguir tan cerca, sabía que su hijo era un imbécil, todos igual a su padre, solo trayéndoles problemas.

 

—Podemos subir de una vez, mi mujer está ahí dentro con ese loco—Hablaba Carlos a través de los intercomunicadores.

 

—Tranquilo, muñeco, la vieja nos facilitó todo, ahora vamos por la muñeca.




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