Un Buen Amor

EPILOGO

 

 

SEIS AÑOS DESPUÉS

 

—Papi, cuéntame más de cómo conociste a mami, —Cómo negarse a esos hermosos ojos color ámbar, si lo veían, como si fuera el mejor cuenta cuentos del mundo.

 

—Había una vez— empezó a aplaudir muy feliz la pequeña de cuatro años.

 

—Sí, como las princesas, yo soy una princesa y mi mami, una reina.

 

—¿Y tu hermano?

 

—El sapo, papi, por supuesto. Cuando yo sea grande, no me voy a casar con un sapo, me voy a casar con un príncipe alto, así como tú —Como si fuera lo más normal del mundo.

 

—Estás muy chiquita para decir esas cosas, no asustes a papi, y puedes entrar, Daniel —. El pequeño estaba escondido a un lado de la puerta, con sus pequeños dedos como señal de que estaba espiando, el que se supone que era momento, padre e hija.

 

—Que la enana no me diga sapo. No soy sapo, yo voy a ser más grande que ella y los sapos son pequeños.

 

Así era su vida, estar de intermediario entre su hijo de siete años y su niña de cuatro años, una copia exacta a su esposa, la mujer de su vida, quien estaba en la cocina preparando galletas con su enorme vientre de casi nueve meses.

 

—Deberías dejar de hacer eso, creo que hiciste suficiente.

 

—Según mis hijos, nunca son suficientes de mis galletas, pero saca la mano usted —dándole un ligero golpe sobre esta—. Aún están calientes y no se comen calientes, espera que enfríen.

 

—Yo sé de otra cosa que está caliente y no quiero que se enfríe.

 

—Cuéntame, ¿qué cosa es esa? Que yo no sé —La tomó de la cintura y la atrajo hacia él, pero en el momento en que iba a pegar sus labios a los suyos, un dolor atravesó su espalda, seguido de un sonido que hizo que ambos se quedaron quietos. Había roto fuerte en medio de su cocina.

 

—Tranquila, cariño.  ¡Código rojo, código rojo, repito código rojo! —Empezó a gritar a todo pulmón, haciendo que sus pequeños se despertaran como si un general lanzara una orden de ataque, hasta la pequeña Karla estaba lista, con  el abrigo al revés  pero puesto, Daniel con los zapatos puesto en el pie equivocado y  ambos con los ojos entre abiertos.

 

—Duele mucho,

 

—Tranquila, amor, según el itinerario, son veinte minutos o menos desde aquí al hospital. Paso uno niños —haciendo que todos ingresaran a la parte trasera del auto.

 

—Mami, toma mi muñeca, ella te va a cuidar.

 

—Gracias, preciosa, mami, va a estar bien, te lo aseguro. ¡Y tú dejas de respirar, como si la embarazada, fueras tú!

 

 

—Lo siento cariño; son los nervios, es  qie los mellizos  ¡Ya vienen!

 

 




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