Érase una vez, entre las lejanas montañas de los Alpes suizos, vivía allí una familia muy humilde, tan humilde que a veces no tenían el suficiente pan sobre la mesa para comer y saciar sus barrigas. El señor Collins, su esposa y sus pequeños hijos Samantha y Russell vivían siempre agradecidos a pesar de las penumbras en que a veces se encontraban y la escasez que atravesaban.
Habían pasado un año repleto de adversidades, aun así, el verano para ellos hubo sido fantástico y lleno de aventuras, con un sol fulgurante y feliz que les proporcionó la mayor felicidad. El verano era la estación favorita de los niños, pues les traía mucha dicha y días de diversión sin igual junto a los arroyos que adornaban los verdes campos.
Tiempo después, el otoño saludó con sus bellas hojas color marrón. Mas, sin advertirlo, tan pronto como hubo arribado, ya se estaba despidiendo, anunciando que había llegado la cruel e impetuosa temporada de invierno. Tristemente, para la familia, el único medio de transporte para descender de las montañas era una pequeña y vieja bicicleta que se había descompuesto por completo. Esta situación los dejó abrumados sin saber qué hacer. Eran una familia tan pobre que no podían adquirir una nueva bicicleta.
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Editado: 11.01.2024