Cierto día, los niños debían alistarse para ir a la escuela colina abajo, pero no encontraban modo de descender y cruzar hasta el otro lado, puesto que, para llegar a la escuela, debían andar por un camino pedregoso con piedras filosas de diferentes tamaños y proporciones peligrosas, que no les permitían a sus delicados piecitos poder pisar.
—¡Ah! ¡Cuando teníamos la bicicleta no era necesario cruzar por este camino lleno de duras piedras! —exclamó el señor Collins.
—Ahora, ¿qué haremos, papi? —preguntaron los niños con ligera tristeza.
—Ya veremos... Iremos a casa y haremos nuestras plegarias a Dios, hasta recibir su respuesta.
Ese día, los niños no asistieron a la escuela que tanto amaban. Ellos adoraban tanto estudiar por horas y horas, porque en la lectura encontraban mundos maravillosos para recrear sus cándidas y alegres mentes. Pero esa mañana no hubo modo de bajar desde la cumbre de la alta montaña. Al llegar la tarde, los niños lloraban y lloraban sin cesar, entonces su madre al verlos se unió para elevar plegarias junto con ellos para que así el cielo les enviase la ayuda y provisión oportunas.
—Pediremos a nuestro Padre Celestial todo cuanto necesitamos —dijo, abrazándolos fuertemente y con dulzura.
—Sí, mami —respondió Russell.
—Tendremos mucha fe en el alma y en el corazón. Así el cielo nos responderá, ya lo verán —aseveró, con grandísima fe y convicción.
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Editado: 11.01.2024