Así fue como intentaron convencer al vendedor furioso del milagro que significaba su animalito. Y cada amanecer, el burro Angelus cargaba a los niños y volaba feliz; superando los rascacielos, las lluvias y atravesando las nubes de algodón.
—¡Eso es! ¡Vamos, mi burrito volador! ¡Gracias por cargarnos hasta la escuela! ¡Ahora podremos aprender siempre! —agradecía Russell, riendo con gran alborozo y sosteniendo su paraguas mientras volaban de camino. Prometiendo que lo cuidarían durante muchos años.
—¡Eres un hermoso burrito de Dios! —dijo la niña.
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Editado: 12.08.2025