A los pocos meses, el padre decidió comprar una burrita para hacerle compañía a su burro volador. Ahora, el bien amado Angelus, tenía una amiga con quién jugar y corretear feliz por los verdes prados. La burrita tiernamente daba leche a toda la familia como señal de agradecimiento.
Así fue que con solo un granito de fe salieron de la profunda pobreza y ahora ofrecían leche y transporte al pueblo, pues eran dueños de unas mascotas maravillosas. Con Angelus a su lado, cada crudo invierno parecía ser un cálido verano repleto de alegrías y aventuras sin fin. Así comprobaron que Dios les hubo respondido a sus plegarias, obsequiándoles más—muchísimo más—de lo que ellos podían pedir o imaginar. Y que Dios no olvida a nadie, y sabe premiar con fe y milagros a los más desposeídos. Verdaderamente, un corazón humilde y sincero siempre será oído por el Creador del universo.
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Editado: 12.08.2025