Era la tarde del mismo día cuando Andrew, en su solitario y ordenado despacho, se encontraba muy tranquilo trazando líneas en un papel guiándose por el hermoso recuerdo de la mañana: Lilian sonriendo espontáneamente. Hacía bastante tiempo que no dibujaba, pero ahora, pensando en que no quería perder esas magníficas memorias, es que se dispuso a dibujar cada momento especial en un cuaderno, algo como las primeras veces en que se sintió aceptado por alguien a quien quería.
Trazaba con el carboncillo el esbozo, dándole forma a los ojos de su esposa, que se habían achinado levemente al sonreír, y una vez satisfecho con su trabajo, lo contempló por un momento antes de escribir a un costado la fecha del suceso justo en el instante en que Arthur interrumpía la paz que el dibujar le había traído.
—Pensé que su excelencia seguía ocupado con cierta dama, mi lord —la insinuación junto con el tono pícaro del mayordomo le avergonzó de tal forma que sus mejillas enrojecieron para diversión del recién llegado. Había visto por accidente el intercambio de sonrisas que tuvieron los duques, por lo que envió a las sirvientas a limpiar a otro lado para darles privacidad—. Tal parece que vamos progresando, ¿no es así? ¿debería ir preparando la habitación para el futuro primogénito?
Eso le puso más tímido aún, sobre todo al recordar que no habían consumado el matrimonio y que nadie, ni siquiera Arthur, estaba enterado de tal hecho. Sabía que sería normal que su esposa tuviese en su vientre a un hijo suyo, pero no era el caso. Apenas y podía pensar en tener la osadía de ilusionarse por un futuro a su lado donde conviviesen en paz, donde si su cariño no superaba el horror de apariencia y no conquistara su corazón, pudiesen por lo menos ser amigos. Andrew no había pensado en posibles hijos, no cuando lo sucedido en la noche de bodas le dejó claro que ella le tenía asco y miedo, y con lo que se enteró esta mañana, mucho menos podría pensar en una posible descendencia.
Le dolía cada vez que pensaba en si su conquista no funcionaba, pues sentiría otro golpe de fracaso puro tan parecido a como se había sentido desde el accidente. Sabía que era patético ambicionar el amor en su estado, pero si tan sólo… si tan sólo ella le permitiese acercarse más…
No quería ser sólo su amigo, aunque sería el mejor que ella pudiese tener nunca, pero quería más. Quería amarla y tener una familia a su lado. Quería abrazarla y dormir a su lado, besarla sin el miedo de sentir la repugnancia de su parte, de poder sentirse como un hombre normal que si podía ser amado…
Lejos de que fuese un buen comentario, pues sabía que Arthur le molestaba sin malicia, un hueco en su pecho le hizo sentir inseguro nuevamente, y le hizo preguntarse por milésima vez si iba por un buen camino. La había tratado con ternura, acomodó su hogar para que ella estuviese cómoda y le aseguró que jamás le haría daño, y eso trajo sus pequeños frutos: su Lilian le permitió tocarle las mejillas y le había regalado la sonrisa más hermosa del mundo…, pero, ¿ella no cambiaría de opinión? ¿no se alejaría si le pidiera una cita o un abrazo?
Alejó esos pensamientos de inmediato antes de deprimirse, sacando de su cajón la carta que había escrito.
—Envíaselo a Eric —le dijo en un cambio de tema, el tono de voz le hizo saber a Arthur que era un tema serio—. Es más grave de lo que pensé.
—¿Andrew?
—Lo de la habitación de huéspedes —le recordó a lo que el mayordomo sintió un escalofrío, sin olvidar la crisis de pánico de la duquesa—. Fue horrible, todo es culpa del Marqués de Bristol —golpeó el escritorio aun con la rabia que sentía cada vez que pensaba en ese hombre—. ¿Te encargaste de los muebles?
—Así es, están guardados en una bodega y la habitación se encuentra cerrada. Edith ya les informó a todas las sirvientas que está prohibido el ingreso —informó de inmediato, sabiendo que, si Andrew estaba enfadado, es porque si había sido una situación que pudo haber causado algún trauma en la duquesa—. Estarán muy lejos de Lady Lilian.
—Me alegra saberlo. Puedes hacer lo que quieras con esos muebles —le dijo entonces, aun con la seriedad en su rostro—. Quémalos o repártelo entre toda la servidumbre, pero no quiero volver a verlos ni mucho menos que Lilian los vea.
—Así se hará —afirmó Arthur, pensando en lo contentos que estarán todos por aquel regalo, aunque sabía que ni él ni la Sra. Edith podrían quedarse con algún objeto, no después de presenciar aquel episodio de crisis—. Iré a enviar la carta, puedes estar tranquilo. Todo se arreglará.
—Eso espero, Arthur —dijo con cansancio, volviendo a mirar su bosquejo—. Eso espero…
°°°
Como habían acordado las pequeñas clases para el día siguiente, la Sra. Edith decidió ir a supervisar a las sirvientas y a atender otros asuntos dejando total libertad en la duquesa, quien no quiso hacer nada mejor que leer un par de capítulos del libro que había elegido, y el cual ya casi terminaba, antes de volver a retomar el tejido, pero esta vez en el exterior, ya que el día prometía.
Guardó sus palillos y bufanda en la pequeña cesta donde solía dejarlos y, tras decirle a Anna que la acompañase a beber té, caminó por el jardín para ir directo a la zona que tanto le encantaba. Algunos jardineros le saludaban por respeto a lo que ella respondía con una tímida sonrisa felicitándolos por su trabajo; uno de ellos, un hombre un poco mayor a su padre, le regaló una rosa en agradecimiento. Lilian la aceptó con nervios antes de alejarse con rapidez, no estaba acostumbrada a la amabilidad de los hombres y le costaba entender aquellos gestos de caballerosidad.
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Editado: 04.04.2025