A temprana hora de la mañana, Lilian salía de la residencia en compañía de la señorita Allen tan apresuradas que el chofer de la familia Allen quedó extrañado por tal apuro que mostraba una preocupación inusual por parte de la pelirroja. Hazel había salido de su hogar tan pronto terminó de desayunar, justo al segundo en que sus padres bebían de los labios del otro la eterna pasión que surgía desde el interior de sus cuerpos, para ir en busca de la duquesa y juntas visitar al motivo por el cual abandonaron el campo: Casandra Collins.
Desde que se habían conocido en esas reuniones que se organizaban entre las damas —Lady Allen asistiendo pese al desprecio por tales actividades debido a que no estaba hecha para ser una persona maleducada—, Hazel y Lilian habían mostrado una preocupación por Cassie que el Conde de Pembroke, Lord Collins, les agradecía con sincera gratitud la amistad que le habían ofrecido a su querida hija a tan temprana edad, que tan abandonada podría haber quedado debido a una sociedad que apenas aceptaba personas diferentes a los suyos.
Y aunque la señorita Allen y Lady Lethood no sean las damas más comunes de toda Inglaterra, Lord Collins sabía que ambas portaban un buen corazón que contentaba el de su torbellino —un apodo cariñoso para su Casandra—, por lo que no tuvo inconveniente alguno en recibirlas con agrado.
—Pronto les traerán el té —dijo el conde dejándose caer con un leve quejido en el sofá del salón de visitas. Masajeó su cuello para aliviar el dolor que habría sido provocado por las malas noches en que apenas pudo descansar—. Lamento si puedo ser descortés, no es mi intención, ustedes ya me conocen, pero me temo que la situación es delicada.
—Es normal, mi lord —respondió Hazel con tono serio—. No se preocupe por nosotras, lo entendemos.
—Agradezco que se tomaran el tiempo de venir a visitarnos —dijo él justo cuando la sirvienta ingresó con la bandeja que incluía unas galletas, tazas y la tetera. El conde agradeció luego de que la mujer les sirviera el té, y les indicó a las jóvenes que podían comer con confianza con un leve gesto de manos—. Casandra podrá distraerse ahora que estarán con ella.
—¿Ella y la condesa no están muy bien? —preguntó con torpeza Lilian en lo que Hazel se animó a probar una galleta.
—Hay días buenos y días malos para la condesa —respondió con una leve sonrisa que luego disminuyó, sosteniendo con ambas manos la pequeña taza donde uno de sus dedos acariciaba el borde de esta—. Sin embargo, Cassie… ha estado bastante decaída. Su madre, como bien es conocido por todo aquel que ha compartido una conversación de al menos cinco minutos con ella, es bastante sobreprotectora y dramática con respecto a Cassie. Si bien le doy la libertad que puedo a mi hija, no he podido evitar que ambas sean unidas, así que podrán imaginar el estado de ánimo de mi torbellino.
Hazel, con disimulo, hizo una mueca mientras que Lilian sonrió ante el apelativo cariñoso del conde. Siempre que veía el actuar del hombre para con su hija —las extremadamente pocas veces que pudo haberlo hecho—, le daba una envidia sana porque al menos Casandra si tuviese de padre a un hombre que se preocupara por ella y que le diera su atención sin ser cruel ni dañarla como Lord Thomas lo había hecho con su propia familia.
De pronto, las puertas del salón fueron abiertas revelando la presencia de Casandra junto a su madre, Annette, ambas dejando ver un semblante no muy esperanzador. Se les hizo raro ver a Casandra menos sonriente, sin ser risueña como caracterizaba su personalidad, porque ella era la persona más feliz que habían conocido y siempre tenía un buen humor que, para el caso de Lilian, resultaba ser contagioso. Sin embargo, a leguas se le veía la tristeza en esos ojos que no estaban fijos en ningún lado; incluso Annette se le notaba más triste por el estado de la, probablemente, única amiga que había tenido en todos esos años, por lo que pasaba el día entero a su lado y sólo salía a caminar cuando la condesa se quedaba dormida, pues no deseaba que Lady Collins se sintiese todavía peor cuando veía a Casandra cada vez que la joven preguntaba por su estado.
La condesa lloró infinidades de veces por su hija en la soledad que la amistad con la marquesa le permitía, rezando en varias ocasiones para mejorar pronto porque, en su perspectiva, Casandra nunca tendría a nadie que la cuidase mejor que sus padres. Si bien Annette insistía en que todavía tenía la oportunidad para encontrar un buen marido, Lady Collins perdía las esperanzas cada vez que la joven ingresaba al cuarto caminando con una mano extendida pese a saber de memoria cómo era la casa por completo. Recordaba los bailes, el que nadie se acercaba para danzar con ella más que su propio padre y, aunque era su mayor deseo verla casada con un buen prospecto, el ver su tarjeta vacía de posibles candidatos le hacía carcomer los nervios como el despreciar a cada muchacho del país.
Para la condesa, Casandra era tan delicada como la bola de cristal que solían utilizar para navidad que no podía evitar preguntar por ella cuando pasaba mucho tiempo sin saber en dónde está. Y cuando la joven le contaba las anécdotas vividas en Somerset, no podía evitar expresar sus más sinceras opiniones como el no entender el por qué su padre, Lord Collins, le había permitido realizar tal viaje a sabiendas de los nervios que le traerían a ella como madre. Casandra no decía nada más, deteniendo a Lady Gallagher cada que estaba por defenderla, pues conocía que era un tema delicado que lo mejor era hacer caso omiso y esperar a que se calme; luego iba con su padre, quien se daba el tiempo para consolarla y darle las esperanzas sobre que su madre mejoraría.
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Editado: 04.04.2025