Un cachorro por Navidad.

Capitulo 1 Rumbo a mi destino

Todo está cargado en el coche, cierro la puerta de mi casa con llave. Aquí dejo los bonitos recuerdos de mi infancia junto a mi abuela Margarita, pero me llevo el dolor de su pérdida.

Me va a hacer mucha falta, sus consejos y su cariño desmedido, que me hizo crecer en un hogar feliz, con el recuerdo presente de mis padres. Aquellas tardes merendando fartons con horchata, mirando fotos de mis padres mientras me explicaba lo mucho que se amaban y lo mucho que me querían. Acaricio el relicario que me entregó mi abuela, era de mi madre, dentro llevo una foto de ella y de mis padres. Respiro y exhalo, intentando coger fuerzas para coger valor y empezar el camino, rumbo a mi destino, a mi nueva vida.

Por el camino dejo atrás a la tierra que me vió nacer, una ciudad costera de Castellón, un paraíso donde el Mediterráneo abraza montañas y naranjales. Donde el sol pinta cada día con destellos de tranquilidad y encanto, envolviendo sus paisajes en un cálido abrazo de luz, mientras sus gentes, generosas y acogedoras, celebran la vida al ritmo de una tradición que combina historia, cultura y una conexión íntima con la naturaleza, creando un lugar donde cada rincón cuenta una historia.

En la radio suena una canción, que me hace recordar la traición del hombre, que yo creí ingenuamente, formar mi familia.

Recuerdo

Llego a casa temprano, mi jefe me ha mandado para casa a media mañana. No soportaba verme tan triste, hacía pocos días que había enterrado a mi abuela. Cuando entro a lo que yo pensaba, era mi hogar, veo ropa de mujer tirada encima del sofá. Me extraña porque no es mía. En el aire hay un olor meloso, un perfume de mujer. Oigo susurros provenientes de la habitación que comparto con mi novio, Pedro. No puede ser, ! él no !. Me acerco con pasos temblorosos y cuando estoy delante de la puerta, me ​quedo paralizada. Mi corazón retumbaba tan fuerte que temí que lo oyeran. Quería salir corriendo, pero los pies permanecían anclados al suelo, como si mi cuerpo se resistiera a aceptar lo que sus oídos acababan de captar.

Desde adentro, la voz de la mujer insistió, teñida de impaciencia:

— ¿Cuándo vas a dejarla? —La voz femenina, suave como la seda y llena de impaciencia, se escuchaba a través de la puerta—No entiendo porqué aún no la dejas.

Hubo un silencio breve, tenso. La voz de él, familiar y fría, respondió:

—No saques ese tema ahora — parecía fastidiado por la pregunta— Sabes que no voy a dejarla, no insistas. Con Alba quiero formar una familia y contigo perderme en tu cuerpo.

Un destello de rabia y dolor se encendió en mi pecho al oír mi nombre. Abrí la puerta despacio sin hacer ruido,ellos yacían desnudos en mi cama. Él la calló con un beso posesivo y salvaje, un beso que yo nunca había recibido.

—¿ Mucho trabajo?.—Él se levantó de un salto, completamente aturdido.

—Alba... ¡No es lo que parece !—su rostro palideció en milésimas de segundo.

Ella lo miró, incrédula. Soltó una amarga carcajada que ahogó un sollozo.
—Recoge tus cosas, no quiero verte nunca más. ¡Me das asco!

La otra mujer intentó hablar, pero Alba levantó una mano para detenerla.
—¡Te lo regalo ! Todo para tí.

Él bajó la cabeza, incapaz de sostener mi mirada. La rabia me consumía, como pude estar tan ciega.
—Alba, no quería faltarte, no sé qué me pasó.

—¿Qué no querías...? Pues te veía muy agusto con tu… amiga.—La otra mujer, todavía envuelta en la sábana, decidió intervenir.

—Alba, escucha, entre nosotros no hay nada, Pedro te ama a ti.—Su tono era casi infantil, pero lleno de veneno.

— Para amarme así, prefiero que no me ame.

Volví a mirar a Pedro, las lágrimas ahora corriendo libremente por mis mejillas.

—Tienes todo el día para sacar tus cosas, mañana cuando venga no quiero nada tuyo aquí.

Él intentó acercarse, extendiendo una mano, pero retrocedí.

—Alba, por favor, perdóname— su voz era de súplica y arrepentimiento, pero el daño ya estaba hecho.

—No. No lo empeores más.

Me giré hacia la puerta, tomando aire como si me doliera respirar. Antes de salir de la habitación, me detuve un momento.

—Esto se acabó. No obtendrás mi perdón.

Limpié mis lágrimas, él no se las merecía. Durante semanas buscó un perdón que yo no iba a darle. ¿ De que me servían las flores y las palabras de amor? Mi corazón ya no podía confiar en Pedro.

Por eso, cuando su amiga Cloe, me animó a cambiar de vida y me ofreció un trabajo, como secretaría de dirección en las oficinas del Banco que pertenecía a la familia de su esposo, no lo pensé mucho y le envié la documentación para poder trabajar en aquel país.

ANDORRA

El aire fresco de las montañas era el primer cambio que noté al bajar del coche. El paisaje que me rodeaba estaba bañado en un tono dorado por el sol del atardecer, y las montañas nevadas alrededor, me dieron una bienvenida silenciosa a Andorra. Cloe estaba esperándome, impaciente, con una bufanda tejida a mano envuelta de manera despreocupada en su cuello y unos lentes de sol enormes que parecían innecesarios a esa hora.




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