El viento helado de la noche de Navidad se colaba entre los árboles del bosque. La nieve crujía bajo las patas de Thor mientras corría desesperado, su aliento formaba nubes en el aire gélido. Era un lobo imponente, con un pelaje gris plateado que reflejaba la luz de la luna, pero esa noche no era el depredador temido del bosque, sino un padre destrozado. Había perdido a su cachorro.
Todo había ocurrido rápido, demasiado rápido.
UN DÍA ANTES
El sol apenas había salido, pero en la manada, la actividad era frenética, iban y venían, preparando todo para las fiestas de Navidad, que habíamos adaptado a nuestras creencias. En medio de todo aquel ajetreo, Arán, mi Beta, seguía hablando sin descanso, como si el día fuera demasiado corto para su interminable sermón.
—Mira, no es que quiera meterme en tus asuntos —comenzó, aunque evidentemente ya lo estaba haciendo— pero vamos, tienes que buscarla ya. ¿Cuánto tiempo más vas a estar evitando esto? Es una cuestión de deber. ¡De supervivencia!
Yo rodé los ojos, fingiendo que sus palabras no me molestaban. Era la tercera vez esta semana que me salía con ese discurso, y ya no sabía cómo sacármelo de encima. Estábamos sentados sobre un árbol caído, las hojas crujían bajo nuestros pies, pero lo único que se escuchaba con claridad era su incesante cháchara.
—Arán, ya lo hemos hablado. No voy a imprimirme con cualquiera solo porque sí —dije, intentando sonar más paciente de lo que realmente era—Ya lo hice una vez y salió mal. Lo único bueno fue mi cachorro.
—¡Pero no es de cualquiera!, Te digo que busques a tu mate con más ímpetu —protestó él, moviéndose inquieto en su lugar—. Es TU loba, la única que importa. ¿Y si ya está ahí afuera esperándote y tú... tú aquí, perdiendo el tiempo?.
Sus palabras no eran nuevas, pero esta vez me irritaron más de la cuenta. Di un salto y comencé a caminar, dejando que mis pies se hundieran en la tierra húmeda, intentando liberar algo de la frustración que acumulada.
—¿No entiendes? —lo interrumpí, deteniéndome en seco y clavando mis ojos en los suyos—. No es como si pudiera salir a repartir invitaciones a todas las lobas del territorio. No la he encontrado. ¡Eso es todo!
Arán retrocedió un paso, algo sorprendido por mi explosión, pero se recompuso de inmediato. A su manera, también era testarudo.
—No necesitas repartir invitaciones, lo que necesitas es abrir los ojos —dijo, con su típico tono que rozaba la burla—. ¿Cuánto tiempo más vas a vagar por ahí esperando un milagro? Los instintos no fallan, amigo, solo tienes que escuchar a tu corazón dentro de ti.
Solté un bufido. Mi corazón. Sí, claro. Como si fuera tan fácil. Mi lobo Thor también estaba desesperado por encontrar a su mate y me estaba volviendo loco.
—¿Y si no está? —pregunté en voz baja, casi susurrando, tanto que apenas me reconocí. Era la primera vez que ponía en palabras el pensamiento que me atormentaba—. ¿Y si mi loba no existe?.
Por un momento, mi Beta frente a mí se quedó en silencio. Sus orejas se movieron ligeramente, como si estuviera procesando algo más allá de mis palabras. Cuando habló de nuevo, su tono era más grave, casi compasivo.
—No digas tonterías. Cada uno de nosotros tiene a alguien. Así funciona. No puedes ser una excepción.
—¿Y si lo soy? —insistí. Mi pecho se tensó con esa posibilidad, aunque traté de mantener mi postura firme.
Arán suspiró, como si mi terquedad estuviera agotando hasta su paciencia.
—No eres una excepción Thor. No puedes serlo, ¿me oyes? —dijo, mirándome con una intensidad poco común en él—. Si no la has encontrado, es porque el momento aún no ha llegado. Pero llegará.
Su seguridad era desconcertante. Y por un momento, deseé poder tener la misma fe que él, esa certeza de que todo sucedería cuando fuera el momento correcto. Pero la espera... La espera era un tormento que no tenía fin.
—Solo espero que tengas razón —dije finalmente, bajando la cabeza.
Mi Beta sonrió, volviendo a su típico aire despreocupado. Dio un paso hacia mí y me golpeó suavemente con su puño en el hombro, como lo haría un amigo tratando de animar a otro.
—Claro que tengo razón mi Alfa. Mientras tanto, deja de gruñir y vamos a ver qué hace tu cachorro.
Acepté a regañadientes y comencé a seguirlo, aunque sus palabras seguían pesando en mi mente. ¿Estaba mi loba ahí afuera? ¿Era cuestión de tiempo? No lo sabía, pero en ese instante, no tenía más remedio que seguir esperando... o dejar de buscar.
****
Thor estaba sentado en su despacho, la luz del atardecer entrando por la ventana y bañando el espacio en tonos cálidos. La conversación con Aran le había dejado melancólico, pero la conversación con su cachorro le había dejado un dolor en el pecho, difícil de controlar.
🌛🌝🌜- Recuerdo
Estábamos terminando de comer, cuando la voz infantil de mi cachorro,rompió el silencio.
—¡Papá!
levanté la vista y mi cachorro, Hati, estaba parado frente a mi con los brazos cruzados, su expresión seria y su pequeño ceño fruncido.
—¿Qué pasa, campeón?
—Quiero hablar contigo.
La seriedad en la voz de Hati, hizo que Thor se inclinara hacia adelante, poniendo toda la atención en su cachorro.
—Está bien, hablemos. ¿Qué ocurre?
El pequeño vaciló por un momento, como si estuviera buscando las palabras correctas. Finalmente, alzó la mirada con determinación.
—Quiero una mamá.
Thor parpadeó, sorprendido. Esa no era la conversación que esperaba.
—Hati...
—¡Y no quiero a la de pelos rojos! —interrumpió el cachorro rápidamente—. Es mala. Siempre me mira como si quisiera comerme, y habla feo de mi.
Thor dejó escapar un suspiro. No era un secreto que Kira no era precisamente la figura maternal que su cachorro anhelaba, pero la franqueza de su hijo siempre lograba tomarlo por sorpresa.