NOCHEBUENA
La luna llena resplandecía en el firmamento y en la sala polivalente de la casa principal, lucía engalanada con luces y adornos y un enorme retrato de la Diosa Luna, Selene, representada en su carro de plata tirado por un caballo blanco. Todos habían colaborado en la realización de un gran festín para venerarla. Los lobos, en sus formas humanas y con sus mejores galas, compartían deseos de felicidad y prosperidad para todos, y su hermandad bajo el cielo estrellado, mientras los árboles circundantes ofrecían una sinfonía de susurros nocturnos. En el centro de todo, el alfa de la manada, Thor, lucía imponente y sereno junto a su hijo Hati, quien no disimulaba su disgusto por estar allí.
La mesa central era un despliegue digno de los dioses, cargada con carne asada, frutas jugosas, panes dorados y bebidas espumosas. Los miembros de la manada comían, bailaban y compartían historias. El respeto y el cariño hacia Thor se sentían palpables en el aire, un recordatorio de por qué era el líder indiscutido. Kira, una de las más destacadas guerreras y un pilar crucial en la manada, observaba la escena desde un lado, calculando su momento.
Cuando las danzas comenzaron a llenar el espacio con energía, Kira se acercó a Thor con decisión. Su sonrisa era encantadora, pero su mirada delataba sus intenciones.
—Thor, ¿me harías el honor de bailar conmigo?— preguntó, extendiendo una mano.
El líder de la manada dudó por un instante. Sabía que todos los ojos estaban sobre él, y un rechazo directo podría interpretarse como una ofensa. Tras un breve suspiro, aceptó, asintiendo con la cabeza y tomando su mano.
La melodía era ancestral, llena de tambores rítmicos y cuerdas vibrantes, y la pareja comenzó a moverse en perfecta sincronía. Kira se acercó lentamente, dejando que la intensidad de sus ojos se clavara en los de él.
—Thor, perdoname por lo de esta tarde,sabes que siempre estaré de tu lado— susurró con voz seductora mientras danzaban. —El destino nos ha unido en muchas batallas, ¿o acaso no lo ves? somos perfectos el uno para el otro.
Thor mantuvo su compostura. Su expresión era un muro impenetrable, aunque la cercanía de Kira empezaba a incomodarle. Entonces ella, decidida, hizo un ademán para besarle. Pero Thor giró la cara con suavidad, dejando que el intento se esfumara en el aire. Fue un rechazo discreto, pero claro. Kira, tratando de mantener la dignidad, siguió bailando como si nada hubiera ocurrido.
Cuando la danza llegó a su fin, Thor se separó de ella con una leve inclinación de cabeza, pero antes de que pudiera retirarse, sintió una presencia distinta acercándose. Morgana, la bruja y curandera de la manada, lo interceptó.
Morgana era una figura enigmática, con cabellos oscuros salpicados de hebras plateadas y ojos que parecían ver más allá de lo evidente. Sin pedir permiso, colocó una mano sobre el corazón de Thor. La energía del ambiente cambió, y un silencio respetuoso se apoderó del lugar.
—Escuchame, mi Alfa— dijo con una voz profunda que resonó como un eco en el alma de todos los presentes. —Cuidate de las serpientes, pues su veneno es peligroso. Cerca está un corazón puro, destinado a ti. Abre bien los ojos, pues ese corazón está oculto.
El alfa sintió un leve escalofrío mientras las palabras de Morgana calaban en su interior. Por un instante, el tiempo pareció detenerse, y el significado de la profecía comenzó a enraizarse en sus pensamientos.
Cuando la curandera retiró su mano, una sensación de calma llenó el espacio. Thor asintió con respeto hacia Morgana, sabiendo que sus palabras no debían tomarse a la ligera. Mientras la noche continuaba con su esplendor festivo, el líder de la manada no pudo evitar que su mente se llenara de preguntas.
Entre risas y melodías, los hombres lobo celebraban unidos. Sin embargo, en el corazón de Thor, la advertencia y la promesa de la curandera revoloteaban como llamas de un fuego aún por encender.
NAVIDAD
El día amaneció nublado, va a nevar. Thor y su hijo Hati se preparaban para el viaje. El aire estaba cargado de ese peculiar aroma de despedida que acompaña cada salida.
—Hati, date prisa o llegaremos tarde a casa de los abuelos— exclamó Thor con una mezcla de urgencia y paciencia.
El poderoso líder ya había cargado el automóvil de alta gama con las maletas y esperaba a su cachorro, que correteaba por la casa buscando un juguete olvidado.
—¡Ya estoy, papá! ¡Podemos irnos! Estoy deseando ver a los abuelos y a mis tíos— dijo Hati con la alegría y la inocencia que solo un cachorro podía transmitir.
—Vámonos, campeón— respondió Thor con una sonrisa mientras subía a Hati a su silla y le abrochaba cuidadosamente el cinturón. —Tenemos un largo viaje por delante, pero llegaremos a tiempo para estar con la familia.
El coche arrancó y recorrieron el camino que los llevarían hacia el portal mágico, el umbral entre su mundo y el mundo humano. Sin embargo, al avanzar algunos kilómetros, el camino se vió interrumpido de manera inusual. Varios árboles caídos bloqueaban el sendero. Thor frunció el ceño.
—¿Qué es eso, papá?— preguntó Hati, su curiosidad mezclada con un leve temblor de miedo.
Thor intentó tranquilizarlo, a pesar del creciente malestar que sentía.