Un cachorro por Navidad.

Capítulo 9 Fin de año

Alba llevaba varios días sintiéndose extrañamente deprimida. Desde que había dejado a su cachorro para que volviera con su verdadera familia, la opresión en su pecho no le había dado tregua. Lo había hecho por su bienestar, lo sabía, pero eso no aliviaba la sensación de pérdida que la invadía cada vez que pensaba en sus grandes ojos llenos de inocencia y ternura.

Por suerte, su amiga Cloe había pasado a visitarla esa tarde. Nada más cruzar la puerta, Cloe ladeó la cabeza y frunció el ceño mientras la olfateaba con intención dramática.

—Alba, ¿a qué hueles? Hueles rico, muy distinto a otras veces.

Alba esbozó una sonrisa fugaz mientras cerraba la puerta.

—No sé, quizá sea el nuevo jabón que estoy usando.

—¿Y cómo han sido estos días? —insistió Cloe, siempre directa.

Alba evitó mirarla a los ojos, incapaz de compartir el nudo que llevaba en el corazón.

—Bien, nada fuera de lo normal. He estado tranquila.

Cloe la miró por un instante, evaluándola con ojos curiosos, pero no insistió. Sólo sacó una funda de tela negra que traía bajo el brazo y la abrió, mostrando un vestido plateado lleno de pedrería que brillaba bajo las luces de la habitación.

—Esta noche —dijo con aire decidido—, la última del año, tú y yo iremos a una fiesta que mis suegros organizan.

—Cloe, no tengo ganas. —Alba frunció los labios.

—Por supuesto que irás —replicó Cloe, cruzando los brazos—. No le harás el feo a mis suegros, no después de lo mucho que insistió mi suegra para incluirte. Además, es una fiesta benéfica, recaudaremos fondos para una buena causa. Estará llena de hombres ricos y guapos. Quién sabe, tal vez pesques algo… interesante.

—¡Cloe! No estoy para esas cosas ahora.

—¡Ah! —exclamó ella, alzando las manos teatralmente—. Algo te pasa. Desde que volviste de tu mini viaje estás… extraña.

—No es nada —atajó Alba rápidamente.

Cloe entrecerró los ojos con aire inquisitivo, pero finalmente alzó los hombros.

—Está bien, si no me lo quieres contar… Aunque hay algo que no puedes negar: el olor que tienes esta noche dice que no te vas a quedar en casa. Mira este vestido. —Le colocó el vestido frente al cuerpo, admirando el contraste—. Es perfecto para ti.

Alba lo miró, sintiéndose de repente pequeña frente al brillo de aquella prenda.

—Es demasiado, Cloe.

—¡Nada es demasiado para mi mejor amiga! —respondía Cloe con una sonrisa traviesa. Su entusiasmo era contagioso, tanto que Alba terminó por reír.

La tarde se les fue entre risas y conversaciones, hasta que Cloe finalmente tuvo que irse. Antes de marcharse, se giró desde el umbral de la puerta.

—No lo olvides, a las nueve en punto un coche pasará a recogerte. Quiero verte deslumbrante. ¡Nos vemos, Alba!

Cuando el eco de los tacones de Cloe desapareció en el pasillo, Alba se quedó en silencio por unos minutos. Luego comió algo ligero y comenzó a arreglarse. Frente al espejo, sujetando aquel vestido plateado contra su pecho, la opresión en su corazón pareció ceder, aunque fuese sólo un poco. Quizá esa noche, rodeada de otras personas, pudiera encontrar una chispa de alegría para cerrar el año.

LA FIESTA

Alba llegó al hotel donde se celebraba la fiesta, rodeada de un despliegue de coches de lujo. Mateo, el chofer, aparcó con cuidado y se bajó rápidamente para abrirle la puerta.

—Que lo pase bien esta noche, señorita —dijo con una leve inclinación de cabeza.

—Muchas gracias, Mateo —respondí con una sonrisa.

Al empezar a subir las elegantes escaleras del hotel, un nudo se formaba en mi estómago. Había muchísima gente entrando, todos vestidos con atuendos de lujo, y el murmullo de las conversaciones flotaba en el aire. Sólo conocía a la familia de Cloe y, a cada paso que daba, más me arrepentía de haber aceptado venir.

Una vez dentro, una chica joven se acercó amablemente para ayudarme a quitarme el abrigo. Mientras me lo quitaba, mi mirada se deslizó hacia un espejo en la recepción. Me vi reflejada y no pude evitar sonrojarme. El vestido plateado que llevaba se amoldaba a mi cuerpo como una segunda piel, extendiéndose hasta el suelo. Una raja al costado dejaba al descubierto mi pierna izquierda, y el escote y la espalda descubierta eran más atrevidos de lo que solía usar.

—Señorita, por aquí. La familia Montreal la está esperando —me informó un hombre elegantemente vestido, señalando un pasillo.

—Gracias —respondí, siguiéndolo con pasos inseguros mientras mi corazón comenzaba a acelerarse. Mi colgante, un detalle que había olvidado, de repente pareció desprender calor, como si estuviera reaccionando a mis nervios.

Levanté la cabeza y, de inmediato, vi a Cloe saludándome desde el otro lado del salón. A su lado estaba su marido, y la familia Montreal. Pero mi mirada se detuvo en un hombre alto, moreno y fuerte. Nunca había visto a alguien así: guapo con una intensidad que casi me hizo tropezar. Sus ojos se encontraron con los míos, fijos y profundos, y una corriente recorrió mi cuerpo.

De pronto, un pequeño grito llamó mi atención.




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