ALBA
No había dejado de pensar en el beso de anoche. En cómo me había entregado a la furia, al deseo, a esa atracción salvaje que Damien despertaba en mí. Pero lo peor no había sido el beso en sí… sino lo que sentí. El modo en que mi cuerpo lo reconoció como si le perteneciera. Como si fuera mío.
Huir había sido mi única opción. No podía enfrentarme a él después del beso. ¿ Como lo miraría a la cara en el trabajo? Me había encerrado en mi departamento, tratando de ignorar los recuerdos, pero cada vez que cerraba los ojos, revivía la sensación de sus labios sobre los míos, la forma en que su cuerpo me atrapó con su calor abrasador.
Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Me levanté con nerviosismo y abrí, encontrándome con Cloe y Cristina al otro lado.
—Buenos días —saludó Cloe con una sonrisa, pero Cristina no perdió el tiempo.
—Buenos días cariño. Venimos a explicarte muchas cosas. —declaró con firmeza.
Mi estómago se encogió. Algo en su tono me hizo comprender que lo que estaba por escuchar cambiaría mi vida. Asentí y las invité a pasar.
Nos movimos al pequeño salón de mi departamento. Cloe y yo nos ocupamos de preparar café y algo de desayuno, aunque apenas tenía apetito. Mi mente estaba demasiado inquieta. Cuando nos sentamos, Cristina me miró con seriedad antes de comenzar su relato.
—Lo primero que debes hacer —dijo, pausando un segundo— es tener la mente abierta y escuchar con atención.
El silencio en la habitación era casi asfixiante. Mis manos se aferraban a la taza de café caliente, pero ni siquiera el calor que desprendía conseguía templar el frío que me recorría por dentro.
—Necesitas saber la verdad, Alba —dijo Cristina con firmeza—. Y yo te la voy a contar.
Respiré hondo y me forcé a concentrarme en Cristina.
—Tus padres eran licántropos, Alba. Tú también lo eres —soltó sin rodeos.
Mi respiración se detuvo un instante. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero no negué sus palabras. Después de todo lo que había vivido en las últimas horas, ya no podía dudar de lo imposible.
—Yo conocí a tu madre —continuó Cristina, con la voz cargada de emoción—. Era mi mejor amiga, éramos inseparables. Nuestros destinos estaban unidos desde pequeñas, hasta que todo cambió…
Cristina hizo una pausa y bajó la mirada. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.
—Nuestra manada fue atacada —prosiguió con un susurro—. Un grupo rival nos emboscó, querían eliminarnos. Tus padres... lucharon con todo lo que tenían para defender a su gente, pero cuando vieron que la batalla estaba perdida, hicieron lo imposible para asegurarse de que tú sobrevivieras. Tu madre le rogó a tu abuela, Margarita, que huyera contigo. Sabían que si te quedabas, morirías.
El nudo en mi garganta era insoportable. No podía moverme, no podía hablar. Solo podía escuchar y sentir el peso de cada palabra.
—Tu padre cubrió su huida —siguió Cristina, una lágrima resbalando por su mejilla—. Tu madre lo acompañó hasta el final. Lucharon juntos, como siempre lo hacían. Y cuando supe que habían caído, sentí que una parte de mí también había muerto con ellos.
Apreté los labios con fuerza. Mi abuela... ella siempre fue mi refugio, mi mundo entero. Y ahora sabía que había sacrificado todo para protegerme. Me llevó lejos de aquel horror y nunca miró atrás.
—No... no puede ser —susurré al fin, aunque no había negación en mi voz. Solo incredulidad.
—Es la verdad, Alba —afirmó Cristina, inclinándose hacia mí—. Tu abuela hizo todo lo posible para que tuvieras una vida normal. Pero tú no eres una humana común y corriente. Dentro de ti hay una loba... una loba que está esperando despertar.
Mi corazón martilleaba en mi pecho. No podía seguir ignorando lo que ya era evidente. La pregunta que siempre había estado latente en mi interior se manifestó en voz alta:
—¿Y qué pasa si despierta? ¿Si... si realmente soy una de ustedes?
Cristina me observó con una intensidad que me hizo removerme en mi asiento. Su voz fue suave, pero cada palabra resonó con un peso que me oprimió el pecho.
—Entonces, Alba, el destino vendrá a reclamar lo que siempre ha sido tuyo.
La miré sin comprender. ¿Qué quería decir con eso? ¿Qué era exactamente lo que el destino tenía preparado para mí? Fruncí el ceño y sacudí la cabeza, intentando aclarar mis pensamientos.
—No entiendo —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.
Regina dirigió su mirada al relicario que colgaba de mi cuello y luego volvió a encontrar mis ojos.
—Ese relicario es más que un simple recuerdo de tus padres, Alba. Es la llave para abrir un escondite que tu madre dejó para ti. En él, guardó sus libros mágicos.
Mi piel se erizó. La idea de que mi madre hubiera dejado algo para mí, algo oculto y poderoso, me estremeció. Mis dedos rozaron el metal frío del relicario sin darme cuenta.
—¿Libros mágicos? —repetí, sintiendo cómo la incredulidad me envolvía.
—Tu madre no era solo una loba poderosa, también era una curandera y vidente —continuó Regina—. Y tú, seguramente, eres igual. Solo que aún no has despertado.