El aire se volvió pesado a mi alrededor, como si el tiempo se hubiera detenido en el instante en que escuché aquella voz. Mi corazón latía con fuerza, desbocado, mientras giraba la cabeza lentamente hacia el espejo del fondo. No podía ser verdad.
—¿Mamá...? —mi voz salió temblorosa, apenas un susurro cargado de incredulidad y esperanza.
La imagen reflejada en el espejo era la de una mujer de cabello oscuro y ondulado, ojos profundos y una expresión serena. Su aura brillaba con una calidez que me envolvió en un abrazo invisible, y de alguna forma supe que no era una ilusión. Era real.
—Bienvenida a casa, cariño —dijo con dulzura, y su voz fue como un eco en mi alma, despertando recuerdos olvidados y sentimientos enterrados.
Las lágrimas inundaron mis ojos antes de que pudiera detenerlas. Un nudo se formó en mi garganta mientras intentaba procesar lo imposible.
—¿Cómo es posible esto...? —pregunté con un hilo de voz, dando un paso hacia el espejo, como si al acercarme pudiera atravesarlo y tocarla.
—El amor de una madre trasciende el tiempo y la muerte, mi pequeña. Siempre he estado contigo, aunque no pudieras verme. Ahora que tu loba ha despertado, también lo ha hecho la conexión con nuestra sangre, con nuestras raíces. —Su expresión se tornó solemne y amorosa a la vez—. Hay tanto que debes saber, Alba.
Mi pecho se expandió con una mezcla de emoción y miedo. Sabía que tenía frente a mí una verdad que lo cambiaría todo.
—Te escucho —susurré, sintiendo un temblor recorrerme.
Mi madre me dedicó una sonrisa antes de continuar:
—Nuestra familia siempre ha sido especial. No solo somos licántropos, Alba. Somos guardianas del conocimiento antiguo, sanadoras y videntes. Yo fui la última hechicera de nuestra manada... y tú, mi niña, has heredado ese don. Tu destino está ligado a la protección de los libros sagrados, al legado de nuestros ancestros. —Hizo una pausa y su mirada se tornó triste—. Cuando la guerra entre manadas estalló, tu padre y yo sabíamos que no podríamos protegerte si te quedabas con nosotros. Por eso, confiamos en tu abuela Margarita para que huyera contigo y te mantuviera a salvo. Fue el sacrificio más doloroso de nuestras vidas, pero necesario.
Sentí que el aire me faltaba. Todo lo que Cristina me había contado ahora cobraba aún más sentido. Mi vida no era lo que había creído durante tanto tiempo.
—Yo... yo no recuerdo nada —admití con un hilo de voz.
—Porque tu abuela selló tu loba —reveló con pesar—. No fue un castigo, sino una medida de protección. Si hubieras despertado demasiado pronto, habrías estado en peligro. Pero ahora, Alba, el sello se ha roto. Tu loba ha despertado. Nara está contigo de nuevo, y juntas podrán cumplir con su propósito.
Al escuchar su nombre, un escalofrío recorrió mi espalda. Dentro de mí, sentí la presencia cálida y reconfortante de mi loba, quien susurró en mi mente:
«Estoy aquí, siempre he estado. Solo esperaba el momento indicado.»
Mi madre extendió la mano, como si pudiera alcanzarme a través del espejo.
—No tengas miedo, mi niña. No estás sola. Damien y la manada estarán contigo, pero ahora depende de ti decidir qué hacer con todo esto. La elección es tuya.
Un millón de pensamientos se agolparon en mi cabeza. Mi destino estaba escrito antes de que yo pudiera siquiera comprenderlo. ¿Estaba lista para ello?
Con un último destello, la imagen de mi madre comenzó a desvanecerse. Mi corazón se encogió.
—¡Espera! —grité, desesperada por alargar el momento—. ¡No te vayas!
—Siempre estaré contigo, Alba —susurró, antes de desaparecer por completo.
Caí de rodillas frente al espejo, sintiendo cómo la emoción me ahogaba. Lágrimas ardientes rodaron por mis mejillas. En ese momento, supe que nada volvería a ser igual.
Era el momento de aceptar mi destino.
DAMIEN
Corrimos tras ella, guiados por la energía que emanaba en cada paso que daba. Mi pecho ardía con una mezcla de ansiedad y asombro. Alba no era solo mi mate, no solo la Luna de la manada... era mucho más. Había sentido el cambio en el aire desde que cruzamos las puertas del territorio, y cuando finalmente la alcanzamos, el impacto fue demoledor.
Estaba de pie frente a un antiguo cofre abierto, con su relicario encajado en la tapa. Su respiración era entrecortada, sus pupilas dilatadas, y su cuerpo entero vibraba con una energía que jamás había visto en ella. Cristina se llevó una mano a la boca, y en sus ojos vi algo que pocas veces había presenciado: reverencia absoluta.
—Por la Diosa… Alba… —susurró mi madre, acercándose lentamente.
Alba giró hacia nosotros con una expresión de incredulidad en el rostro. Sus manos temblaban, pero no de miedo, sino de algo más profundo, algo que ni ella misma parecía comprender.
—Todo esto es increíble… ¿Crees que yo podré hacerlo? —preguntó en voz baja, como si temiera romper el hechizo que la envolvía.
Cristina avanzó con cautela y tomó sus manos entre las suyas.
—Es tu legado, hija —dijo con un tono cargado de emoción—. Tu destino siempre ha sido este. Liderar y proteger a la manada junto a Damien. Esto es lo que siempre debió ser.