ROSANA
No me lo esperaba.
Ni en mis peores pesadillas imaginé entrar al despacho de Damien y que me golpeara ese olor... asquerosamente dulce, salvaje, penetrante. Apareamiento.
El sofá desordenado, su camisa mal abotonada, el perfume de una loba desconocida… y ella.
Ella estaba ahí. Sentada delante de su escritorio como si le perteneciera. Como si pudiera ocupar el lugar que yo merecía.
Mi sangre hirvió.
Kira gruñó en mi interior, porque estaba tan desorientada como yo. ¿ Se había apareado con una loba y luego con ella? Eso no tenía sentido.
No podía olerla como loba. Solo percibía humanidad, debilidad… un error.
—¿Se interrumpe algo? —pregunté, cruzando los brazos y disimulando mi tono con una sonrisa sarcástica.
Damien frunció el ceño, y ella —esa tal Alba— bajó la mirada, avergonzada. Como si supiera que había hecho algo que no le correspondía. Bien.
—Rosana —dijo él, con voz grave—. No es el momento.
—¿No es el momento? —solté una risita—. ¿Y cuándo sería el momento ideal, Damien? ¿Después de que termines de follar a cada humana que entra a esta oficina?
Su mandíbula se tensó. Pero no me importó. Avancé, sin perder la sonrisa.
—Solo quiero entender —dije, colocándome justo frente a él—. ¿Dónde queda lo nuestro, Damien? ¿Dónde quedan nuestros días, nuestras noches… todo lo que fuimos?
Alba se giró hacia él, confusa, herida. Perfecto.
—Rosana… —empezó él, en tono bajo, casi con lástima, y eso me enfureció aún más—. No hubo un nosotros. Nunca lo hubo. Lo sabes. Solo te estás engañando.
Me reí. Un sonido afilado, amargo, venenoso.
—¿Me estás diciendo eso ahora? ¿Después de todas las veces que te metiste en mi cama? ¿Después de cada caricia, de cada noche en la que te desfogabas conmigo? ¿Vas a fingir que no pasó?
El silencio fue brutal.
Alba se puso de pie, temblorosa, con los ojos brillando de rabia y dolor. Me miró, después a Damien, y supe que había logrado lo que quería. Hacerla dudar. Lastimarla.
—¿Es verdad? —susurró ella.
—¿No le respondes? —le dije yo antes de que Damien abriera la boca—. Sabes que lo es. ¿Qué clase de macho eres, que te acuestas con cualquiera que te abre las piernas y ni siquiera le dices con quién te acostabas y los planes de futuro que tenías?
Vi cómo sus ojos se empañaban. Cómo las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas.
—Esto fue un error… —murmuró, y salió del despacho casi corriendo.
Y entonces Damien hizo lo que temía: fue tras ella.
Me interpuse en la puerta, y Kira empujó con fuerza desde dentro.
—¿Vas a dejar que las emociones gobiernen sobre tus deberes? —le escupí con los ojos centelleando—. ¡Eres el alfa, maldita sea! ¿Y corres detrás de una cría humana llorona que ni siquiera ha probado su valía? ¿Qué clase de líder eres?
—¡Apártate, Rosana! —gruñó, con la voz grave, ya no humana.
—No —le solté, furiosa—. ¡Estás cometiendo un error! Esa mujer va a destruirte. No sabes quién es, no sabes qué oculta. ¡Podría ser una amenaza para la manada!
—Es mi pareja destinada. —Las palabras cayeron como un golpe seco—. Lo que hubo entre nosotros nunca significó nada. Nunca fuiste mi Luna, Rosana. Nunca lo serás.
Me dolió.
Como una garra arrancándome el corazón.
Pero no retrocedí.
—Entonces dilo. —Avancé un paso, con el veneno escurriéndose en cada palabra—. Dilo delante de la manada, Damien. Que su Luna va a ser una simple humana. Que vas a humillarte por alguien que ni siquiera conoce tu propia sangre.
Sus ojos ardieron, pero no dijo nada.
Perfecto. Silencio… la mejor confirmación.
—¿Y qué hay de nosotros? —Mi voz se quebró, apenas lo suficiente para sonar dolida, no rota—. ¿Dónde quedan los años que compartimos? Las noches que pasaste en mi cama… el deseo con el que me buscabas cuando todo te superaba.
Él frunció el ceño.
Y ese gesto… fue un puñal directo a mi orgullo.
—No te atrevas a negarlo. —Mi tono se alzó como un látigo—. ¿Vas a mentir, Damien? ¿Vas a decir que no me deseabas? ¿Que no te acostabas conmigo? Porque si lo haces… puedo recordártelo. Detalle por detalle.
Vi cómo apretó los puños, cómo contenía su lobo.
—Soy la loba más fuerte de esta manada —continué, con la rabia mordiéndome las entrañas—. Y tú lo sabes. He sido leal, incluso cuando rompiste lo nuestro. Me alejé, sí… pero nunca te traicioné. ¿Y ahora me cambias por esa? ¿Por alguien que ni siquiera ha vivido su primera luna?
Tragó saliva, pero no respondió.
Eso me dolió más que si me hubiera gritado.
—Hazlo, Damien —susurré, con una sonrisa amarga—. Diles a todos que me reemplazas con una niñata, una forastera. Diles que tu Luna es una humana que ni siquiera sabe lo que eres capaz de hacer. Y luego mírame a los ojos y dime que no te arrepentirás.