Un cachorro por Navidad.

Capítulo 18 Visiones

ALBA

El calor era suave. No quemaba. Era cálido, como una caricia. Me vi rodeada de luz, envuelta en una bruma dorada que olía a tierra mojada y a hojas de otoño. El sonido de la chimenea crepitaba, aunque no había madera ardiendo en ningún lugar que pudiera ver. Y entonces, como si mi corazón lo hubiera llamado, los vi.

Mi madre. Mi padre. Y detrás de ellos, con su eterno chal de lana color esmeralda, mi abuela Margarita. Me quedé sin aire. No por miedo, sino por la ternura que me desbordó el pecho.

—Alba… —dijo mi madre con esa voz que nunca supe si recordaba o imaginaba—. Tienes que reclamar tu puesto en la manada.

No supe qué decir. Quería correr hacia ellos, abrazarlos, gritar que los había echado de menos cada día de mi vida. Pero no podía moverme. Estaba clavada en aquel sueño como si el tiempo se hubiera detenido solo para dejarme mirar.

—No es tiempo de llorar, pequeña loba —dijo mi abuela, con una sonrisa cálida—. Es tiempo de despertar.

—Despertar… ¿de qué?

—De ti misma —contestó mi padre—. Has caminado mucho para llegar aquí, y ahora el legado te llama. El nuestro. El tuyo.

Mi madre asintió.

—Ya no puedes esconderte de lo que eres. La hechicera. La loba. La Luna.

Sentí una corriente de energía envolverme, y entonces mi madre se acercó, tocó mi frente y susurró:

—Confía en tu instinto. En tu corazón. En tu loba. Y en él.

—¿En Damien?

—Sí. Pero no dejes que el miedo nuble tu juicio —añadió mi abuela—. Lo que viene no es fácil. Pero tú naciste para esto. No estás sola, Alba. Nunca lo has estado.

El mundo a mi alrededor comenzó a girar, la luz se apagaba, y sus rostros se desvanecieron en la neblina. Una paz profunda se ancló en mi pecho… hasta que el calor cambió.

La bruma se tornó densa, oscura. El fuego se extinguió y una sombra cubrió el paisaje. Escuché voces. Voces que no eran mías.

—¡Tú prometiste que sería mío! —rugió Rosana. Su figura emergió de entre la oscuridad. Iba vestida de negro, el cabello deshecho, los ojos brillando con furia.

—Eres una estúpida. Una maldita imprudente —respondió una voz masculina, grave, rasposa. No pude ver su rostro, pero algo en su tono me heló la sangre.

—No me hables así. ¡Yo hice lo que tú querías!

—¡¿Lo que yo quería?! ¡Casi matas al cachorro!

—¡Yo iba a ser su Luna! El siguiente Alfa debía nacer de mí vientre—escupió Rosana, furiosa—. Ese niño es un obstáculo. ¡Siempre lo fue para mi!

—Y por eso te arriesgaste a arruinarlo todo. Damien sospecha. La chica nueva lo ha cambiado. Está más fuerte… más despierto.

—¡Esa humana no significa nada!

—¿De verdad crees eso? Entonces estás más perdida de lo que pensé.

La sombra del hombre se dio la vuelta. No vi su rostro, pero algo en su silueta me pareció… familiar. Inquietantemente cercana.

—Estás jugando un juego demasiado grande para ti, Rosana. Si caes… yo no pienso levantarte.

—No caeré —susurró ella—. No sin llevarme algo conmigo.

El aire tembló, y antes de que pudiera intentar moverme o gritar, una garra invisible me arrancó del lugar.

Y abrí los ojos.

El techo de madera de la cabaña me recibió. El fuego en la chimenea ardía suave. Estaba sudando, con el corazón latiendo desbocado.

—Alba —la voz grave y cálida de Damien me trajo de vuelta por completo—. Eh, tranquila… estoy aquí.

Él me abrazó, sentándose a mi lado en la cama, sus dedos acariciando mi espalda.

—¿Una pesadilla? —preguntó.

Negué, aún temblando.

—No… era más que eso.

Él esperó, sin presionarme.

Seguía temblando, aunque el calor del fuego y el abrazo de Damien me envolvían como un refugio. No sabía por dónde empezar. No era una simple pesadilla. Lo que había visto… lo que había sentido… era demasiado real. No eran símbolos difusos, ni imágenes inconexas. Era un mensaje. Una advertencia. Una visión.

—He soñado con ellos —susurré, con la voz apenas audible—. Con mis padres… y con mi abuela.

Damien me miró en silencio, sin interrumpirme. Sus dedos seguían acariciando mi espalda, con ese ritmo suave que me anclaba al presente.

—Me dijeron que debía prepararme. Que tenía que aceptar mi legado… que ya no podía esconderme.

Una sombra de preocupación cruzó su rostro, pero no dijo nada. Sabía que había más.

—Y después… cambió —dije, tragando saliva—. Vi a Rosana. Estaba discutiendo con un hombre. No vi su rostro. Solo su voz… grave, autoritaria, como si estuviera acostumbrado a dar órdenes.

Los ojos de Damien se tensaron.

—Él le reclamaba por intentar matar a Daniel. Ella se defendía. Decía que si iba a ser tu Luna, entonces el siguiente Alfa debía nacer de ella. Estaba furiosa, desesperada… como si se sintiera traicionada.




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