Después de unos estertores, el cuerpo se quedó inmóvil y boca abajo. Me acerqué de forma lenta. Había un silencio tan profundo, que sentía los latidos en mi corazón, en mis sienes y en la punta de mis dedos. Lo observaba, eran sus últimos momentos de vida, el final de su respiración débil, imperceptible.
Al principio, parecía que movía en forma muy leve los dedos de la mano derecha. Después de unos interminables minutos, todo cesó. En mi mente había quedado impregnado de lo acontecido momentos antes. Este muerto, o casi muerto, es mi vecino con el que siempre entablé motivos de disputa. Su casa da a los fondos de mi propiedad, de la cual nos separa solamente un pequeño tapial de un metro cincuenta a lo sumo. Las reyertas siempre fueron por problemas de convivencia, donde nunca pudo ni conmigo ni con mi familia sostener un diálogo para solucionar las disputas. Él vive solo en su casa, y cuando invitaba a sus amistades, era común parrandas y música ruidosa hasta bien entrada a la madrugada. En cierta oportunidad, descubrí que con la clara intención de molestar, una de las juergas en su domicilio, había concluido a las tres de la madrugada, pero dejaba a propósito su estridente equipo de sonido a todo volumen en el patio de su casa hasta la media mañana. Otra discusión fuerte, ocurrió cuando mi mujer fue increpada por este facineroso, porque mis hijos se hallaban supuestamente, jugando sobre el tapial de la medianera.
Mi familia no se encontraba en casa, era viernes a la tarde, estaban de visita en una ciudad vecina y no regresaban hasta el domingo a la noche. Siete de la tarde, anochecía a las ocho y algo. Unos momentos antes, el muy cretino, a los gritos vociferaba que el tapial de la medianera lo había construido él, que le pertenecía, que me hiciera otro a la par si quería apoyar algo. Que le tenía que pedir permiso y no recuerdo que otros vituperios. No emití ni una palabra, solo atiné a observarlo, traté de no interpretar su griterío. Eso lo puso mas irascible.
-¿Te estás riendo de mi? ¡Boludo!- Dijo, mientras intentó treparse al tapial, para pasarse de mi lado y así honrar la supuesta ofensa golpeándome. Había pasado una pierna y cuando intentó revolear el resto de su humanidad hacia mi propiedad, en una mala maniobra, no pudo hacer pié y cayó de cabeza. En ese momento, escuché como si algo se hubiese roto. - Su brazo, una pierna, pensé. No se reestablecía, ni se quejaba. Quedó tirado en el pasto inmóvil, para luego convulsionar unos segundos. Todo fue muy rápido.
De forma lenta me fui acercando. Podría estar fingiendo para echarme mano cuando estuviera cerca. Le toqué la espalda.
-Dale ché, dejate de hacer estas bromas, hablando podemos resolver las diferencias- le dije. Seguía sin moverse. Lo tomé de los hombros para darlo vuelta y me impresionó porque tenía los ojos abiertos. No había sangre. Existe un truco viejo que vi en la tele que es cuando alguien finge estar muerto, hay que tocarle con la punta del dedo pulgar las pupilas y por un acto reflejo, si esta fingiendo o consiente, tratará de cerrar los párpados. No tenía el acto reflejo, se lo hice en un ojo y luego en el otro con símiles resultados. Toqué su cuello para ver si tenía pulso. Nada. Me percaté de una pequeña mancha, como la de un golpe debajo de su nuca. Se había roto el cuello. Estaba fallecido.
Todos los vecinos sabían de nuestras idas y vueltas. ¿Quién me creería que se mató solo, intentando saltar el tapial para agredirme? Soy pobre, vivo de mi trabajo diario y si no gano el jornal, no existe en mi casa otra fuente de sustento. Me repugna pensar que debo pasar por este mal entretenido bravucón, aunque sea un día en la policía, aclarando como se sucedieron las cosas. Soy pobre y no tengo para pagar un abogado y los abogados sé que son caros. ¿De donde iría a sacar dinero para que me defiendan? Hubiera preferido que nos hubiéramos dado unos mamporros y cada uno en su casa.
¿Y si me condenaban por algo que no hice? ¡No me entraba en la cabeza estar encerrado por años! Mi otro yo en mi cabeza me repetía: “nadie le hizo nada, se mató solo el muy estúpido”. Tenía miedo de ir preso. Tenía miedo de perder mi familia. Tenía miedo de que me quiten lo poco que tengo.
Lo peor, es que no sabía qué hacer.
Intenté por última vez reanimarlo, pero fue inútil. Traté de cerrarle los párpados pero se volvían a entreabrir, como si me mirara del más allá. Volví a tomarle el pulso del cuello y luego de la muñeca. Nada. Habían transcurrido a lo sumo menos de media hora cuando su rostro comenzó a tomar el color pálido de los difuntos. Ahora no tenía dudas. Su piel estaba fría y la mancha debajo de la nuca se había extendido y no era azulada, se había tornado de color oscura. Yo temblaba. Intenté prender un cigarrillo y no pude. El pavor me había tomado por completo. No quería ir preso por ese hijo de puta, no, no…