El taxi se detuvo frente a un portón gris. Afuera, el aire me cortó las mejillas. Pagué rápido y bajé con el corazón acelerado. Era mi primer día, y aunque trataba de parecer tranquila, por dentro me temblaban las manos.
No me había vestido nada fabulosa para concoer a la madre de Leanr. Un vestido gris, unas leggins doblemente acolchadas para evitar que el frio me congelara los huesos. Unas botas altas y el cabello recogido en una trenza que me deje caer al lado derecho de mi rostro, reposando en el hombro.
No estbaa mal, pero tampoco tenía muchas opciones en mi closet.
Toqué el timbre. Una voz respondió enseguida desde el intercomunicador.
—¿Clara Santibáñez?
—Sí.
—Puede pasar.
El portón se abrió con un sonido suave, y caminé por un sendero de piedra que se perdía entre árboles sin hojas. La casa se veía enorme desde lejos. Blanca, con ventanales altos y un techo que parecía nuevo. No había flores ni adornos, solo una calma rara. Una calma que imponía respeto.
Cuando llegué a la puerta principal, la abrí con cuidado. Dentro me recibió una mujer de unos sesenta años, con delantal gris y cabello recogido. No parecía muy contenta de verme.
—Buenos días —dije con una sonrisa nerviosa.
—Buenos días. Soy Britta —respondió, sin devolverme la sonrisa—. El señor Håkansson la espera en el despacho. Deje los zapatos en la entrada, por favor.
Asentí enseguida. Me agaché para desatarme las botas y las dejé junto a una estera, donde ya había otros pares perfectamente ordenados.
El piso brillaba tanto que daba miedo ensuciarlo.
Britta caminó delante de mí, cruzando un pasillo largo. Había cuadros en las paredes, retratos en blanco y negro de personas que no conocía, y una alfombra tan gruesa que apenas se oían nuestros pasos.
—Por aquí —dijo ella, golpeando una puerta doble.
La puerta se abrió y, por un instante, me quedé sin aire.
Leanr Håkansson estaba de pie junto al escritorio, revisando unos papeles. Tenía la camisa blanca arremangada hasta los codos y el cabello rubio cenizo peinado hacia atrás.
Cuando levantó la vista, sentí que el corazón me dio un salto.
Era hermoso. En serio.
No de una forma irreal, sino de esas que te dejan muda un segundo.
Ojos azules, piel clara, mandíbula marcada. Parecía sacado de una revista, o de alguna de esas películas que veía con mi hermana los domingos. Un Chris Evans más joven, pensé sin querer.
Traté de disimular, de parecer normal.
—Buenos días —dije, acomodando mi bolso.
—Buenos días —respondió él, con esa voz baja que casi obliga a escuchar—. Me alegra que hayas llegado puntual.
Britta cerró la puerta y nos dejó solos.
Leanr dejó los papeles sobre el escritorio y se acercó unos pasos.
—Siéntate, por favor.
Me senté al borde de la silla, sin saber bien dónde poner las manos.
—Quería disculparme —dijo él, mirándome con seriedad—. No podré estar presente en tu primer día. Me surgió un inconveniente en Italia y tengo que viajar esta misma tarde.
—Ah… entiendo —respondí, intentando que no sonara a decepción.
—No suelo ausentarme, pero esta vez es necesario. Volveré en cuanto pueda.
—¿Será pronto? —pregunté antes de pensarlo demasiado.
Leanr levantó un poco las cejas, sorprendido por la pregunta. Luego sonrió apenas, una sonrisa tan discreta que casi no se notaba, pero suficiente para que sintiera que algo se me derretía por dentro.
—Espero que sí —dijo—. Mi madre estará tranquila si la acompañan, y Britta se encargará de que tenga todo lo necesario. Lo que sea que necesites, pideselo a ella.
Asentí, sin atreverme a mirarlo mucho tiempo.
—Gracias por avisarme. No te preocupe, sabré adaptarme.
—No lo dudo. —Se cruzó de brazos y añadió—. Ya te he dicho en qué consiste el trabajo. No es complicado, pero requiere paciencia. Mi madre no es una mujer fácil. La verás así en algún momento, pero es obstinada. Y por nada del mundo quiere salir da casa.
—Lo imagino. No te preocupes, le acompañaré en lo que necesite.
Él asintió con un leve gesto.
—A veces parece estar y otras veces no. Ya lo notaste ayer. La enfermedad que tiene es mas en el corazon y la mente que en el cuerpo. No te lo tomes personal. No eres tu, es ella que no encuentra cómo molestar a los demás.
—No lo haré.—Quise decirle que el juega un papael tan importante en el cuerpo, que cuando el corazón está roto, nada mas parece funcionar. Pero Leanr parecía la clase de persona que entiende que el amor no es relevante. Asi que me comí mis palabras.
—Perfecto.
Su tono era formal, casi cortante, pero su mirada no. Tenía algo sereno, como si detrás de esa compostura hubiera alguien que observaba con atención cada palabra.
—¿Quieres que me presente con ella hoy? —pregunté.
—Sí. Es el punto. Britta te acompañará. Mi madre suele pasar las mañanas en su habitación o en el salón principal.
Me levanté despacio.
Él hizo lo mismo.
Por un momento, quedamos frente a frente. Y, aunque sé que fue apenas un segundo, juro que el tiempo pareció estirarse.
—No tienes por qué preocuparte —añadió él, buscando algo en el escritorio—. Britta te mostrará dónde está todo. Hay normas simples: discreción, puntualidad y respeto a los horarios. Nada más. Si tienes eso, mi madre te amará más que a mi. No debes hablar con ningun periodista, nadie. Nada de lo que pase en esta casa se debe compartir. ¿Entendido?
—Entendido.—sonreí y le miré a los ojos, pero tuve que retirar la mirada, ese hombre mira tan intensamente que joder, acabará por sacarme todos los secretos, hasta mi comparación con Chris Evans.
—Bien. —Tomó un sobre y me lo tendió—. Aquí tienes una copia del contrato y la información del seguro médico. Léelo con calma. No hay prisa. Te dije que es un trabajo real.
Lo tomé con ambas manos, cuidando de no rozar sus dedos, aunque igual lo hice sin querer.
Y sí, lo sentí. Ese leve contacto, frío y eléctrico, me recorrió como un aviso.