—El amor, Carlitos, no es cualquier pavada. Ahora a cualquier cosa le dicen amor. —La mujer moja sus labios con la bebida caliente, para luego clavar sus intensos ojos en los de él—. No se puede sentir con la cabeza ni tampoco se puede ver la primera vez. El amor se construye, como una torre: pieza por pieza, entre dos, se apilan. Y ojo, Carlitos, porque no es moco de pavo apilar las piezas, por supuesto que no, hay que saber colocarlas en el lugar correcto para que no se caiga la torre después. ¿Entiende lo que le digo?
—Por supuesto, doña Margarita, entiendo su punto. —Por primera vez el mesero es sincero con respecto al tema—. Pero dígame, ¿usted cree que hoy en día no pasa eso? ¿No se «construye»?
—¡Ay, Carlitos! Cuarenta y cinco años y sigue tan nabo como cuando tenía veinte. —Ambos se ríen a carcajadas como dos viejos amigos—. Claro que hoy en día no es así, mijo, ¿es que no sabe cómo funciona el mundo ahora? Todo es pasajero, la noticia deja de serlo apenas llega y el que no está al día vive en un raviol. ¿Es que no vio cómo está Montevideo un martes a hora pico? Acá casi no llega gente, Carlitos, pero 18 de Julio es una locura: el tránsito parece una cadena infinita hecha de chapa y humo negro y las veredas son carreras olímpicas. —Y entonces, luego de terminar su café, doña Margarita le hace una señal con la mano al hombre para que se acerque a ella. Él obedece, algo extrañado, y escucha con atención lo que susurra la anciana—: Pero déjeme confesarle que la vida no se trata de correr hacia una meta invisible... La vida, Carlitos, la vida se trata de caminar apreciando el paisaje para que la muerte no se sienta como un destino final sino como el principio de otro viaje.