Había escuchado la frase “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” debo decir que sentí que Dios se había estado carcajeando a mis expensas. Sabiendo que aquella noche especial en la que yo esperaba a Sebastián, uso toda su magia para que aquel flamante auto, se cruzara la luz roja de una avenida y chocara contra el auto de Sebastián. Esa noche era nuestra fiesta de compromiso, una semana antes de nuestra boda.
De pronto me encontraba caminando en el pasillo de urgencias, aún sigo sin recordar cómo llegue ahí. Pedí ver a Sebastián y una doctora me explicaba con detalle cada una de sus lesiones y lo que me esperaba ver, estaba aturdida escuchando solo palabras clave que me hacían ver que aquello era real y no una pesadilla, mientras caminábamos gire mi visión hacia el lado izquierdo y vi a un tipo herido quejándose del dolor, aquel hombre estaba borracho. Yo llevaba un vestido hermoso, no recuerdo como era, pero recuerdo las manchas de sangre, la sangre de Sebastián, sangre de la cual me empape al abrazar con todas mis fuerzas el cuerpo de mi prometido, quien ya no pertenecía a este mundo. Mi padre tuvo que sostenerme fuerte para arrancármelo de los brazos. No podía parar de gritar y llorar.
Mis padres me llevaron a casa, mi madre se aseguró de que tomara una taza de té, me senté en la sala y vi en la mesita central mi celular parpadeando, tenía un mensaje de voz, al revisarlo, era de Sebastián.
-Amor mío por que no contestas? Debes estar ocupada embelleciéndote, no te molestes por favor pero tengo que ir por algo que tengo para ti, prometo llegar para que todos levanten sus copas y brindemos por la hermosa mujer con la que pasare el resto de mi vida, soy un maldito afortunado. Te amo.
Mi madre me dio un par de pastillas que me hicieron dormir tanto tiempo, que al despertar, tuve la sensación de que había sido una pesadilla, al girarme vi a mi padre sentado al lado de mi cama, estaba mirándome y le pregunte:
-Fue una pesadilla verdad?
Se levantó de la silla para sentarse junto a mí en mi cama suspiro y me acaricio la mejilla, dijo:
-No mi cielo, no lo fue. Comencé a llorar de nuevo y después de unos minutos mi padre me dijo:
-Mi amor, tu madre y yo sabemos que con nada te aliviaremos esta pena, pero estaremos a tu lado y te ayudaremos en todo lo que sea necesario para que salgas adelante.
Me senté y lo abrace fuerte mientras lloraba, mi madre entro y se unió a aquel abrazo, como si los dos presintieran lo que estaba a punto de aproximarse, que su única hija se volvería loca de tristeza.
Siempre es triste cuando una persona se va de este mundo, por ciertos motivos la pena es mayor cuando la persona que se nos va, es joven, alegre, bondadoso, caritativo, un excelente ser humano en todos los aspectos y la pena es aún mayor cuando se trata de tu prometido y lo describes con esos adjetivos.
Sobrellevaba ese momento incomodo en el que todo el mundo te quiere dar aliento y decir las palabras correctas, no se dan cuenta? No hay palabra correcta, No existe la resignación, solo aprendemos a vivir con ese hueco en el pecho, es todo.
Una vez leí esta frase “Hace falta que pierdas algo muy importante en tu vida, para sentir que no perteneces a ningún lado” y en efecto, no encontraba mi camino de regreso a la vida. Simplemente ese camino se borró el día en el que aquel tipo borracho discutió con su esposa y decidió salir corriendo a un bar a embriagarse y jugar billar con sus amigos. O al menos eso decía el periódico al día siguiente.
Después de unos días me vi obligada a levantarme de mi cama, la preocupación de mis padres, la inquietud de mis amigos, era insoportable y de dementes, la única que entendía mi dolor era su madre y aun así yo sabía que su dolor era más intenso que el mío. Yo solo quería dormir y con suerte no despertar.
Durante un par de semanas viví en casa de mis padres, no permitían que me fuera a mi departamento y la verdad no quería irme, estaba llena de recuerdos.
Una mañana desayunando.
-Zoe creo que te hará bien regresar a tus actividades cotidianas, tu trabajo era muy importante para ti.
Dijo mi madre.
-Creo que es una buena idea, pero si no estás lista, sabes que te apoyamos. Recalco mi padre apoyando
la idea de mi madre.
No les respondí, meditaba lo que tenía que hacer, termine mi taza de café, me levante de la mesa dándole las gracias a mi madre por el desayuno y salí al jardín.
Sentada en el césped, sintiendo la brisa, sonó el teléfono, escuche que mi padre respondió y después de unas palabras, salió al jardín para llamarme.
-Es una llamada para ti y creo que debes tomarla.
Solo lo mire y tome el teléfono para atender la llamada.
-Hola?
-Zoe!. Era Susan, madre de Sebastián.
-Perdona mi llamada, pero necesito hablar contigo, crees poder venir a nuestra casa hoy por la tarde?
-Sí, no tengo problema, esta tarde nos vemos.
-Gracias Zoe.
-Que este bien Susan.
Ese mismo día por la tarde llegue a casa de los padres de Sebastián, toque la puerta y abrió su padre.
-Hola Zoe, como estas? me pregunto dándome un fuerte abrazo.
-He estado en casa de mis padres. Espero que ustedes estén mejor Paulo.
-Tan mejor como se puede. Pero pasa, mi esposa te espera.
Entre a la sala y Susan bajo las escaleras, y al verme, sin decir una sola palabra, me abrazo tan fuerte, que sentí la necesidad de corresponder aquel abrazo, ahí en silencio era como si las dos nos estuviéramos consolando mutuamente sin palabras, entendíamos el dolor de la otra sin expresarlo.
-Cómo has estado Zoe?
-Estoy… estoy…estoy a punto de volverme loca y nadie lo entiende. Dije al borde de las lágrimas.
-Te entiendo, no hay consuelo para nosotras y quiero que sepas que a pesar de que era mi hijo, no minimizo tu dolor, entiendo que tú también lo extrañas, tanto como yo.