Un cambio de Corazón

CAPITULO 1

Era un día cálido y detonante de tranquilidad como simpre se era gozable en el reino de Kass, con un cielo azul y calmo teñido por el leve gris de las nubes, las enormes colinas de tonalidad verde cubiertas por árboles y vegetación en abundancia, coronadas por el dulce fluir del agua proveniente del rio Quier, el cual marcaba su paso por la zona pueblerina hasta la inmensa e inalcanzable entrada al palacio real, cubierto por un leve muro de piedra fina y un puente donde finalmente desembocaba tal hermoso rio.

Detrás de los muros y paredes del palacio, se encontraban los miembros de la familia real de Kass; El Rey Sebastián III D. Alcur, cuyo reinado se basaba en autoritarismo y lealtad absoluta, el Príncipe Heredero al trono Benjamín Percy I D. Alcur, cuyo carácter e ideales estaban fundamentados en la justicia e igualdad, teniendo como principal estandarte el bienestar familiar y, por último, la Princesa Emilia Monserrat D. Alcur, cuya belleza y ejemplar carácter, solo le eran comparables a su simpleza y pureza de corazón. Sin embargo, lo que más distinguía a la realeza Kassiana, eran sus rasgos y facciones de naturaleza única y exclusiva; cabellera de tonalidad blanquecina envuelta en leves pigmentos de colores platinados, piel pálida y de textura suave enmarcada por la más pura delicadeza y ojos embellecidos por el más pulcro y celestial azul, solo equiparable con el del más fino zafiro imaginable por el hombre. Todos estos elementos, en conjunto con su noble cuna y estirpe de realeza, le aseguraron a la descendencia de los Alcur, por siglos, el respeto y lealtad absoluta del pueblo de Kass, concediéndoles el más alto grado de adoración; la divinidad y supremacia. 

Así, los días de la actual realeza Kassiana transcurrían con monotonía; entre actividades y deberes reales previamente asignados, hasta su finalización con el caer de la noche y los reproches de descanso y tranquilidad propios del agotamiento. Sin embargo, esta noche en particular, el Rey de Kass discutía con los miembros de su corte una situación que ameritaba urgencia y respuesta inmediata, pero cuya aceptación y veracidad, estaba en duda:

 -Su excelencia, si me permite otorgar mi parecer, creo que esta propuesta otorga una solución inmediata y permanente a la ya eterna rivalidad entre nuestro reino y el reino de Moniac, aceptarla significaría el fin de estos conflictos y por supuesto, descartaría la posible guerra que tanto hemos temido que iniciara-. Sostenía con firmeza y decisión el primer ministro Dominic Alcaza, quien siempre gozaba de un carácter frio y calculador, enmarcado por una postura que destilaba autoritarismo y altivez.

 - ¡Su majestad! - decía la gruesa y resonante voz del Duque de Biar. -No podemos aceptar tal oferta carente de autenticidad y verídico cumplimiento, de hacerlo, expondríamos a vuestra princesa a un potencial riesgo. - Sugiero, - ínsita el duque, otorgándole una leve mirada detonante de disculpa al ministro Dominic- con el debido respeto que se merece ministro, que primero se verifique dicha proclamación de manera directa con el rey de Moniac o con cualquier otro miembro de la familia real Moniaca-. Dice finalmente, mirando con alarma al Rey Sebastián-.

 - Su majestad, concuerdo con el Duque de Biar-. alega en modo de unión el ministro Carlos de Antilla, un hombre de mediana edad y aura reverberante de sabiduria, cuyos ideales estaban inclinados hacia la verdad y la razón. -Aunque la propuesta es indudablemente tentadora en cuanto a soluciones inmediatas se refiere, no podemos precipitar una decisión sin antes asegurarnos de su completa autenticidad. Considero que la opción más viable es solicitar una audiencia con la realeza de Moniac, con prioridad en asegurar la presencia del Rey Teodor en la misma. Así, cuando la minuta este totalmente verificada por usted, su majestad, y por supuesto carente de toda falsedad, proceder a tomar una decisión final-. Concluye el Duque con extrema tranquilidad y dirigiendo su mirada serena hacia el Rey.

Después de un leve pero torturante silencio, todos los presentes en la sala comenzaron una enorme oleada de sonoras voces compuestas por palabras detonantes de opiniones, afirmaciones e ideas acerca del urgente tema en cuestión. El patrón continuo sin interrupción hasta que el Rey Sebastián se levantó de su asiento e hizo visible su imponente y autoritaria figura, dándoles así a los presentes una marcada señal para callar. En cuento el silencio reino en la sala, el rey retomo su ostentoso asiento y procedió a hablar:

 -Mis Lords- dijo, con esa singular y distintiva voz que transmitía el más auténtico miedo y pesar a su oyente y dirigiendo su fría mirada hacia los relativamente consternados miembros de la corte, quienes lo miraban con prolija atención. -Después de escuchar detenidamente y por un considerable periodo de tiempo sus valiosas y acertadas opiniones, he llegado a la conclusión y, por consecuente, solución a vuestra disputa-. Hizo una breve pausa para después voltear y mirar en dirección al ministro Carlos, quien correspondió su acción con una leve inclinación de cabeza, en señal de aprobación. -No tomaré decisión alguna hasta verificar la completa autenticidad del decreto en cuestión. Para ello, hare efectiva una audiencia en calidad de fraternidad con el Rey de Moniac, en donde espero este, haga acto de presencia. Así contemplaré personalmente los términos de dicha propuesta y por supuesto confirmaré si es real o si carece, en el peor de los casos, de auténtica verdad-. Termino el rey, haciendo énfasis en sus últimas palabras y brindándoles una mirada de suficiencia a los ahí presentes.




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