Un cambio de Corazón

CAPITULO 3

Característico por sus inclementes bosques y bastas colinas, embelesadas por un clima frio y tempestuoso, el reino de Moniac marcaba presencia más allá de la inestimable frontera de Katar. Sus ostentosas ciudades de singular forma y arquitectura, evidenciaban la demasía y exclusividad de la cultura Moniaca. Estas, se alzaban por veredas acentuadas por caminos recubiertos de finos azulejos, ornamentados por llamativos colores. En cada rincón del reino se apreciaban ostensibles moradas detonantes de los elementos característicos de un bazar, los cuales cobraban vida por la barahúnda de las hipnotizadas personas gustosas de mercar algún ventajoso producto. Lejos de la zona pueblerina, envuelto por magnas y lóbregas montañas y conducido por caminos exornados por azulejos teñidos de colores detonantes de viveza y luminosidad, se encontraba el majestuoso y bellamente erigido castillo de Moniac, cuyo principal valor yacía en sus singulares y únicas formas, inequívocamente edificadas.

En el ocaso de la noche, anunciado por el tenue surgir de las estrellas, en un salón de considerable tamaño y formas de naturaleza única embellecidas por baldosas de colores y ornamentos apolíneos, el rey Teodor mantenía una grácil conversación con su consejero real de más gozante confianza; Sir Alfred Cook, un hombre de mediana edad y complexión delgada, que gozaba de vestiduras elegantes y costosas contrastantes con su estilo de vida opulento y su personalidad ególatra.

-¡No puedo creerlo!-.

Decía el rey en un alarmante tono oscilante de furor y molestia después de dar una minuciosa lectura al último informe situacional, puesto previamente en la fastuosa mesa:

-Cada vez que recibo un informe real su contenido es, en su totalidad, sobre las agraviantes disputas mantenidas con el reino de Kass-. Culmina, depositando con un estruendoso golpe manifiesto de rudeza, el fino papel en la superficie llana de la mesa.

- Su majestad, no puede esperar otro titular, más que los arcaicos e irrelevantes conflictos protagonizados por dicho reino-. Comenta con diligencia y egocentrismo el concejal Alfred, quien se encontraba situado a la izquierda del rey, en una postura emanante de porte y fineza.

-Tienes razón, Alfred-. Le contesta el rey, luego de un grávido suspiro, y con voz teñida de lasitud y flaqueza;

-Con el leve fallo en que ahora ya no son “irrelevantes” en absoluto-. Asevera el rey, dirigiendo su perniciosa mirada hacia Alfred y prosiguiendo a continuar:

–Incluso se ha llegado a tales extremos como para presentarse conflictos armados que solo han significado muerte y perdidas innecesarias-. Culmina, recargando su brazo derecho en el soporte de su asiento y cubriendo su frente con el mismo, aplicando leves y constantes masajes.

-Se la complejidad e importancia que han tomado estas conflagraciones durante los últimos meses, majestad-. Dice con suficiencia y aza seguridad el concejal, para luego, en tono de énfasis y altanería, agregar;

-Es por ello que me atreví a sugerir como solución inmediata, el establecimiento de una alianza con índole inexorable, erigida por medio de las bases del matrimonio político-.

El rey Teodor solo se limita a mirar con escrutinio, uno de los muchos gravosos anillos colocados en sus manos, para después contestar con sosiego;

-Lo sé, aunque tal lucida idea no goce aun de ostensible conformación o desarrollo-.

-Pero su majestad-. Alega con latente protesta Sir Alfred, abandonando su lugar original y colocándose frente al rey, quedando solamente separados por la longitud de la fina mesa, -El decreto real ya ha sido enviando a Kass con condición de urgencia, como ordenó-. Dijo, con llaneza y jactación, continuando con su verbosidad; 

-Solo es cuestión de tiempo para que el rey Sebastián corresponda la minuta y haga evidente la completa aceptación de la misma-.

Lo dicho, causa una tenue y barahúnda risa al rey, quien contesta rápidamente con tono jubiloso al, ahora, mortificado concejal;

-jajaja, mi estimado Sir Alfred, muestras una impecable inteligencia en ciertos rubros, pero indudablemente careces de la misma, en otros-.

-No lo comprendo, majestad-. Contesta Alfred, con evidente agravio y confusión reflejados en su rostro.

-Es más que obvio que una solicitud de semejante proeza no será aceptada con simplicidad, en especial si el receptor es el altivo y ególatra rey Sebastián III D. Alcur-. Inquiere el rey Teodor, con voz inclemente y severa, coronada por una mirada perfilada en odio y aversión. –Estoy seguro, sin caber a duda, que debe pensar que el decreto es falso y que le fue enviado con propósitos de malicia y ardid-.

-Pero su majestad, de ser ese el caso, una audiencia oficial con la familia real de Kass dónde se hagan las aclaraciones correctas y pertinentes, sería el término correcto para dicha problemática-. Dice el concejal en tono inquisitivo y mirando directamente al rey, en espera de una respuesta afirmativa.




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