Otra benigna mañana, embellecida por el verde paisaje de las vastas montañas desbordantes de viveza y el dulce fluir del rio Quier, envolvía al reino de Kass. Desde los enérgicos bosques cobrantes de valor por su flora y fauna única, hasta el inicio de las zonas pueblerinas con múltiples personas variantes entre comerciantes, cocineros, artesanos, pintores entre otros más, que llenaban de dinamismo y colorido las amplias calles de Kass. En el palacio real, al igual que en todo el reino, las mañanas significaban el inicio de actividad para todos, los ahí, involucrados; servidumbre, guardias reales, ministros, concejales y otros miembros de alto rango político. Para la princesa Emilia, el inicio del día estaba marcado por largas caminatas hacia la biblioteca real, para la devolución de los excedentes y diversos libros que cada noche gustosamente adquiría para el placer de su lectura. Esta mañana, mostrando fidelidad a su rutina establecida, la princesa Emilia ya se encontraba de camino hacia la ingente biblioteca, con un cumulo de libros sostenido entre ambas manos colocadas hacia el frente. Dificultando esto un poco su mirar, y caminando con manifiesta lentitud para no tropezar, detiene su andar por la repentina caída de uno de los libros. A punto de levantarlo, se ve interrumpida por la presteza maniobra de alguien desconocido debiente de agradecimiento. Al alzar la mirada hacia su salvador, Emilia inmediatamente se tensa al descifrar su identidad.
-Parece que se le ha caído esto, su alteza-. Dice con patente egolatría el primer ministro Dominic de Alcaza, con una inclinación de cabeza significante de deferencia y extendiendo su mano para hacer entrega del libro a la princesa.
Emilia solo se restringe en mirarlo con desconfianza y aprensión, para después de un breve momento proceder a tomar el libro y recuperar su postura destellante de cordialidad y simpatía.
-Le agradezco, ministro Dominic, por su idónea ayuda-. Le contesta Emilia, con tono formal y con una leve reverencia, correspondiente a su afabilidad.
-No merezco su agradecimiento, alteza. Estoy a su completo precepto-. Dice el ministro, con voz galante, colocando su mano izquierda detrás de su espalada y manteniéndose firme, recuperando así su habitual postura de influjo y altivez.
-Eso lo sé muy bien, mi señor. Pero eso no omite mi justificada necesidad de otorgarle mi gratitud-.
-En ese caso la recibiré gustoso. ¿Puedo ayudarla a llevar tal aluvión de obras a su destino, alteza? -.
Al escuchar tal propuesta, simbólica de incomodidad y ansiedad, Emilia busca una evasiva verosímil con aplicación de extrema sutileza.
-Agradezco su gentileza mi señor, pero mi dama de compañía me espera en el jardín de las rosas, para acompañarme el resto del camino-.
- ¿El jardín de las rosas, alteza? -.
-Así es mi lord-.
-Para llegar a dicho paraje, aún le falta recorrer un amplio camino, alteza. Permítame acompañarla y auxiliarla solamente hasta dicho destino-.
-Es muy amable mi lord, pero………..-. La princesa se vio censurada en sus intentos de protesta cuando el ministro tomo la montaña de libros que esta sostenía en sus propias manos y comenzó a caminar con marcada aceleración al destino establecido.
Sin más alternativas, Emilia accedió a la solicitud del ministro, siguiéndolo con cautela a una marcada distancia y dirigiendo su mirada hacia las magnas ventanas brindantes de paisajes florales extrínsecos.
-Indudablemente hermosas, ¿no lo cree su majestad? -. Inquiere el ministro, disminuyendo la celeridad de su caminar y posicionándose a un lado de la princesa, la cual lo ve con notoria sorpresa.
-¿Disculpe?-. Le interroga Emilia, escapando del abismo de sus pensamientos.
-Las flores, alteza. Las veía con manifiesta prolijidad hace un momento, supuse que contemplaba su belleza-.
Después de un leve silencio, dirigiendo su mirada al ministro Dominic, embellecida esta con una sonrisa detonante de encanto y beldad, capaz de hechizar hasta el más gélido corazón, Emilia procede a contestar.
-Así es, ¡son bellísimas! -.
El ministro la mira fijamente con evidente asombro y embelesa, reflejando en sus agrestes ojos cafés un lábil destello de, algo, que le era indescifrable a Emilia.
-Bellísima…………sin duda-. Contesta finalmente después de un momento, con una endeble voz, casi semejante a un tenue y apenas audible susurro, pero que no pasa desapercibido por la solicita princesa.