-Un gusto-. Emilia le tendió la mano con delicadeza en expectativa de su aceptación. Alex miró con sublime extrañeza aquel ofrecimiento frente a él, como si meditara si era lo correcto tomarla o la más grave ofensa el rechazarla. Subió su mirada hacia la bella joven frente a él viéndola tratando de mantener su frágil sonrisa y su creciente nerviosismo nublado. Pero su indecisión en pensamiento llegó a su fin cuando la gruesa y demandante voz del rey Teodor intervino en la situación.
-Alex, su alteza solicita tus honorarios-. El hostil reproche gobernaba su voz y en su mirada, fija en Alex, sólo había contenida una sutil amenaza.
-Mis disculpas-. Dijo con cordialidad Alex, dirigiéndose a todos, y luego fijando su atención nuevamente en Emilia. -Perdone mi descortesía alteza. El poder conocerla esta bella noche es en verdad el más grande honor que pude tener-. Tomó la mano ofrecida depositando un suave y grácil beso en la palma de la misma. Un acto de caballerosidad que en otras circunstancias de la vida hubieran hecho sonrojar a Emilia, pero que en aquella cruda realidad lo único que le transmitía era tristeza y resignación.
-Tal enternecido sentimiento es mutuo, majestad-. Le dijo Emilia, dedicándole una débil sonrisa y tratando de no bajar su mirada.
-Bien-. Interviene con apuro el rey Sebastián. -Ahora que las presentaciones formales han concluido, creo que es momento de pasar a nuestros lugares-.
-Ciertamente-. Le afirmó con vanidad el rey Teodor, volteando después hacia su hijo. -Alex, ¿por qué no escoltas a la princesa? Estoy seguro que disfrutarás de tal valiosa compañía-.
-Será un placer padre. Si su alteza está de acuerdo, por supuesto-. Alex buscó en la mirada de Emilia alguna señal de rechazo, pero sólo encontró que está le miraba con palpable rendición y la misma falsa sonrisa del inicio.
-Le agradecería infinitamente tal noble gesto, majestad-. Entrelazo su brazo en el espacio ofrecido y camino con elegancia a su lado hacia el lugar destinado.
-Excelente, vamos-. Dijo el rey Sebastián complacido, encaminándose presuroso detrás de ellos, seguido también por el rey Teodor.
Pero el príncipe Ben no se movió, observando con odio como su hermana era conducida por el príncipe enemigo con total libertad. Ella estaba condenada y él ya no podía hacer nada para salvarla. Apretando con violencia sus dientes y empuñando disimuladamente sus manos, les siguió el camino a los demás, en total tensión.
Los cuatro ornamentados tronos, cubiertos por una fina y larga mesa de madera tallada y reluciente cristal, formaban la cúspide del baile. Todos los nobles invitados se encontraban dispuestos en las múltiples mesas ubicadas en el lugar, aristócratas moniacos y kassianos juntos en serenidad como no sucedía en antaños años y multitudes de plebeyos ubicados con el éxtasis y la emoción que la resolución de una incógnita provocaba, en las afueras del castillo, justo donde el río Quier marcaba sus límites.
Los embellecidos candeleros de cristal que adornaban el techo, encendieron sus luces marcando presencia, los sirvientes se movilizaron por todo el salón incorporándose rápidamente a sus labores serviles y la armoniosa y suave música comenzaba a envolver a los presentes con cada grácil tono. Pronto, las charlas de política, exitosos negocios y las indiscreciones de la alta sociedad gobernaron completamente la bulliciosa sala.
Emilia y Alex se sentaron en medio de la mesa, cada uno al lado de su progenitor y familia. Por unos expectantes minutos, el silencio fue el único anfitrión que marcaba presencia entre el peculiar grupo, hasta que Ben se aventuró a hablarle a su afligida hermana entre sutiles susurros, aprovechando la cercanía.
-¿Te encuentras bien Emilia?-.
-Lo estaré-. Le contestó después de un tenso silencio.
-Claro, tal vez cuando esté torturante baile termine-. Espetó entre dientes con enfado.
Solo al percatarse de la violencia de sus palabras, Emilia le miró. Y comprobar su patente contención solo la preocupo mas de lo que ignoraba.
-Ben…estoy bien, estaremos bien-. Sostuvo con cariño y devoción su mano puesta en la mesa y le dedicó una solemne pero lábil sonrisa. -Por favor, no guardes preocupación alguna por mi-.
-Sabes que eso es imposible. No quiero….no quisiera….que pases por esto. No lo soporto-. La furia había cesado de su voz, para ser reemplazada ahora por un puro y derrochante dolor.
-Ben, por favor….-. Trato de suplicarle Emilia, pero la conversación fue cortada por la refinada voz de su padre.
-Emilia, el rey Teodor ha preguntado por tus preferencias en tus tiempos de libertad-. Aunque lo dijo con gentileza, Emilia sabía que en la voz de su padre había oculto un reproche. Y tarde se había dado cuenta que, al sumergirse en pensamiento y conciencia en la conversación con su hermano, dejó de percibir cualquiera mantenida a su alrededor. Volteó a mirarlo ocultando su sorpresa detrás de una leve y ensayada sonrisa.
-O, discúlpeme su majestad, me temo que me he distraído desconsideradamente por unos instantes. Le ruego perdone mi falta-.
-Por favor su alteza, no se aflija por tales insignificantes. No es necesaria disculpa alguna. Aunque me sentiría muy complacido si la respuesta a mi pregunta fuera otorgada-.