El sol se alzaba para coronar el azulado cielo. El delicado canto de las aves inundaba los rincones con una dulce melodía y las blanquecinas flores se abrían para recibir gustosas el abrazo del sol. La promesa de un nuevo día comenzaba a despertar hasta el más somnoliento hombre que, no sin renuencia, se alistaba para responder a sus múltiples obligaciones. Pero esa gélida mañana, el Castillo de Moniac enfrentaba otro tipo de particularidades, pues era justo ese día en el que el príncipe Alexander partiría en un viaje de dos días hacia el destino fijado para su boda con la princesa de Kass. Y aunque todo en el castillo ya estaba preparado con extrema anterioridad, la expectativa y el nerviosismo por el peculiar y significativo evento, estaba presente en cada alma, de naturaleza noble o plebeya, que era afortunado testigo de ello. Pero ciertamente, no todos pueden compartir la misma dicha, en especial a quien está solo le significa suplicio y egoísta tortura. Y lamentablemente, la prueba de ello era un orgulloso joven de profundos ojos negros que, indiferente, miraba por la más amplia ventana de aquel enigmático observatorio el exagerado dinamismo que reinaba en el exterior. Con la única compañía de sus pensamientos, el príncipe de Moniac sólo podía debatirse entre la inevitabitabilidad de sus circunstancias. Había sucumbido como siempre a las demandas de su padre, como un burdo esclavo a los pies de su amo. Sin la valentía suficiente para oponerse ni el poder para rechazarlo. Debilidades que ahora lo condenaban a unirse, tal vez para siempre, a una mujer de la que conocía nada más que superficiales matices. Sabía que odiar aquella situación no era sensato ni lógico, pues ni el ni ella tenían culpa alguna, pero su carácter distaba de aceptar tal destino. Sus reflexiones le fueron interrumpidas al escuchar el característico chirrido de la puerta al abrirse. Volteo ligeramente para descubrir al distractor y no se sorprendió al ver que era su maestro. Éste lo miraba con una mezcla de sorpresa y desconcierto, aferrando aún más el conjunto de libros y pergaminos sostenido entre sus manos.
-¡Mi príncipe!-. Exclamó, dirigiéndose con lentitud y cuidado hacia la larga mesa en el centro del lugar y depositando ahí todos los ejemplares y rollos que traía. -¿No debería estar ya alistándose para partir hacia Kass?.
Alex se volteó completamente hace él. Su traje blanco con detalles azulados se veía grácilmente iluminado por el resplandor que atravesaba la ventana, dándole una imagen casi inmaculada a su persona. Lo único que opacaba tal presencia eran sus fríos y vacíos ojos negros. Tan carentes de emoción como de vida.
-Solo quería apreciar en plena libertad este lugar una última vez-. Se encaminó hacia el audaz hombre, llegando a una de las esquinas de la mesa, analizando el revoltijo de papales. -Y para despedirme de usted, por supuesto-.
-A lo segundo expresado, se lo agradezco mi príncipe. Pero no puedo omitir recalcarle lo innecesario de su gesto….sin embargo, lo aprecio sinceramente-. Sir Valyd le dedicó una sincera sonrisa, que fue correspondida por el joven príncipe. -Pero…-. Continuó, fluctuando su tono a uno serio. -respecto a lo segundo…debo decirle que no lo entiendo. ¿En plena libertad? Tengo conocimiento que después de la boda, usted y la princesa de Kass residirán aquí-.
Alex tomó uno de los tantos libros ante él, tratando con ello de disimular su molestia y aflicción.
-En efecto maestro-. Dijo, abriendo el ejemplar y examinándolo con indiferencia. -Pero ya no seré libre en múltiples aspectos.
-Aspectos…..si, sin duda la libertad adquiere múltiples connotaciones, pero ello siempre me ha parecido el resultado de las concepciones de cada persona. Puede adquirir nuevas responsabilidades como es usual al iniciar una nueva etapa, pero le aseguro mi querido príncipe, que eso no le censura de ninguna manera de cualquier concepto de libertad-.
-¿Debo entender entonces que usted llama libertad al estar aprisionado al bienestar y vida de otra persona?-.
-No. Las concepciones de cada persona moldean la realidad individual, como ya se lo he expresado. Puede seguir pensando en ello como una cruel y eterna tortura o, y esto es desde mi limitada percepción, disfrutar del placer que una dulce y fiel compañía puede traerle a su vida. Puede tomarlo como una libertad…..compartida-.
-¡Una libertad impuesta que yo no pedí!-. Dijo furioso, cerrando el libro bruscamente y depositándolo en la mesa en un estruendoso golpe. Con la misma hostilidad se volteó de nuevo hacia la ventana, cruzando los brazos con evidente tensión. -Estoy acostumbrado a perder lo que amo con imposibilidad de demitir, pero siempre parece que a mi padre no le es suficiente castigarme con su desprecio y privaciones….-.
-Alex…-. Sir Valyd trató de acercarse a él, pero el príncipe se apartó de nuevo hacia la ventana, dándole la espalda.
-Nunca he odiado la soledad….-. Continuó, con voz débil e insegura. -Siempre la he considera una fiel compañera….un consuelo a los horrores de mi vida. Pero ahora…mi padre….el también me arrebatará eso. Y lo aceptaría si eso no me recordará la cobardía de mi temple…-.
-Yo no veo cobardía en un corazón resiliente-. Le dijo con franqueza, llegando a su lado. Y mirando con la misma infinidad de emociones el paisaje que el vidrial proporcionaba.
Ambos callaron, sólo escuchando el alborozo de la frenética actividad sostenida afuera.
-Lo extrañare estos días maestro…-. Declaró Alex, después de unos segundos. -Aunque tal evento no es ni mínimamente de mi absoluto agrado….me hubiera complacido y tranquilizado el que usted estuviera ahí-.