Un cambio de Corazón

CAPITULO 17

Bendecida por la luz que ésta emanaba sin envidia, abrazada por la viveza que con ella despertaba y sostenida con la celestial calidez que de ella bañaba, la mañana, aquella repleta de esperanzas de un nuevo día, se presentaba ante sus ojos. Pero Emilia no podía verla con aquellos sentimientos. Para ella, esa mañana representaba el peor de sus días. Aquella bella mañana, tan calma y acogedora, significaba el día de su boda. Su enlace eterno con alguien que le era indiferente, un alma en blanco de la que apenas conocía vestigios. Y nada le era más triste que eso. Ahí, frente a aquel balcón dorado que le ofrecía su vasto ventanal, le contaba entre sinceros susurros su sentir al naciente sol que despertaba de las sombras de la noche. Envuelta en la majestuosidad de brillantes e impolutas telas blancas, detalles dorados de finos hilares de oro y los más exquisitos materiales confeccionados en gracia y excelencia, la princesa se sentía como la más desdichada de las mujeres, una ofrenda otorgada como garantía de una promesa. Algo tan simple como eso, pero a la vez tan cruel como para declararse.

Lloraría si pudiera, pero para su infortunio el cuidadoso maquillaje que embellecía su rostro se arruinaría sin reparo. Y Dannia no dudaría en reprenderla al igual que sus demás damas. Una suave sonrisa se dibujó en sus rojos labios. Su querida Dannia…aquella que le obsequio su lealtad absoluta, la que le brindó una muestra impecable de que los lazos de amistad verdadera realmente eran posibles, aquella de la que se tuvo que despedir, tal vez para siempre, ante los ojos el refulgente amanecer. Siempre pensó que la pérdida de su madre y la censura de su padre a las más puras y pequeñas muestras de afecto le eran manifiestos absolutos de dolor y sufrimiento, pero estaba equivocada. Despedirse de Dannia, el sólo haber pronunciado esas desesperanzadoras palabras….sin duda era lo más doloroso que había tenido que enfrentar en su corta vida. Y tener que hacerlo con su padre y su hermano le era impensable. No soportaría más despedidas, pero tampoco podría vivir sin decirles adiós. Dispersó sus pensamientos al escuchar suaves toques a su puerta.

-¿Puedo pasar?-.

Reconoció aquella serena voz de inmediato. Se giró, y desde su lugar en el barandal cedió el paso. El príncipe entró y al enfocarla con la mirada, desde la corta distancia que los limitaba, no pudo evitar congelarse en auténtico asombro. Su querida Emilia, aquella delicada joven ante él, era sin duda la criatura más bella de los cinco reinos. Su sola imagen era la muestra más digna de una celestial y auténtica diosa. Cuya belleza estaba más allá del imaginativo humano. Su largo cabello rubio platinado bañaba su rostro en un fino manto de oro y plata pura, tan brillante como las estrellas a la noche y logrando enmarcar aún más la belleza de sus facciones. Su perfecto vestido pincelaba su delicada figura con extrema gracia, ajustándose con sutileza a su cuerpo y resaltando la fragilidad de su ser. Dorado y blanco la cubrían con elegancia, infinitos detalles iluminaban cada pieza y la compacta y ornamentada corona de diamantes sobre su cabeza le daban el toque final a su ya única magnificencia.

Tan abrumadora belleza…..pero igual de manifiesta tristeza. Ben lo sabía, con sólo ver sus facciones la aflicción y el pesar que trababa inútilmente de encubrir se mostraba. Y aunque él mismo luchaba por disfrazar iguales sentimientos, sabía que era imposible cuando el corazón los demandaba.

Con lentitud camino hacia ella, quedando a su lado. La dorada vista de la mañana que ofrecía el barandal se imponía ante sus ojos. Guardo silencio unos momentos, solo contemplándola admirado.

-Estás….hermosa-. Le dijo sin aliento, casi en un susurro anhelante.

-Gracias....-. Emilia le miró con tortuoso cariño. -Tú te vez especialmente apuesto hoy-.

Ambos se sonrieron en silencio, con el dolor y la melancolía que una cruel despedida significaba.

-No te diré adiós porque tengo la certeza de que nos volveremos a ver muy pronto-.

-Ben…-.

-Pero si te declararé mi apoyo-. Absoluta decisión se reflejaba en sus palabras. -No importa si eres desposada por aquel príncipe moniaco, ni que tengas que marcharte a su lado o incluso que dejes de ser nuestra princesa, para mí siempre, siempre, sin importar las circunstancias, seguirás siendo mi querida hermanita, la luz de mis ojos….mi único pedazo de felicidad-.

-Ben, por favor…..-. Le suplicó.

El príncipe se acercó más a ella, tomándole con extrema delicadeza de las mejillas con ambas manos.

-Te pido que no lo olvides-. Le dijo con voz agónica. -Nunca lo olvides, Emilia. Aunque estés lejos de mí, aunque ya no te tenga en mis días ni tu en los tuyos, recuerda que no estás sola…….nadie nunca está realmente solo, basta una sola mirada alrededor y veraz la verdad de mis palabras-. Acarició con proclamó aquellas mejillas. -Ante cualquier dificultad que te aqueje, cualquier mínimo indicio de sufrir, pídeme ayuda y ahí estaré. Sin flaqueza ni duda, ¿me has entendido?-.

Emilia posó sus manos sobre las suyas y le miró fijamente, sus resplandecientes ojos azules brillantes en lágrimas contenidas.

-Si…-. Susurro con dificultad. -Sí, lo prometo-.

-Bien…-. Junto su frente con la de ella, liberando una solitaria lagrima. -Espero algún día puedas perdonar mi falta de carácter, mi querida Lya-.




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